Locura y debilidad
Alejandra María Sosa Elízaga**
Dicen que ‘para el que cree en Dios, mil preguntas no constituyen una duda. Para el que no cree en Dios, mil pruebas no constituyen una certeza’. ¿Por qué al que cree nada lo hace dudar? Porque, a diferencia de lo que se suele pensar, la fe no es simplemente un asunto intelectual que pueda echarse abajo a base de preguntas capciosas. La fe es una respuesta afirmativa que se le da a Dios, porque se le ha encontrado, Vivo y Presente, sea en Su Palabra, en la Eucaristía, en la oración, en una experiencia de conversión...Entonces el que cree no simplemente ‘piensa’ que Dios existe, sino que lo ha palpado en su propia existencia y por eso no hay pregunta que pueda hacerlo perder la fe, porque no le importa no tener todas las respuestas, sabe que Dios existe y que Él las tiene, y eso le basta. Y ¿por qué al que no cree de nada le sirven todas las pruebas que se le presenten? Porque si pretende aproximarse a Dios de un modo puramente intelectual, nada lo convence. Ya puede llegar alguien y decirle: ‘pero mira a tu alrededor, la creación entera, la perfección del mundo, tuvo que haber un Autor, un Ser Inteligente y Bueno que creara todo esto’, responderá: ‘la materia se creó sola, todo surgió de pronto en un ‘big bang’, y se acomodó perfectamente por pura casualidad’. O si se le dice: ‘acuérdate de cómo se arregló milagrosamente tu asunto cuando empezamos a orar por ti’, alegará: ‘de todos modos se iba a arreglar’; o peor: ‘es que le echaron montón a la buena vibra’. Y si tal vez le plantea: ‘mira cuántos testimonios, no sólo en la Biblia, sino de santos y santas y de mucha gente que ha captado la presencia de Dios’, contestará: ‘imaginaciones suyas’, y si por último tratara de hacerle ver: ‘alguna vez has reconocido que sientes un vacío interior, que no se sacia con nada; es porque hay un hueco en tu alma que sólo Dios puede llenar, te hace falta Él’, replicará: ‘no, no es eso, es que he andado ‘depre’...’. ¡No hay modo de ganar con alguien así! El que no cree está esperando tener todas las respuestas antes de creer, no se pone a pensar que si las tuviera, ¡sería Dios! Y si pide señales y éstas se le conceden, de inmediato considera que fue pura ‘chiripada’, las desestima y pide más.
Tenemos dos ejemplos de incrédulos en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Cor 1, 22-25). Dice san Pablo: “los judíos exigen señales milagrosas y los paganos piden sabiduría” (1Cor 1,22). A los judíos se les habían dado ya muchas señales, entre otras cosas, habían visto a Jesús curar incurables y revivir muertos, pero ¡ni así se conformaban!, tal vez pensaban que aquellos enfermos estaban fingiendo, o que aquellos muertos estaban durmiendo. Cuando se trata de racionalizar, de resistirnos a la fe, nos pintamos solos para hallar pretextos para no dar nuestro brazo a torcer. Por su parte que los paganos pidieran sabiduría no se refiere a la sabiduría que proviene de Dios, sino a que querían una fe lógica, que coincidiera con sus criterios filosóficos (como les pasa hoy a muchos, que están esperando que la religión se amolde a su concepto de lo que está bien, de lo políticamente correcto, de lo que no les cuesta trabajo, de lo que les parece razonable).
En el fondo ambos estaban esperando que Dios fuera como ellos querían. ¿Qué hacer ante estos casos?, ¿procurar ceder, darles gusto, predicarles un Dios a su medida? No, eso no les haría bien, todo lo contrario. Dice el Papa que darle a la gente por su lado para que se acerque a la fe no es hacerles un favor, nunca se debe renunciar a la verdad para atraer almas. Muchos han querido ganar adeptos presentando una imagen distorsionada de Dios, presentándolo como el que los sacará de pobres o les impedirá sufrir, o el que es tan manga ancha que todo lo permite y ‘apapacha’, pero eso no es cierto. La fe exige esfuerzo, pasar por la puerta estrecha, y a la gloria se llega por la cruz, no hay atajos. Por eso dice san Pablo: “nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos” (1 Cor 1,23).
Quienes esperan que Dios se adapte a sus expectativas tal vez queden momentáneamente defraudados si se les predica a Cristo crucificado, los escandaliza, les parece una locura que Jesús, siendo Dios, en lugar de llegar a imponerse con poder y fuerza, hubiera elegido el camino de la humildad, la mansedumbre, el sufrimiento, la entrega de Su vida, Su muerte en la cruz. Pero tarde o temprano comprenderán que, aunque a los ojos del mundo no lo parezca, es en ese camino donde está la verdadera grandeza, el máximo poder divino, lo que Pablo llama “la fuerza y la sabiduría de Dios” (1Cor 1, 24). Pues fue en la aparente debilidad de Cristo, clavado y muerto en la cruz, que derrotó con fuerza el mal, el pecado y la muerte; fue gracias a aquella aparente sinrazón de que tuviera que sufrir, padecer y morir en la cruz, que hoy podemos encontrarle sentido a nuestros sufrimientos, unirlos a los Suyos y convertirlos en camino de santidad y redención.
Fue en Cristo crucificado que se cumplió el plan de salvación de Dios. Por eso no vale predicar ninguno otro, intentar presentar un cristianismo ‘sensato’ o unas pruebas a la medida del gusto de cada quien. Y cabe confiar en que, tarde o temprano, y por la misericordiosa gracia de Dios, aun los más reacios a admitirlo hoy, lleguen un día a captar que, como dice san Pablo: “la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres” (1 Cor 1,25).