De primeros y últimos
Alejandra María Sosa Elízaga**
Nos sentábamos derechitos y callados, los muy mustios, como si así nos hubiéramos portado todo el año.
Con el uniforme de cuello almidonado, peinado engomado y zapatos lustrosos que teníamos buen cuidado en no ensuciar, esperábamos a ver si de milagro a algún maestro se le habían olvidado nuestras faltas o el ‘relajo’ que echamos durante el año.
Era el ‘Día de la Entrega de Premios’, al final del curso escolar.
Rodeados de papás y profesores, escuchábamos a la imponente directora del colegio, pronunciar los nombres de quienes habían obtenido el primer lugar en aplicación, en puntualidad, en aseo, en asistencia, en canto, en gimnasia y en dibujo (el más anhelado por mí porque el premio era un estuche de cartón con doce lápices de colores, verdadero tesoro en aquellos tiempos en que los niños todavía dibujábamos con crayones y no con un ‘stylus’ sobre una pantalla ‘touch’).
Los agraciados subían orgullosos a la tarima, a recibir su reconocimiento y el aplauso de la concurrencia.
Esa ceremonia, repetida seis veces durante la primaria, nos dejó bien grabada en la mente una enseñanza: que debíamos esforzarnos por ser los primeros, que los primeros son admirables, que ‘es lo máximo’ ser los primeros.
Con esta mentalidad crecimos.
Y entonces descubrimos que Jesús tiene algo que decir respecto a eso de ser los primeros.
¡Tres veces en esta semana se ha tocado el tema en Misa!, por algo será...
El Evangelio que se proclamó el martes terminaba diciendo:
“Y muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros” (Mt 19,30).
El que se proclamó al día siguiente:
“De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos” (Mt 20, 16).
Y el que se proclama este domingo:
“Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros, y los que ahora son los primeros, serán los últimos” (Lc 13, 30).
¿Qué significa esto?, ¿cómo comprender este inaudito ‘enroque’ en el que los primeros pasarán a ser los últimos y viceversa?
Para entenderlo hay que tomar en cuenta el contexto en el que Jesús pronunció todas esas palabras.
Las del martes las dijo para referirse a que quien deja todo por seguirlo, quizá el mundo lo considera el último, porque ya no posee nada, pero a los ojos de Dios es el primero.
Las del miércoles las dijo para referirse a quienes tal vez conocerán el Reino al final de sus vidas, y por llegar al último creerán que es demasiado tarde, pero descubrirán gozosos que recibirán la misma recompensa que los primeros.
Y las de este domingo las dijo para referirse a quienes fueron elegidos para recibir primero que nadie el anuncio de la salvación y al Salvador; como no lo aceptaron, serán los últimos, se les adelantarán otros, que sí lo acogerán.
De todas se deduce que no es malo ser los primeros (o querer serlo), que muchas lo serán, pero lo importante no es ser los primeros sino en qué.
No se trata de ser los primeros para ganar o humillar a otros, para crecer en orgullo, para sentirse mejor o con más derechos a recibir una recompensa, que los demás.
Sí se trata de ser los primeros en abrir el corazón para recibir la Palabra de Dios, los primeros en amar, en servir, en ayudar, en perdonar; los primeros en aceptar la invitación del Señor a cumplir Su voluntad, a habitar y edificar Su Reino.
En ese sentido, ojalá los papás y los maestros no se empeñaran tanto en enseñar a los niños a ser los primeros, sino a serlo en respeto hacia los demás, en empeño por aprender, en disponibilidad para ayudar a otros. Y qué bueno sería que al final del año premiaran esto.
Enseñarían así a los niños en qué vale la pena ser los primeros.
Me viene a la mente lo que hace poco me contó una amiga.
En la escuela de sus hijos hubo una competencia.
Su chamaquito es muy buen corredor y esperaba llegar primero a la meta, pero había otro niño que también corría muy bien.
Durante la carrera ambos iban tan rápido que dejaron a los demás muy atrás.
En eso el otro niño tropezó y cayó.
Su hijo se dio cuenta, y en lugar de pensar: ‘je je, ya se cayó mi rival, eso me deja el campo libre para ser el número uno’, se regresó a ayudarlo a levantarse y a asegurarse de que estaba bien.
Los demás niños los rebasaron, y otro les ganó.
Entonces, cuando su hijo llegó a donde estaba ella y su familia reunida en las gradas, su hermano menor le dijo: ‘¡qué tonto fuiste!, ¿para qué te paraste?, ¡eras el primero!, ¡hubieras ganado!’.
Pero el papá lo interrumpió, y lo que les dijo es algo que ojalá un día nos diga el Padre Celestial cuando lleguemos al final de nuestra carrera en este mundo: ‘hizo lo correcto, valoró más que ganar, ayudar al niño aquel, y aunque llegó al último, para mí fue el ganador. Me siento muy orgulloso de él.’