La verdadera razón de la alegría
Alejandra María Sosa Elízaga*
Muchas personas creen que la alegría de la Navidad se debe a que se decoran las casas y calles con foquitos de colores, flores de nochebuena y brillantes esferas, se reciben regalos y se cena sabroso, pero esta manera de ver la Navidad deja afuera de la celebración a ¡muchísima gente!
Los que no pueden comprar arbolito, se apenan; los que no tienen dinero para dar algo 'apantallador' se acomplejan; los que no recibieron un buen regalo, se sienten defraudados; los que no son invitados a ninguna posada ni tienen con quién cenar el 24, se deprimen, y así sucesivamente.
Gracias a los comerciantes, mucha personas se han ido, como decimos, 'con la finta', ya no le encuentran a la Navidad su verdadero sentido y la ven venir con horror: les parecen los gastos, excesivos; los adornos, ridículos; las reuniones familiares, fastidiosas; la nostalgia por los que ya no están, insoportable y están hartos de oír villancicos ¡hasta en el supermercado!, en suma: con gusto borrarían la Navidad del calendario.
Como contrapeso a todo esto, en este Tercer Domingo de Adviento (también llamado ‘Gaudete’ -que en latín significa: 'alegraos'- y en el que se enciende la vela rosa de la corona de Adviento, como símbolo de alegría) la Segunda Lectura que se proclama en Misa (ver Flp 4, 4-7), pone las cosas en su lugar (a buena hora, pues todavía faltan diez días para Navidad). Dice San Pablo: "Alégrense siempre en el Señor; se los repito: ¡Alégrense!...El Señor está cerca. No se inquieten por nada..." (Flp 4, 4.5b)
¡He aquí la verdadera y única razón para la alegría!, no que un señor gordo vestido de rojo supuestamente reparta regalitos, ni merendarse a un pobre guajolote, ni siquiera recibir un aguinaldo, porque todo eso es pasajero y se acaba.
Que el Señor está cerca, en cambio, ¡sí es motivo de auténtico gozo!
Significa que Dios te ama tanto que sin tener ninguna necesidad de ello quiso hacerse humano para acercarse a ti, para compartir contigo todo lo que tú vives, pero no sólo como un gesto de solidaridad admirable, sino para darle un sentido a tu existencia y rescatarte de todo aquello de lo que nunca hubieras podido salir por tus propio esfuerzo: el dolor, la tristeza, la desesperación, el miedo, el pecado, la muerte.
La alegría de esta temporada no está destinada -como este mundo consumista se empeña en hacernos creer- a unos cuantos que tienen con qué y con quién celebrar.
La Navidad llega ¡para todos!: para ese enfermo que pasará ese día en el hospital; para ese anciano a quien nadie visita; para ese niño que no tendrá regalo en su zapatito, y tal vez ni siquiera zapatito; para esa persona que llora la muerte de alguien muy querido; para todos los que vivimos en este mundo violento e injusto y nos sentimos tentados a tener demasiadas razones para el miedo y la desesperanza.
Llega la Navidad para ti, seas quien seas, estés donde estés, a recordarte que Aquel que te creó por amor no te ha abandonado, que está justo aquí, a tu lado, que Dios ha querido venir a acompañarte, no sólo cuando te sientes bien, sino en tu enfermedad, en tu pobreza, en tu dolor, ayudándote a encontrarle sentido a todo, mostrándote un camino, sembrando una esperanza en tu corazón que te permita descubrir en tu vida la mayor razón para la alegría, lo que anunciará San Juan en su Evangelio el día de Navidad: que Jesús es la luz verdadera que nos vino a iluminar, y que no hay tiniebla que la pueda derrotar.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Vida desde la Fe”, Col. ‘Fe y Vida’, Ediciones 72, México, p. 62, disponible en Amazon).