El dinero y los amigos
Alejandra María Sosa Elízaga**
Que no esté tu nombre en la lista.
Es algo que no querrías que te suceda llegando a una fiesta o evento al que te mueres de ganas de ir y al que te han invitado diciéndote que le van a dejar tu nombre al encargado de la puerta.
Si tu nombre no está en su lista, es inútil insistir, decir que conoces al anfitrión; no tienes modo de probarlo y nadie se va a atrever a ir a molestarlo pidiéndole que deje a sus invitados para venir por ti.
En estos penosos casos la única esperanza para no quedarte afuera, es que una persona allegada al anfitrión te alcance a ver, te reconozca y tenga autoridad para pedirle al encargado que te autorice la entrada.
Toda proporción guardada, algo parecido le puede suceder a quien quiera entrar al cielo.
En el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 16, 1-13), Jesús pide: “Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo” (Lc 16, 9).
Al parecer también para ingresar al cielo conviene tener ahí adentro amigos que lo reciban a uno.
Pero, ¿qué quiere decir eso de que hay que ganarlos con dinero?
Para entender esta frase hay que leerla completa y situarla en contexto.
Comienza Jesús afirmando que el dinero está muy “lleno de injusticias”.
Y nadie puede decir: ‘mi dinero no es injusto, lo he ganado honradamente’, porque todo dinero, independientemente de cómo se obtenga, es injusto de por sí.
Lo tienen de sobra personas que no se lo merecen, y carece de él mucha gente que trabaja de sol a sol y ni así logra obtener lo indispensable.
Duele ver en los supermercados, que delante de un señor que lleva en su carrito vinos, botanas y otras frivolidades, hace fila un obrero que sólo pudo comprar tortillas y un refresco.
Que detrás de una señora que adquirió todas las ofertas de cosas que no necesita, está formada una madre de familia que en lo que llega a la caja se la pasa decidiendo si deja el litro de leche o el cartón de huevos, porque no le alcanza para pagar ambos.
El dinero es fuente de injusticias, ni duda cabe. Decía san Pablo, en la Lectura que se proclamó en Misa hace unos días: “La raíz de todos los males es el afán del dinero” (1Tim 6, 10).
El apego al dinero, el desordenado afán de poseerlo y atesorarlo, tal vez produzca riqueza material, pero de seguro también ruina moral.
Por otra parte, es innegable que vivimos en un mundo regido por el dinero.
¿Qué hacer para escapar a la trampa mortal de la avaricia, cómo evitar idolatrar al ‘dios Mammon’?
Nos lo dice Jesús. Hay que emplear el dinero para hacer amigos.
Pero mucho cuidado con malinterpretar esto.
Los amigos no se compran; quienes rodean a un rico porque siempre los invita a banquetear y a viajar, y les da espléndidos regalos, no son realmente sus amigos; si cae en desgracia, lo abandonarán más rápido que pronto.
Entonces, ¿a qué amigos se refiere Jesús?
A unos que deben reunir dos condiciones simultáneamente: que te los hayas ganado con dinero y que puedan recibirte en el cielo.
Ni modo de pensar en ‘sobornar’ a los santos, así que, ¿dónde puedes hallar semejantes amigos?
La respuesta es más fácil y difícil de lo que te imaginas.
Abre los ojos y mira a tu alrededor.
Están en todas partes, donde vives, donde estudias o trabajas, en tu comunidad, en tu vecindario, en tu mundo. Te los topas todos los días.
Son esas personas que necesitan que les compartas lo que tienes.
Puede ser que vivan en tu misma casa, o en la casa vecina, o que no tengan casa.
Su situación pide tu intervención.
Si las ignoras o te detienes muy brevemente a darles de prisa y de malas algo que te sobra, no te conocerán ni te recordarán.
Pero si haces un esfuerzo por seguir el consejo de la beata Teresa de Calcuta: ‘dar hasta que duela, y cuando duela, dar todavía más’, entonces dejarán de ser seres desconocidos, se volverán amigos, esos amigos a los que se refiere Jesús, que cuando mueras te reciban en el cielo.
¡Quién te lo iba a decir, que hay un comité de recepción del cielo, y está constituido por todas las personas necesitadas que has encontrado y encontrarás en tu camino!
¿Cómo es que podrán recordarte y por qué tendrán poder de recibirte?
Porque no sólo se trata, como en el ejemplo mencionado al principio, de gente allegada al anfitrión, sino que se trata ¡del propio Anfitrión!
Ya lo dijo Jesús: “cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Al llegar al cielo descubrirás que desde Sus ojos, te miraba Él; desde Su necesidad, te pedía ayuda Él; y que lo que hiciste por ellos, lo hiciste por Él.