4 modos de amar a Dios
Alejandra María Sosa Elízaga*
Lo que ocurre este domingo en Misa con la Primera Lectura (ver Dt 6, 2-6) y el Evangelio (ver Mc 12, 28-34), me hizo recordar dos ilustraciones que publicaban en un periódico que leía mi papá cuando yo era chica. Parecían idénticas, pero había entre ellas detalles distintos que debía uno descubrir. Mi papá siempre me llamaba y me decía: ‘niña Ale, a ver si encuentras las diferencias.’ Me encantaba escudriñar con él cada una para descubrir en qué no eran iguales.
En el caso de las Lecturas dominicales, un hombre y Jesús citan el mismo texto del libro del Deuteronomio, pero no lo citan igual. Jesús le añadió algo, y a diferencia de lo que ocurría con aquellas imágenes, que uno simplemente veía en qué no se parecían, sin preguntarse a qué se debía la diferencia, aquí sí conviene que nos preguntemos por qué Jesús le añadió algo al texto, pues es muy importante para nuestra vida de fe.
Veamos de qué se trata.
En la Primera Lectura leemos lo que se conoce como “Shemá, Israel”, o “Escucha, Israel”, pues inicia con esa exhortación a escuchar, que hizo Dios a Su pueblo a través de Moisés, y en la que le manda: “Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.” (Dt 6, 4-5).
Por su parte, en el Evangelio narra san Marcos que un escriba, es decir, un experto en la Ley de Moisés, se le acercó a Jesús a preguntarle cuál era el primero de todos los mandamientos, una duda comprensible porque había más de 613 mandamientos, entre prohibiciones e imposiciones, por lo que era lógico querer averiguar cuál era realmente el fundamental.
Jesús le respondió: “Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” (Mc 12, 29-30).
Aparentemente ambos textos citados son idénticos.
Ambos textos están en singular, dirigidos a Israel, lo cual significa que están dirigidos también a nosotros que somos la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios.
En ambos textos se pide escuchar, es decir, no prestar oídos sordos a la voz de Dios, sino ponerle verdadera atención, ¿para qué? No sólo para saber lo que dice, sino para obedecerlo. Consideremos algo muy importante: a Dios no lo inventamos nosotros, Él se nos reveló. Y ante un Dios que nos habla, no cabe otra actitud que la de la atenta escucha.
En ambos textos se afirma que Dios es el único Señor, es decir, que no hemos de adorar nada ni a nadie más que a Él.
En ambos textos se nos pide amarlo con todo el corazón. Cabe aclarar que, a diferencia de nosotros, que consideramos el corazón como la sede del sentimiento y el afecto (y por eso enviamos corazoncitos en los mensajes para expresar cariño), en la Sagrada Escritura el corazón es considerado la sede de la voluntad. Es decir que amar a Dios no consiste sólo en sentir bonito, sino implica una decisión voluntaria.
En ambos textos se nos pide amarlo con toda el alma, se refiere al espíritu que anima todo nuestro ser.
Y en ambos textos se nos pide amarlo con todas las fuerzas, es decir, empeñarnos a toda costa en agradarle, en cumplir Su voluntad, lo cual exige esfuerzo e incluso sacrificio.
Pero hay una diferencia, ¿la notaste?
Jesús añadió que hay que amar a Dios “con toda nuestra mente.”
¡Qué interesante que incluya la mente! Hoy en día en que mucha gente cree que tener fe es para gente ignorante y supersticiosa, que no piensa, que no razona, Jesús nos pide emplear toda nuestra mente, es decir, que en nuestra relación con Dios incluyamos no sólo sentimientos, sino razonamientos.
Se equivocan quienes creen que la fe y la razón son incompatibles. El Papa san Juan Pablo Magno escribió una encíclica llamada “Fides et Ratio” (¡no te la pierdas!), en la que afirma que la fe y la razón son como dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad.
San Agustín las consideraba unidas e indispensables, él pedía: “Entiende para creer, cree para entender.”
¿Qué significa entonces para nosotros que Jesús nos pida amar a Dios con toda nuestra mente? Que la invitemos a nuestra relación con Él, que además de orar, además de ir a Misa, confesarnos, practicar devociones y obras de misericordia, etc. nos adentremos en el conocimiento de Dios como quien penetra en una mina cuyas vetas son de una riqueza inagotable. Que leamos la Palabra de Dios, el Catecismo de la Iglesia Católica; estudiemos los documentos vaticanos, los escritos de los santos; que reflexionemos y profundicemos en nuestra fe.
Amar a Dios con toda nuestra mente nos llevará a descubrir que las inquietudes más hondas y las preguntas más relevantes que los seres humanos nos podemos plantear, solamente Él las puede contestar.