Perdónate
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Sabes de qué pecado se suele ir a confesar la gente con asombrosa frecuencia? Me lo dijo un sacerdote, pero no vayas a creer que me reveló un secreto de confesión. Lo que me dijo fue que mucha gente se confiesa ¡del mismo pecado del que ya se confesó quién sabe cuántas veces antes! Y no porque lo haya vuelto a cometer, eso sí ameritaría que lo volviera a confesar, se trata de un pecado pasado, ya confesado, que la persona no puede creer que Dios le haya perdonado.
Son muchas las personas que a pesar de haber recibido la absolución no se quedan tranquilas, sienten que todavía deben confesarse de lo mismo una y otra y otra vez y otra vez.
¿A qué se debe esto? Cabe pensar que a una poderosa razón: a que, a pesar de haber recibido el perdón de Dios, el de la Iglesia, el de los demás, no se han perdonado a sí mismas. Siguen conservando intacto su sentimiento de culpa y de vergüenza por algo que hicieron o dejaron de hacer, y sin importar el tiempo transcurrido siguen reviviendo aquello como si hubiera sucedido ayer, y siguen sintiendo la compulsiva necesidad de confesarlo, como para ver si ahora sí sienten que de veras fueron perdonadas. Lo malo es que para ellas el perdón que reciben de fuera nunca les alcanza, porque tienen en su interior un inmenso abismo de desesperanza.
Si estás tú en ese caso, la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Heb 10, 11-14.18) tiene un mensaje para ti. Dice: "Una vez que los pecados han sido perdonados, ya no hacen falta más ofrendas por ellos." (Heb 10, 18).
¿Qué significa esto? Que si ya te arrepentiste sinceramente de tus pecados, los confesaste y recibiste la absolución, puedes -y debes- empezar de ceros, a partir de ese momento vivir un verdadero 'borrón y cuenta nueva', grabarte en la cabeza que no tiene caso que vuelvas a confesarlos porque ya no existen, quedaron borrados para siempre. Si ello te parece difícil, quizá pueda ayudarte seguir estos siete pasos:
1. Pide ayuda al Espíritu Santo: que te ilumine y te ayude a verte con misericordia, paciencia y paz.
2. Examina tu conciencia, pregúntate ¿por qué no logras perdonarte? ¿Será que te exiges demasiado? ¿Será que por ahí se coló un poquitín de soberbia que te vuelve impaciente con tus miserias? (¿¿¡¡cómo es posible que haya yo sido capaz de caer así??!!). Tal vez es hora de que comprendas que eres, como todo ser humano, falible, capaz de hacer, como decía san Pablo, el mal que no quieres hacer, en lugar del bien que te gustaría (ver Rom 7, 19-20).
3. Decídete. Recuerda que Dios te ha perdonado y te pide que perdones, y eso implica no sólo perdonar a otros, sino perdonarte tú. Y piensa que si no te perdonas te haces un daño físico por vivir en constante tensión, malhumor, tristeza y desánimo, y te haces también un grave daño espiritual, pues te vas convirtiendo en una persona amargada, intolerante consigo misma y con otros, de corazón endurecido.
4. Ora por ti al pie de la cruz: Pídele a Jesús que te conceda la gracia de comprender cuánto te ama, cómo te mira siempre amoroso, cómo nunca ha dejado de considerarse Amigo tuyo, al grado de haber dado Su vida por ti, para rescatarte del pecado y de la muerte. Permítele que te libere del yugo que vienes arrastrando, de esa carga que no te deja ser feliz. Déjala al pie de la cruz y disponte a continuar tu vida de la mano de Aquel que dijo que no vino por los justos, sino por los pecadores.
5. No te juzgues ni te condenes. Sólo Dios puede juzgar porque sólo Él sabe lo que hay en el fondo de nuestros corazones, las experiencias que nos influyen y que quizá ni siquiera recordamos o conocemos. Deja de flagelarte. Calla esa voz interior que te critica o te regaña. Suprime las frases negativas que acostumbras decirte. Aprende a verte como te ve Dios: desde la comprensión y la misericordia.
6. Haz el bien: Si acaso es posible, busca la manera de hacer un bien a quienes resultaron afectados por ese pecado que no te has perdonado. Y eso te incluye también a ti: lo que hiciste ya no tiene remedio, pero puedes aprender de ello y aprovecharlo para ser mejor. Permite que haber vivido aquello te convierta en una persona más atenta a no volver a caer, dispuesta a ayudar a otros a no caer y compasiva con quienes caen. Aprovecha para orar por todos los involucrados: ponlos en las manos amorosas del Padre, y pídele que, como al hijo pródigo, les conceda sentirse siempre acogidos y abrazados por Él.
7. Esfuérzate por olvidar ese pecado confesado y perdonado. Deja de atormentarte repasando los detalles. Como decía aquella canción de José José: 'ya lo pasado, pasado'. Aprende de esta anécdota:
Cuentan de una santa viejita que le dijo a su obispo que ella recibía revelaciones de Dios. El obispo no le creyó, y decidió solicitarle una prueba contundente, algo que sólo Dios le pudiera dar. Le dijo: ‘A ver, la autorizo a que le pida a Dios que le cuente los pecados de los que me confesé esta mañana’. La ancianita se fue y regresó en la tarde. El obispo la recibió enseguida. Y tuvo lugar este diálogo entre ambos:
-¿Qué pasó?, de nuevo Dios le ‘habló’?
-Sí, Monseñor.
-Y le pidió Ud. que le revelara los pecados de los que hoy me he confesado?
-Sí, Monseñor.
-Y ¿qué le contestó?
-Que ya los había olvidado...
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “El regalo de la Palabra”, Col. ‘Fe y vida’, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 154, disponible en Amazon).