¡Sí que está viva!
Alejandra María Sosa Elízaga*
'¿Cómo que viva?, yo no veo que se mueva ni que hable, y si arrimo la oreja no percibo ningún latido. No se ve muy viva que digamos, más bien todo lo contrario'.
Así pensaba hace 'sopetecientos' años, cuando escuché por primera vez las palabras que se proclaman en Misa este domingo en la Segunda Lectura (ver Heb 4, 12-13):
"Es viva la Palabra de Dios"
Me preguntaba qué quería decir eso de “viva”, si la Palabra de Dios, la Biblia, era un libro, y un libro es una 'cosa' que no tiene vida. Suponía que llamarla “viva” era simplemente una metáfora, una manera de hablar que no se podía tomar al pie de la letra. ¡Qué equivocada estaba!
Bastó que me decidiera a comenzar a leerla un poquito cada día para darme cuenta enseguida de que esta Palabra no era como ninguna otra. Tenía una característica sorprendente: siempre venía al caso, siempre era la respuesta pertinente a lo que en ese momento estaba sucediendo. No se sentía para nada como algo que perteneciera al pasado y hubiera perdido vigencia; parecía más bien como la respuesta que podría darte una persona con la que estuvieras platicando y a la que en ese momento le hubieras contado lo que te estaba ocurriendo.
¡En verdad es una Palabra viva!, claro, como que la pronunció Aquel que vive desde siempre y para siempre, y como está continuamente a tu lado sabe lo que te sucede y lo que necesitas escuchar, y te lo da, y siempre acierta.
De ahí que añada san Pablo que la Palabra, además de viva es "eficaz y más penetrante que una espada de dos filos", y "llega hasta lo más íntimo del alma" (Heb 4, 12). Cuando descubres esta característica de la Palabra no puedes menos que querer convertirla en tu mejor consejera, y consultarla con tanta frecuencia que la Biblia bien podría traer una advertencia en la portada: 'provoca adicción: una vez que le agarres el gusto, ya no podrás dejarla...'
Nada se compara a lo que te da la Palabra de Dios: la guía de Aquel que es la Luz que verdaderamente ilumina tu camino, que realmente te conduce bien y hacia el bien. Leer la Palabra es entrar en contacto con Aquel que por amor te creó y quiere salvarte, y por eso siempre te dice algo para ayudarte a vivir en plenitud de paz y gozo, y acoger la salvación que Él te ofrece. ¡Qué patético que en lugar de buscar orientación en la Palabra, tanta gente consulte a esos embaucadores rodeados de velas encendidas o envueltos en trajes estrambóticos, y cuyos desencaminadores consejos, emitidos con gutural o exótico acento y supuestamente inspirados por astros, cartas o deidades orientales, salen muy caros, no sólo por lo que cuestan en términos monetarios, sino por su tremendo costo espiritual para quien cae en su diabólico engaño!
Cabe aclarar que leer la Biblia tiene sus 'asegunes' por lo que conviene que tengas en cuenta 4 cosas:
1. Es en realidad una biblioteca que reúne setenta y tres libros (cuarenta y seis del Antiguo Testamento y veintisiete del Nuevo), escritos a lo largo de alrededor de diez siglos, en los más distintos géneros literarios y con objetivos y destinatarios muy diversos, así que no es recomendable leerla de corrido, de principio a fin como si fuera un libro. Quien hace eso suele toparse con la complicación de abordar textos tediosos o difíciles de entender. y sucumbe a la tentación de abandonar la lectura y quedar 'vacunado' para siempre pensando que toda la Biblia es aburrida o incomprensible , o puede tomar la lectura como un reto solamente intelectual que al final dejará su alma vacía. Un famoso escritor mexicano que se las daba de 'ateo' se jactaba de haber leído la Biblia siete veces: claro ejemplo de que leer sin parar del Génesis al Apocalipsis no aprovecha.
La Biblia debe ser saboreada de a poquito, dejando que su riqueza penetre, como dice san Pablo, "hasta las junturas del alma y del espíritu".
Lo mejor sea que empieces a leerla por el Nuevo Testamento, tomando por ejemplo un Evangelio (quizá el de San Marcos, que es el más breve, o el de San Lucas, que es más cercano a nuestra mentalidad). Eso permite que de entrada, te encuentres con Aquel de quien habla y quien te habla en toda la Escritura: Jesús; descubras cómo piensa, qué dice, qué hace; lo sientas vivo y presente, y entables con Él una relación de confianza y de amor: lo que constituye finalmente la razón y el objetivo de leer la Palabra.
2. Dice san Pedro que la Escritura no es para interpretación privada (ver 1Pe 1, 20), así que ante ciertos textos que podrían ser entendidos de modos muy diversos y aun opuestos, busca qué interpretación da la Iglesia Católica. Considera que fue ella la que nos dio la Biblia, y que una de las razones por las que Jesús fundó la Iglesia fue para que hubiera una autoridad competente que, inspirada por el Espíritu Santo que prometió enviarle para guiarla hacia la Verdad y recordarle Sus Palabras (ver Jn 14,26; 16,13), ayudara a los fieles a interpretar sin error la Sagrada Escritura.
Te reitero, como en otras ocasiones, que puedes consultar los textos de los Evangelios en los cursos bíblicos gratuitos que ofrezco en www.ediciones72.com
Son fáciles de comprender y están basados en expertos bíblicos católicos, desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, hasta contemporáneos.
3. No se te ocurra jugar a la ‘ruleta bíblica’, es decir: abrirla donde caiga, señalar un texto sin verlo y luego leerlo como si fuera un mensaje directito que te envía Dios ahorita.
Cuentan que alguien que hizo eso, puso el dedo allí donde dice: ‘Judas se ahorcó’ (Mt 27, 5). Ah, ¿verdad? No te gustaría que te tocara ese texto a ti!
4. Antes de leer esa Palabra viva con la que Dios quiere hablarte encomiéndate al Espíritu Santo: pídele que abra tu corazón para que sepas acogerla y reaccionar a ella como el Señor espera, y date tiempo para 'rumiar' lo leído: releerlo, reflexionarlo, ponderar qué significa, cómo se relaciona con lo que estás viviendo, qué te da, qué te pide, a qué te mueve...
Que la Palabra esté "viva" implica que tiene para ti un mensaje divino, maravilloso, siempre vital, actualizado, pero cuidado: implica también que no permitirá que te conformes con conocerla y olvidarla, pues una vez que la dejes hablarte ya no se callará e insistirá hasta ver que le respondes...
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “El regalo de la Palabra”, Col, ‘Fe y vida’, vol. 3, Ediciones 72, México, p. 141, disponible en Amazon).