y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Engaños

Alejandra María Sosa Elízaga**

Engaños

No nos gusta ser engañados.

Cuando alguien nos engaña lamentamos: ‘me vio la cara’, la cara de tonto, de ingenuo.

Pero desgraciadamente somos engañados todos los días y a todas horas.

Por alguien cuya ocupación favorita hacernos caer en sus engaños, alguien que en la Biblia es conocido como el ‘príncipe de la mentira’, título que se ha ganado a pulso.

Providencialmente, la Primera Lectura nos que se proclama este domingo en Misa (ver Gen 2, 7-9; 3, 1-7), nos revela oportuna el ‘modus operandi’ de este sujeto, los ‘viejos trucos’ que emplea para engañarnos (y ¡vaya que son viejos!, no en balde es el autor ¡del primer engaño en toda la historia! y dicen por ahí que sabe más por viejo que por diablo...).

Conocer sus estrategias nos permite estar atentos para no permitir que nos ‘vea la cara’

Narra la Primera Lectura que Dios puso a hombre en un jardín en el que había toda clase de árboles “de hermoso aspecto y sabrosos frutos” y aunque la Lectura se saltó ese pedacito, en la Biblia leemos que Dios le dijo al hombre que le permitía comer de todos los árboles, excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal que estaba plantado en medio del jardín (ver Gen 2, 17).

¿Por qué estableció Dios dicha prohibición? Porque solamente Dios, y no el hombre, puede determinar lo que es el bien y el mal. A nosotros de momento nos puede parecer bueno algo que no lo es en realidad; sólo Dios sabe lo que nos conviene.

Cuenta la Primera Lectura que la serpiente le preguntó a la mujer si era cierto que Dios les había prohibido comer de todos los árboles.

Primera estrategia del engañador: entrar en diálogo. Decía san Agustín que a la tentación no se le contempla ni se le platica, se le huye. 

La mujer comete el error de contestarle a la serpiente, entra en su juego.

Y así como la serpiente mintió, así miente también la mujer al responder que Dios les dijo que no podían comer ni tocar el árbol del centro del jardín porque morirían.

La serpiente aprovecha que ya se le abrió una puerta, que ya tiene un pie (es un decir), metido dentro de la puerta, y entra del todo.

Le dice a la mujer que lo que dijo Dios no es cierto, que no morirían, que si comen de ese árbol, serán como Dios.

Segunda estrategia del engañador: lanzar la que ha sido la gran tentación para todo ser humano desde el principio: desconfiar de Dios y querer ocupar Su lugar; querer ser el que determine por sí mismo sus caminos, no hacer caso de nadie ni de nada.

En lugar de reaccionar saltando en defensa de Dios, y mandar a la serpiente a freír espárragos, la mujer se deja tentar, da por cierto lo que le dice la serpiente.

Dice la Lectura que entonces la mujer “vio que el árbol era bueno para comer, agradable a la vista y codiciable, además, para alcanzar la sabiduría” (Gen 3, 6).

La serpiente logra su objetivo. A la mujer le empieza a parecer atractivo el fruto del árbol que le estaba prohibido, y hasta le encuentra tres cualidades:

bueno para comer

Tal vez cabe entenderlo en varios sentidos, como que le pareció comestible, propio para su consumo, que le haría bien comerlo, que sería sabroso.

Así es el pecado. Está siempre a nuestro alcance y se nos presenta como algo bueno y que puede hacernos bien. Demasiado tarde nos damos cuenta de que en realidad nos envenena.

agradable a la vista

El pecado suele apelar a nuestros sentidos; nos atrapa por lo inmediato, por lo superficial, por lo material. No penetra más allá, es pura fachada, no hay nada auténticamente atractivo detrás.

Es como esas puertas de las películas cómicas mudas, que aparentemente dan a un cuarto, pero en realidad abren al vacío por donde se cae algún personaje, lo cual en el filme resulta risible, pero en la vida espiritual no tiene nada de risible.

para alcanzar la sabiduría

La verdadera sabiduría no consiste en saber mucho, sino en preferir los caminos de Dios, en elegir cumplir Su voluntad (porque Él nos creó y así como un fabricante conoce su producto y sabe qué lo hace funcionar perfectamente y qué lo puede descomponer, Dios, nuestro Hacedor, nuestro Creador, sabe mejor que nadie lo que nos hace bien y lo que nos hace mal).

Así que es falso e imposible que se pueda alcanzar la sabiduría haciendo lo contrario a lo que pide Dios.

El final ya lo conocemos. La mujer cedió y comió del fruto prohibido, y dio a comer a su marido, y tuvieron, tuvimos, que asumir las consecuencias.

Cuando leemos esta historia tal vez consideramos que Eva se pasó de ingenua y que nosotros no hubiéramos reaccionado así. 

Es muy fácil juzgar algo ajeno y pasado. 

Pero esta historia sigue sucediendo hoy, nos sucede a ti y a mí.

Al igual que la mujer, también nosotros entramos en diálogo con la tentación; también caemos, hacemos caer a otros, y sufrimos las consecuencias.

Pero no tiene que ser así. 

Podemos darle un final distinto. 

No sólo porque ya conocemos las estrategias del engañador, sino, sobre todo, porque contamos con la amistad, con la gracia, con la ayuda del Señor.

*Publicado el 9 de marzo de 2014 en 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) y en la pag. del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx). Conoce los libros y cursos de Biblia gratuitos de esta autora y su ingenioso juego de mesa 'Cambalacho' aquí en www.ediciones72.com