Santos que pinten su raya
Alejandra María Sosa Elízaga**
Unos dicen: ‘lo acaba de recitar el Papa Francisco’, otros dicen: ‘son palabras de Juan Pablo II’, pero la verdad es que ninguno de los dos lo escribió.
Se trata de un texto que ha estado circulando en las ‘redes sociales’, titulado: ‘Necesitamos santos’.
Empieza diciendo: ‘Necesitamos santos sin velo ni sotana. Necesitamos santos con jeans y zapatillas’.
Al respecto hay que decir que el Papa jamás descalificaría las vocaciones de velo y sotana.
Sin la abnegada labor de asistencia y oración de las religiosas, sin sacerdotes que nos impartan los Sacramentos, que hagan presente a Cristo entre nosotros, ¿qué sería, no ya de la Iglesia, sino del mundo?
Nadie podría ser santo, lo de menos sería qué se ponga.
Además no tiene por qué ser una u otra cosa, ambas vocaciones hacen falta, las de velo y sotana, y las de jeans y zapatillas.
Más adelante dice que necesitamos santos que tomen cierto famoso refresco de cola.
Cabe hacer notar que nunca un Papa ha hecho ni hará publicidad a ninguna marca; jamás se prestaría a que la refresquera que produce esa bebida anuncie en sus características letras rojas: ‘el Papa la recomienda’.
También dice: ‘Necesitamos santos que no tengan vergüenza de tomar cerveza o comer una hamburguesa un fin de semana con sus amigos’.
He preguntado aquí y allá y nadie sabe de jóvenes a los que les dé pena salir el sábado con sus amigos a tomar cerveza o a comer hamburguesa (esto último, a menos que sean vegetarianos, ja ja).
Y en cambio sí hay muchos a los que les da pena que los vean ir a la iglesia el domingo.
No es creíble que el Papa pida que los jóvenes no se avergüencen de beber cerveza, en lugar de pedir que no se avergüencen de ir a Misa.
Es tan evidentemente falso este texto que sorprende que tanta gente se lo haya tragado sin masticar y además lo esté difundiendo con aparente buena voluntad.
¿A qué se debe?
En parte quizá a que surgió durante la JMJ Río 2013, y como se refiere a jóvenes, parecía oportuno darlo a conocer, sobre todo creyendo que había sido escrito por un Papa.
Y en parte tal vez porque propone algo que parece atractivo: que los jóvenes católicos hagan lo que hace todo el mundo, se mimeticen con el ambiente, no se diferencien de los no católicos, pasen desapercibidos.
Suena ‘moderno’, ‘políticamente correcto’, eso de nadar con la corriente sin hacer olas, seguir al pie de la letra aquello de ‘a la tierra que fueres haz lo que vieres’.
Pero ni es cristiano ni es posible.
Prueba de ello es lo que afirma Jesús en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 12, 49-53).
“No he venido a traer la paz, sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres...” (Lc 12, 51-52).
En primer lugar cabe aclarar que significa eso de que Jesús no vino a traer paz, pues alguien puede preguntarse: ¿no es acaso la paz uno de los atributos del Mesías (ver Is 9, 5-6), uno de los frutos del Espíritu Santo (ver Gal 5, 22), y lo primero que ofreció Jesús a Sus Apóstoles después de que resucitó? (ver Lc 24, 36; Jn 20, 19-21).
La respuesta es que hay dos clases de paz.
La que anunciaron los profetas, la que evidencia la acción del Espíritu Santo, la que el Resucitado derrama en nosotros es la paz auténtica, la que colma el corazón de gozosa serenidad, liberándolo de la inquietud y el temor. Es la paz que proviene de Dios.
La que Jesús dice que no vino a traer, es la paz que ofrece el mundo cuando nos invita a aceptar sin cuestionar lo que ofrece, a ‘llevar la fiesta en paz’ amoldándonos a su mentalidad sin chistar, considerando bueno o normal lo que presenta como bueno o normal (y acallando esa intuición que nos dice que aquello ni es bueno ni es normal).
Es, en suma, la paz que resulta de silenciar la conciencia y entrarle a todo con tal de caer bien, ser aceptados, pertenecer.
Jesús advierte que en lugar de esa paz, ha venido a traer división.
¿Por qué? Porque quien lo sigue, quien acepta lo que Él propone, debe rechazar ciertas propuestas del mundo.
Y eso crea conflicto.
Obliga a caminar en sentido opuesto a otros, y cuesta tanto trabajo como tratar de salir del metro en hora pico cuando todos van entrando, o viceversa: se sufren muchos encontronazos y empujones, hay que ponerse firmes para no dejarse llevar en vilo en dirección opuesta a donde se debe ir.
Dice el Papa Francisco (y esto sí que lo dijo él):
“¡Cuántas personas pagan a caro precio el compromiso por la verdad! Cuántos hombres rectos prefieren ir a contracorriente, con tal de no negar la voz de la conciencia, la voz de la verdad. Personas rectas, que no tienen miedo de ir a contracorriente. Y nosotros, no debemos tener miedo...
...¡Debemos ir a contracorriente! Y vosotros jóvenes, sois los primeros: Id a contracorriente y tened este orgullo de ir precisamente a contracorriente. ¡Adelante, sed valientes e id a contracorriente! ¡Y estad orgullosos de hacerlo!” (Papa Francisco, Ángelus, 23 junio 2013).
¿Qué significa eso de ir a contracorriente?
Atreverse a vivir conforme a los valores cristianos, que suelen ser opuestos a los del mundo.
Ser católicos de tiempo completo, no sólo de domingo.
No es cosa fácil.
Para los jóvenes puede implicar resistir una y otra vez la presión de familiares, cuates o compañeros de estudio o de chamba para participar en borracheras, consumir drogas, pornografía, participar en cualquier cosa que sea ilegal, inmoral, contraria a sus principios cristianos.
Ello necesariamente marcará una diferencia entre ellos y los demás, creará esa división de la que habló Jesús.
Es doloroso, sobre todo para los jóvenes, que están ávidos de aceptación, empezar a recibir críticas y dejar de recibir invitaciones de sus amigos, pero pueden tener la seguridad de que vale la pena, y que aunque su testimonio sea aparentemente rechazado, porque cuestionará, inquietará e incomodará a muchos, será semilla fértil que tarde o temprano germinará y dará fruto.
Contaba un famoso autor cristiano, que debió su conversión a un chavito que se atrevía a ir a donde estaban tomando y fumando los muchachos mayores que él, pero no lo hacía para beber ni fumar, sólo iba a invitarlos a ir al grupo juvenil de la parroquia. Ellos lo insultaban, se reían de él y lo corrían, y sin embargo cada semana regresaba a invitarlos.
El testimonio de este valeroso apóstol adolescente, rindió frutos años después, aunque él nunca lo supo.
Así que, parafraseando el título de ese texto (que al parecer fue escrito por un laico español), ‘necesitamos santos’, sí, pero lo que no necesitamos es que sean idénticos en todo a todos, que hagan lo que hace cualquiera, sino que sepan ser distintos; que cuando haga falta, ‘pinten su raya’ para dejar bien claro que no participan de ciertas cosas, que cuando tengan que decir que sí o que no, digan un sí o un no rotundo (ver Mt 5,37); que sepan vivir su vida ordinaria de manera extraordinaria, y que se esfuercen por cumplir las exigencias de Jesús, no las del mundo.