La mejor noticia
Alejandra María Sosa Elízaga*

Si te sientes agobiado o deprimido por las malas noticias que abundan hoy en día en los noticieros, en los periódicos y en la existencia misma, entonces el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 1, 1-4; 4,14-21) es para ti.
En él se narra lo que hizo Jesús cuando inició Su ministerio público: fue a la sinagoga de Nazaret, el pueblito donde se había criado, y proclamó la Sagrada Escritura.
Considera esto: si un maestro no estuviera ceñido al temario de la escuela, sino pudiera elegir libremente el tema de la primera clase que diera en su vida, el que eligiera hablaría mucho de él, revelaría lo que considerara más importante, lo que más le interesara dar a conocer a sus alumnos. Así también resulta muy significativo el texto que Jesús eligió para esta primera ocasión en la que, al inicio de Su misión, proclamaría y comentaría la Palabra de Dios a gente que le era muy conocida y querida, gente con la que se había criado, de la que conocía bien sus necesidades y esperanzas.
Dice san Lucas que Jesús eligió, del volumen del profeta Isaías, un texto (ver Is 61,1-2) que anunciaba que el Espíritu de Dios estaba sobre Él y explicaba a qué lo había enviado, y es algo tan consolador que vale la pena detenernos a saborearlo. Lo envió:
A llevar a los pobres la Buena Nueva.
Es decir, que a aquellos que despojados de todo, que suelen ser atropellados en sus derechos, que no creen que las cosas mejoren porque nadie los toma en cuenta y se sienten olvidados y rechazados, les anuncia la buena noticia de que Dios los ama, los escucha, les tiende la mano y les regala algo que ni aunque fueran ricos podrían comprar: Su misericordia y la esperanza de la salvación.
A anunciar la liberación a los cautivos
A los que se encuentran atrapados por algo más fuerte que ellos de lo que no logran liberarse: un vicio, un pecado, un hábito que los esclaviza, una situación de la que no saben cómo salir, les anuncia que viene a darles libertad, la verdadera libertad interior, la del alma, la que sana, la que purifica, la que aligera los pasos porque permite enderezar el camino y retomarlo con renovados bríos.
A anunciar la curación a los ciegos
Hay muchos que van por la vida sin ver. Ciegos a la presencia del Señor, ciegos a los dones que Él derrama sobre ellos a manos ciegos. Creen que ven pero en realidad caminan en la oscuridad y no son felices. Jesús les anuncia que viene a devolverles la vista. Aquel que es la Luz viene a desterrar las tinieblas de los corazones.
A dar libertad a los oprimidos
A los que viven una situación que los oprime, que los desanima, a los que sufren. Jesús viene a levantar el peso que los aplasta y a invitarlos a tomar sobre sí el yugo ligero que Él ofrece, el de vivirlo todo con Él y como Él, con y por amor.
A proclamar el año de gracia del Señor
Jesús viene a anunciar la gratuidad de Dios, que todo es don, que todo es regalo Suyo, fruto de Su generosidad desmedida, de Su amor ilimitado.
Cuenta san Lucas que cuando Jesús terminó de proclamar este texto, dijo: "Hoy mismo se ha cumplió este pasaje de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4,14).
Qué emoción para Él, cuyo Espíritu inspiró las palabras que acaba de proclamar, poder afirmar esto. Y qué emoción para nosotros descubrir que esta afirmación no se refiere a algo que sucedió en el pasado, sino que sigue vigente hoy. Hoy se sigue cumpliendo ese pasaje de la Escritura, hoy sigue el Señor haciéndose presente en nuestra vida para darnos la Buena Nueva de Su Palabra y de Sí mismo en la Eucaristía; hoy sigue liberando cautivos y oprimidos, mediante el Sacramento de la Confesión: hoy sigue con abriendo los ojos de los ciegos para que puedan ver, y hoy sigue sin cesar derramando Su gracia entre nosotros; realmente ¡la mejor noticia que puede haber!
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La mirada de Dios”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 32, disponible en Amazon).