Verdadera comida y bebida
Alejandra María Sosa Elízaga**
¿Por qué dijo Jesús: “Mi carne es verdadera comida y Mi sangre es verdadera bebida”? Si ya había dicho que había que comer Su carne y beber Su sangre, ¿por qué no sólo dijo: ‘Mi carne es comida y Mi sangre es bebida’?, ¿por qué usó el término: “verdadera”?, ¿qué existe acaso una comida que no es verdadera?
Sabemos que Jesús empleó esa palabra (lo leemos este domingo en el Evangelio que se proclama en Misa, ver Jn 6, 51-58), para que quedara bien claro que verdaderamente comemos Su carne y verdaderamente bebemos Su sangre; que lo recibimos a Él, en cuerpo y alma, y podemos entrar en comunión con Él, que está realmente presente en la Eucaristía, bajo el aspecto del pan y del vino.
Pero quizá cabe también considerar que dijo lo de “verdadera”, para invitarnos a notar que hay una gran diferencia entre comer Su carne y beber Su sangre, y comer o beber cualquier otra comida o bebida. Y es que lo que a primera vista parecería ser la ‘verdadera’ comida y bebida, la que consumimos todos los días para nutrirnos, no es nuestro verdadero sustento, no es lo que puede realmente saciarnos y fortalecernos.
Se puede captar mejor esto si centramos nuestra reflexión sobre un aspecto particular, por ejemplo, sobre lo que nos aporta cualquier comida en comparación con lo que nos da la Eucaristía.
Toda comida tiene como primer objetivo nutrirnos. Pero para lograr una nutrición completa y equilibrada nos vemos obligados a consumir una gran variedad de alimentos, porque no hay uno solo que contenga en sí todas las vitaminas, minerales, proteínas, carbohidratos y demás nutrientes que necesitamos. En cambio la Eucaristía es verdadera comida porque en ella sí recibimos todas las gracias divinas que necesitamos para nutrir el alma y mantenernos espiritualmente sanos. Decía Hipócrates: ‘que tu alimento sea tu medicina, y tu medicina sea tu alimento.’ Esto se cumple cabalmente en la Eucaristía.
En ese mismo sentido, pero en otro aspecto, cabe hacer notar también que no existe una sola comida que satisfaga gustos opuestos, que sea, por ejemplo al mismo tiempo crujiente y cremosa, fría y caliente, salada y dulce, seca y jugosa. En cambio la Eucaristía es verdadera comida que a todos les da lo que requieren sin importar qué tan diverso sea lo que cada uno necesita; es nuestro consuelo si estamos tristes y acompaña nuestro gozo cuando estamos alegres; sacia a quien tiene hambre de Dios y deja anhelándolo al que se creía saciado. Es alimento ideal, que siempre nos nutre y equilibra interiormente.
En toda comida existe un porcentaje de elementos que no se aprovechan o que pueden hacer daño, por ejemplo fibra, colesterol, ácido úrico, azúcares, saborizantes y colorantes artificiales, conservadores, por no mencionar que existe también el riesgo de que algo sepa mal, esté echado a perder, nos intoxique o nos produzca alergia. En cambio la Eucaristía es verdadera comida que aprovechamos cabalmente y que nunca hace daño a quien la recibe con el corazón adecuadamente dispuesto.
Todo lo que comemos está muerto o muere en cuanto lo ingerimos. En cambio la Eucaristía es verdadera comida en la que recibimos a Jesús que vive y nos comunica vida. Pero no una vida que termina. La principal característica de la Eucaristía, por la cual es ‘verdadera comida’, es que nos da vida eterna. De cualquier alimento te puedes privar, puedes hacer ‘dieta’ y no pasa nada, lo sustituyes con otro; en cambio a la Eucaristía, nada la sustituye. Quien se priva de ella cae en la anorexia espiritual, en la inanición, en la muerte del alma. Lo dijo Jesús: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y Yo lo resucitaré el último día” (Jn 6, 53-54).
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