y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Respuestas

Alejandra María Sosa Elízaga*

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Hace años había un concurso televisado en el que profesionistas trataban de ganarse una suma de dinero respondiendo preguntas sobre materias que se estudian en la primaria. Contaban con cierta asesoría de alumnos que la cursaban, pero cuando de plano no sabían la respuesta y decidían retirarse del juego con lo que hasta el momento habían obtenido, antes tenían que reconocer públicamente: 'soy profesionista, pero un niño de primaria ¡sabe más que yo!'.

Ay, si hubiera existido ese concurso hace dos mil años, ciertos personajes que aparecen en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 2, 41-52) hubieran tenido que reconocer públicamente su ignorancia, pero no en temas de primaria, sino en el de mayor importancia que puede haber: la Palabra de Dios, y no por haber sido superados por cualquier niño, sino nada menos que por el niño Jesús.

Cuenta San Lucas que para las fiestas de Pascua, María y José fueron a Jerusalén con Jesús, que ya tenía doce años, pero cuando volvieron, Jesús se quedó allá sin que María y José lo supieran.

Era común que en las caravanas de peregrinos las mujeres viajaran por un lado y los hombres por otro, por lo que probablemente María pensó que Jesús estaba con José y éste creyó que el Niño estaba con ella. Cuando se dieron cuenta de que no era así,  comenzaron a buscarlo y se regresaron a Jerusalén.

Por fin, tras una búsqueda, durante la cual se sintieron 'llenos de angustia' (Lc 2,48c), (que se extraviara el Hijo de Dios ¡no era para menos!), lo hallaron al tercer día en el Templo, sentado en medio de doctores (llamados así no porque fueran médicos sino por su conocimiento de las Sagradas Escrituras).

Dice San Lucas que Jesús estaba: "escuchándolos y haciéndoles preguntas" (Lc 2, 46c), pero luego añade que "todos los que lo oían se admiraban de Su inteligencia y de Sus respuestas" (Lc 2,47).

¿Por qué primero dice que los escuchaba y les hacía preguntas y luego comenta que todos se admiraban de lo que Él respondía?  ¿Qué no se supone que era el niño Jesús quien hacía las preguntas?, ¿por qué entonces también daba Él las respuestas?

Podemos aventurar una razón: porque seguramente les hizo preguntas a las que no supieron replicar, por lo que Él tuvo que contestarlas, pero no como para lucirse dejando callados a esos señorones, sino para ayudarlos a que se cuestionaran profundamente algunas cosas, por ejemplo, que se habían conformado con tener muchos conocimientos, pero memorizados, sin penetrar en su sentido, sin plantearse interrogantes, sin dejarse cuestionar o mover (como aquellos 'expertos' consultados por Herodes cuando llegaron los magos de Oriente, que supieron consultar en las Sagradas Escrituras que el Mesías nacería en Belén, pero ¡no se les ocurrió ir a verlo!).

Es interesante que se proclame este Evangelio en este día en que la Iglesia celebra a la Sagrada Familia, cuando estamos invitados a poner la mirada no sólo en la familia de Nazaret, sino también en la nuestra.

Y es que hoy en día hay tantas familias que, como esos doctores de la Ley, se han conformado con una religiosidad vacía, con realizar lo mínimo que se les requiere, pero por compromiso, sin corazón; sólo para cumplirle a Dios, no para tener o estrechar una amistad con Él, y enseñan a sus niños a memorizar, pero no a vivenciar las verdades de la fe, y así, poco a poco, se van quedando sin respuestas y luego tratan de encontrarlas en donde no las hallarán (en sectas, en la ‘nueva era’, en prácticas supersticiosas, etc.).

Ojalá dejaran a Jesús estar en medio, como estuvo en el Templo, porque haría las mismas tres cosas que hizo ahí, y les resultarían ¡tan sanadoras!

Primero les escucharía, podrían volcar su corazón en Él.

Luego les cuestionaría, animándoles a replantearse muchas cosas, a renovar su vida de fe, a descubrir la riqueza de vivir los Sacramentos no como rituales obligatorios y carentes de sentido, sino como encuentros con Él, que está siempre esperando para recibir con los brazos abiertos a quien se le acerque en la Reconciliación, en la Eucaristía, en la lectura de Su Palabra, en la oración.

Y por último, pero no por ello menos importante, les daría respuesta a todas esas interrogantes surgidas de lo más hondo del corazón, que nadie más que Él puede conocer, y nadie más que Él sabe responder.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La mirada de Dios”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 20, disponible en Amazon)

Publicado el domingo 29 de diciembre de 2024 en la pag web y de facebook de Ediciones 72