Para recordar
Alejandra María Sosa Elízaga**
Los apóstoles no sabían taquigrafía.
No tenían grabadoras.
Todavía no se inventaban esos aparatos, y mucho menos las ‘notebooks’, ‘laptops’, ‘tablets’, ‘androids’, y demás chunches electrónicos portátiles de ‘pantalla táctil’ que permiten anotar al momento todo lo que uno quiera.
Y si alguien se pregunta por qué no se esperó Jesús para venir a este mundo cuando ya existieran medios modernos capaces de registrar todo lo que dijo, tal y como lo dijo, cabría responderle que porque no hizo falta.
¿Por qué?
Por dos razones.
La primera es que Sus discípulos pertenecían a uno de los pueblos de la tierra que más importancia daba a la memorización.
Un niño israelita, a los 13 años, ya podía citar de memoria y fielmente la Ley escrita, la Torá (lo que los cristianos conocemos como Pentateuco, los cinco primeros libros de la Biblia), así como la Ley transmitida oralmente (la Mishná), y desde luego Salmos, oraciones, etc.
Podemos tener la certeza de que así como estaban acostumbrados a guardar en su mente, con toda fidelidad, las palabras de la Sagrada Escritura, así también guardaron las palabras de Jesús.
Y la segunda razón nos la da el propio Jesús en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Jn 14, 23-29), cuando anuncia: “el Espíritu Santo que Mi Padre les enviará en Mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto Yo les he dicho” (Jn 14, 26).
Solemos tener muy presente que el Espíritu es el Paráclito que aboga por nosotros y nos consuela (ver Jn 14, 16); también que nos ‘sopla’ lo que tenemos que decir (ver Lc 12,12); que intercede por nosotros (ver Rom 8, 26), que nos guía a la Verdad (así, con mayúscula), (ver Jn 16, 13).
Pero también hace por nosotros algo fundamental que no debemos pasar por alto: nos enseña y recuerda las palabras de Jesús.
El Señor no se atuvo solamente a la memoria de los Apóstoles, por muy buena que fuera; se aseguró, con la ayuda del Espíritu Santo, de que lo que ellos comunicaran al mundo entero, fuera fidedigno.
Por eso cuando leemos en los Evangelios lo que dijo Jesús, podemos tener la certeza de que lo que nos transmiten Marcos, Mateo, Lucas y Juan, no es invento suyo, es Palabra de Dios inspirada por el Espíritu Santo.
Y no sólo los Evangelios, ¡toda la Biblia está inspirada por Él!
Y lo bueno para nosotros es que el Espíritu Santo no se limitó a iluminar a los autores bíblicos y luego se jubiló, ¡sigue actuando, sigue enseñando y recordando la Palabra de Dios a quien se muestra dócil a Sus inspiraciones!
¿Te ha sucedido que cuando has necesitado recordar algún texto bíblico que pudieras usar para aconsejar a alguien o para hallarle sentido a cierta situación, te ha venido a la mente justo el versículo preciso, el pedacito de Sagrada Escritura que mejor venía al caso para iluminar lo que estabas viviendo?
No es casualidad.
Es obra del que bien merece el título de Recordador celestial.
Eso sí, cabe mencionar algo que parece obvio pero tal vez no lo sea tanto.
Cuando Jesús dice que el Espíritu Santo nos recordará Sus palabras, está dando por hecho que antes las guardamos. Claro. ¿Qué significa ‘recordar’? Traer a la mente algo que ya se pensó, se dijo, se hizo, algo que ya está allí.
No se puede recordar lo que no se ha guardado primero en la memoria.
¿Qué significa eso en relación con el Espíritu Santo?
Que Él con mucho gusto nos recuerda las palabras de Jesús, pero primero ¡tenemos que haberlas conocido!
Así pues, si queremos contar con Su asistencia, hemos de poner de nuestra parte.
Dedicar un tiempo cada día a leer la Biblia, por ejemplo las Lecturas, el Salmo, el Evangelio que se proclaman en Misa; repasar en casa esos textos, saborearlos, y procurar memorizar el pedacito que más nos ‘llegue’.
En otras palabras, darle materia prima al Espíritu Santo para que pueda actuar en nosotros.
Considera esto: si una persona no ha guardado información en un archivo de su computadora, no puede pretender abrirlo y hallarlo lleno de datos; lo encontrará vacío.
Igual sucede aquí. Si no hemos archivado en nuestra memoria ningún texto bíblico, ¿cómo podemos pretender que el Espíritu Santo nos lo recuerde?
Claro que siendo Dios Él puede hacer lo que quiera, puede hacer que nos venga a la mente una frase bíblica que jamás hemos escuchado, pero se trataría de una intervención extraordinaria que no tenemos derecho a exigir.
Lo que nos corresponde no es sentarnos a esperar milagros, sino facilitar que nos asista por los medios ordinarios, y eso implica hacer lo que esté de nuestra parte para conocer y guardar en la mente, y desde luego en el corazón, la Palabra de Dios.
No nos vaya a suceder como uno que le pedía y le pedía a Dios que le concediera ganarse la lotería, pero ¡jamás había comprado el boleto