y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Epílogo para comenzar

Alejandra María Sosa Elízaga**

Epílogo para comenzar

¿Te ha sucedido que al terminar una buena película, salen los créditos, y cuando te dispones a salir del cine o a apagarle a la tele, empiezan a aparecer nuevas escenas que muestran aspectos desconocidos, interesantes, incluso divertidos, de la filmación?

Seguramente los ves, no quieres perdértelos, porque te permiten disfrutarla más y conocer mejor a los actores.

Toda proporción guardada, algo parecido ocurre con el Evangelio según san Juan.

Aparentemente termina en el capítulo 20, cuyos versículos 30 y 31 suenan incluso a despedida, dan la impresión de que hasta aquí llegó, y cuando ya nos disponemos a dar la vuelta a la página o a cerrar la Biblia, descubrimos que todavía no acaba, ¡sigue el capítulo 21!, y es algo que no querríamos perdernos porque contiene una narración que no sólo cuenta un hecho histórico que nos permite conocer más acerca de la relación de Jesús Resucitado con Sus apóstoles, y en especial con Pedro, sino porque refleja lo que sucede en nuestra vida de fe, y nos da pautas valiosísimas para vivirla.

Quisiera proponerte doce puntos para tu reflexión:

  1. Estaban reunidos siete discípulos, entre ellos Pedro, que anuncia que va a pescar.
    Los demás lo acompañan.
    Pasan toda la noche y no logran pescar nada.
    El número siete representa universalidad.
    En estos hombres está representada la humanidad, que vive envuelta en la tiniebla del mal, del pecado, del temor, de la soledad, de la indigencia espiritual, fatigándose inútilmente, tratando de salir adelante por sí misma, sin lograrlo.
     
  2. Jesús se presenta en la orilla y amanece.
    Él es la Luz del mundo (ver Jn 8,12), el sol que vino a iluminar a quienes habitan en las sombras de la muerte (ver Lc 1, 78-79).
     
  3. Les pregunta si pescaron algo.
    Conoce de antemano la respuesta, pero quiere que ellos se den cuenta de lo que les falta.
    Jesús nunca se nos impone; se queda en la orilla, espera, paciente, que comprendamos que sin Él nada podemos (ver Jn 15, 5).
     
  4. Cuando les indica de qué lado echar las redes, obedecen sin saber que es Él.
    Es el momento feliz que experimentan quienes se deciden a hacer la prueba y ver qué pasa sin confían en el Señor, y no quedan nunca defraudados...
     
  5. Los apóstoles no reconocen a Jesús.
    Decía aquel famoso cantautor Facundo Cabral, que el gran problema del hombre de nuestro tiempo es que está distraído, que lo que tiene alrededor lo distrae y no le permite reconocer la presencia de Dios en su vida.
     
  6. Sólo reconoce a Jesús el discípulo amado; el que se mantuvo cercano, se recargó en Su pecho en la Última Cena; lo siguió cuando lo aprehendieron; estuvo al pie de la cruz con María y la llevó a vivir con él (con la Madre en su hogar y en su corazón ¡cómo no reconocer al Hijo!); lo acompañó al sepulcro, y fue el primero en creer en la Resurrección al contemplar que la sábana que envolvió a Jesús estaba intacta pero ¡vacía!
    Sólo quien mantiene con Jesús cercanía en la oración, en la Eucaristía, reconoce el gozo, la paz que produce Su presencia en su vida; sabe decir: ‘es el Señor’.
     
  7. Jesús les ofrece pan y pescado y los invita a traer los que acaban de pescar.
    Él nos da los dones, pero nos invita a trabajarlos y compartirlos. Su milagro no los libra de tener que pescar, llevar la barca, arrastrar la red.
    El Señor lo da todo, pero siempre pide nuestra colaboración.
     
  8. Después del almuerzo, Jesús le pregunta a Pedro: “¿Me amas más que éstos?” (Jn 21,15)
    Éste responde de inmediato que sí.
    Tal vez  considera por un instante quiénes eran “éstos” a los que se refiere Jesús: Natanael, que antes de conocer a Jesús creía que no podía salir nada bueno de Nazaret (ver Jn 1,46); Tomás, que la primera vez que oyó que Jesús resucitó no quiso creerlo (ver Jn 20,24-25); Juan y su hermano, a quienes Jesús apodó ‘hijos del trueno’ (ver Mc 3,17), y reprendió cuando querían hacer bajar fuego del cielo contra unos que no quisieron recibir a Jesús (ver Lc 9,54).
    Pedro concluye que ama a Jesús más que éstos, quizá porque por un instante se cree mejor que ellos.
    Pero en la vida espiritual nadie puede compararse con otros ni sentirse mejor o peor que otros.
    Lo bueno es que matiza su pronta respuesta, pues aunque dice sí, muestra que aprendió la lección de humildad que le enseñó aquella noche en la que fanfarroneó que daría su vida por su Maestro y al poco rato lo negó tres veces (ver Jn 13, 37-38; 18,15-18.25-27).
    En esta ocasión en que Jesús le pregunta si lo ama, verbo que implica una total donación del corazón, Pedro ya no confía en sí mismo, se sabe frágil, débil, susceptible de ser infiel, así que a su “sí, Señor” añade:: “Tú sabes que te quiero” (Jn 21,15); usa un verbo que implica afecto, amistad.
     
  9. Dos veces pregunta Jesús a Pedro si lo ama, y las dos veces responde Pedro que lo quiere.
    Así, la tercera vez, Jesús, comprendiendo que Pedro no puede dar más, le pregunta si lo quiere.
    El Señor se abaja a su nivel, condesciende, acepta lo que puede darle.
    Así es también con nosotros.
    Comprensivo, sabedor de nuestros límites, no nos pide más de lo que podemos darle, pero eso sí, dentro de lo que podemos, ¡lo pide todo!
     
  10. Para reparar su triple negación, Jesús no le pide a Pedro más que su amor.
    También a nosotros nos permite compensar con caridad nuestra infidelidad.
     
  11. Pedro se quería ir solo a pescar; se tiró solo al agua dejó a los otros en la barca, quiso llegar antes, ser el primero.
    Jesús no lo deja desentenderse de los otros. Le pide apacentar Su rebaño.
    Lo ubica y nos ubica: quien quiera ser el primero ha de serlo en el amor y en el servicio.
     
  12. Tras dejarle ver que le aguardarán tiempos difíciles, Jesús invita a Pedro a seguirlo.
    También a nosotros nos ha invitado a ir tras Él.
    No es casualidad que en este Tercer Domingo de Pascua se proclame en Misa este fragmento del Evangelio de san Juan (ver Jn 21, 1-19).
    Es un epílogo que paradójicamente nos sirve de inspiración para comenzar.
    Comenzar y recomenzar cada día el seguimiento de Aquel sin el cual todo es oscuridad y esfuerzo vano; Aquel cuya sola presencia disipa nuestras tinieblas; Aquel que aguarda siempre en la orilla de nuestro mar, para alimentarnos, reparar nuestras fuerzas y lanzarnos a ir en Su nombre y con Él a anunciarlo a los hermanos.
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