¿Podemos ser buenos sin Dios y sin la Iglesia?
Alejandra María Sosa Elízaga*

¿Podemos ser buenos sin Dios?, pregunta el apologeta católico Todd Aglialoro en su blog. Dice que sin duda hay no creyentes que son buenas gentes, pero hace notar que tener fe marca una grandísima diferencia. Y da cuatro poderosas razones:
1. Dios determina lo que es bueno
Los criterios humanos son cambiantes, se dejan influir por diversos factores. Si cada uno decide qué es bueno o malo, puede considerar bueno robar o matar, sería el caos.
Sólo Dios, que nos creó y sabe lo que nos conviene, tiene autoridad para definir lo que es bueno y lo que no.
2. Dios da una perspectiva eterna
Saber que nuestras decisiones, lo que hagamos o dejemos de hacer en este mundo determinará dónde pasaremos la eternidad, nos motiva a ser buenos, a diferencia de quien piensa que no hay Dios que le pida cuentas, así que no le importa hacer o dejar de hacer lo que sea.
3. Dios nos da un verdadero humanismo
Todos amamos a nuestros seres queridos y hay quien está dispuesto a ayudar a los necesitados, pero los creyentes estamos dispuestos a ir más allá y hacer algo que muchos no creyentes consideran insensato e incluso repulsivo: amar a los enemigos; perdonar, hacer el bien a quien nos ha hecho un mal; defender la vida desde su concepción hasta su fin natural.
4. Dios da Su gracia
Todos pecamos, pero los creyentes contamos con la gracia de Dios para librarnos del pecado.
Concluye T.A. que necesitamos a Dios para ser verdaderamente buenos.
|Y aprovechando que en este domingo conmemoramos que María y José llevaron a Jesús a presentar al Templo (ver Lc 2, 22-40), es interesante constatar que el plan de Dios consideró que ellos tuvieran con Él no sólo una relación vertical, sino integrarse en una comunidad de creyentes y participar plenamente de sus preceptos y tradiciones.
Por ello, y dado que hay quien plantea que sólo necesita a Dios y no a la Iglesia, podemos llevar más allá la pregunta inicial y cuestionar: ¿Podemos ser buenos sin la Iglesia?Y al igual que en el caso anterior, la respuesta es que para ser verdadera y plenamente buenos, necesitamos a la Iglesia. Consideremos estas cuatro razones:
1. La Iglesia nos ayuda a interpretar la voluntad de Dios y aplicarla en nuestra vida cotidiana
Conocemos a Dios a través de la Biblia, pero la Biblia se presta para muchas interpretaciones, incluso hay quien se atreve a citarla para avalar hacer algo malo.
Para entenderla correctamente y aprovecharla para bien propio y de los demás, necesitamos a la Iglesia, fundada por Cristo, conducida por el Espíritu Santo y que fue la que determinó cuáles eran los libros inspirados que debían integrar la Biblia, y cómo interpretarla.
2. La Iglesia nos integra a la gran familia de Dios y nos llama a edificar y a habitar, ya desde ahora, el Reino de los Cielos
Nos anima a ser buenos, a rezar, a imitar a Cristo, a aprovechar los ejemplos y enseñanzas de creyentes sabios y santos de todos los tiempos.
En un mundo en el que lo bueno se presenta como malo y viceversa, la Iglesia es un referente indispensable para no perder la brújula.
3. En la Iglesia aprendemos a pedir perdón y a perdonar; a amar como Cristo nos ama; a hacer el bien sin mirar a quién
Pertenecer a la Iglesia es pertenecer a la institución que más ayuda humanitaria da en todo el mundo, sin distinción de credos, razas, situación económica, política o social.
4. La Iglesia nos da a través de los Sacramentos, la gracia divina indispensable para poder cumplir lo que pidió Jesús (ver Lc 6,35; Mt5,48), y ser no sólo ser buenos, sino santos
Por nosotros mismos no tenemos lo que se necesita para ser santos. Caemos, fallamos, nos dejamos dominar por el pecado. Sólo con la ayuda de la Iglesia, a la que Cristo fundó y dio la autoridad y la gracia para ayudarnos, podemos lograrlo.
Es significativo que en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa, Dios anuncia que enviará a Su mensajero al santuario del Señor. No lo envía a una llanura, a un valle, a una playa, lo envía a un santuario.
Es en la Iglesia donde somos evangelizados, santificados y enviados.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Murmullo de brisa”, Col. ‘La Palabra del Domingo’, Ediciones 72, México, p. 35, disponible en Amazon).