No dejes para mañana...
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Sabes cuál es la principal razón por la que las personas no cumplen sus propósitos de año nuevo? No es el olvido ni la falta de voluntad, es simple y llanamente que los van posponiendo y posponiendo, hasta que ¡zas!, llega otro año nuevo y comprueban con sorpresa y vergüenza que el tiempo pasó más rápido de lo que esperaban y se les terminó. Fueron 'dejando para después' empezar a hacer ejercicio, o comer sanamente o arreglar el clóset, y cuando acordaron fue demasiado tarde.
Y esto aplica también para las cosas de Dios. Son muchos los creyentes que se pasan la vida haciendo buenos propósitos porque desean crecer en su fe: 'ahora sí quiero aprender a orar', 'quiero ser más espiritual', 'quiero acercarme más a Dios'; pero lamentablemente van posponiendo tanto el momento de realizarlos que no lo hacen ¡nunca!
Y cabe hacer notar que aquí entra en juego no sólo su propia desidia, sino la intervención de un enemigo que no desea que tales propósitos prosperen y deja escuchar una vocecilla que dice: '¡bien por ti!, pero déjalo para después, ¿qué prisa tienes?, ya habrá oportunidad para eso más adelante; ahorita despreocúpate, disfruta...'.
Este enemigo jamás se opone frontalmente a nuestros planes (porque entonces quizá nos pondría a la defensiva y nos orillaría a decidirnos a llevarlos a cabo), utiliza en cambio la astuta estrategia de sugerirnos posponer aquello indefinidamente, lo que en términos prácticos equivale a ya no hacerlo nunca.
Muchas personas ceden a esta seducción del 'príncipe de la mentira', como lo llamó Jesús, y se convencen de que 'ya habrá tiempo' para dedicarle a Dios más adelante, pero este tiempo pasa, mejor dicho ¡vuela!, los días se convierten en semanas, en meses, en años, y se va la vida sin haber nunca puesto los medios concretos para entablar una amistad íntima con Dios. ¡Qué contento se ha de poner el 'méndigo chamuco' cuando logra que en nuestra vida de fe apliquemos un famoso dicho, pero al revés: 'no hagas hoy lo que puedes dejar para mañana'.
Un ejemplo: alguien me contó que estaba feliz porque por fin había decidido aprender a rezar el Rosario y hasta se había comprado uno cuando fue a la Villa; entonces al decir esto de pronto cayó en la cuenta de que había comprado ese Rosario en diciembre y estamos en agosto. Lo había estado cargando en su bolsa ¡ocho meses!, tan feliz de tenerlo que se olvidó de ¡aprovecharlo!
Resulta pertinente mencionar que el enemigo no sólo nos hace sugerencias para que pospongamos nuestros buenos propósitos, sino que busca convencernos de que hay alternativas más atractivas: mejor sentarse a ver tele que orar; hojear una revista que leer la Biblia; reunirse con los cuates que ir a Misa, en suma: prestar más atención a los dioses de este mundo que a Dios.
Esto trae a la mente algo que aparece en el Antiguo Testamento: a lo largo de su historia el pueblo hebreo entró en contacto con pueblos primitivos que rendían culto a sus dioses de maneras muy llamativas, y se vio tentado a olvidarse del verdadero Dios, y a participar en los bailes, orgías y vistosas celebraciones que dichos pueblos hacían en honor a sus falsos dioses paganos. Una y otra vez el pueblo cayó en la tentación, y Dios lo cuestionó y amonestó a través de diversos líderes y profetas. Como muestra de ello, en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Jos 24, 15-17.18), vemos cómo Josué, el sucesor de Moisés, se enfrentó, en una de esas ocasiones, al pueblo y le planteó: "Si no les agrada servir al Señor, digan aquí y ahora a quién quieren servir" (Jos 24,15a). La disyuntiva era: al Señor o a los dioses paganos.
Esta disyuntiva sigue vigente para nosotros. Hoy también se nos puede preguntar: ¿a quién deseamos servir?, ¿a Dios o a los pequeños dioses que nos presenta el mundo? Todos esos pretextos que damos para no orar, para no leer la Biblia, para no ir a Misa, para no profundizar en el conocimiento de nuestra fe, para no vivir como cristianos, son 'largas' que damos para poder seguir sirviendo a otros dioses: el dios dinero, poder, consumismo, prestigio, ocio, pornografía, frivolidad, violencia, etc.
No nos damos cuenta de que estos dioses no nos sacian, no nos rescatan de nuestras miserias, no nos consuelan, no nos iluminan el alma, no nos dan vida: nos la quitan.
En la Sagrada Escritura se nos plantea como algo urgente esta disyuntiva, porque mientras más tiempo pasemos lejos del Señor más infelices seremos tratando de saciar con cosas, con diosesitos de este mundo, un anhelo interior que sólo Dios, el verdadero Dios por quien vivimos, puede saciar.
La Palabra de Dios nos previene de todo esto; nos invita a dejar la indecisión, el 'sí pero todavía no' y decidirnos hoy.
Dijo San Pablo: "Éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación" (2Cor 6,2). No mañana, no después, porque no sabes si tendrás un mañana, un después. Sólo cuentas con un 'hoy' y vale la pena que lo vivas a plenitud, lo cual significa optar por Dios hoy, darle ya prioridad a tu relación con Él, a conocerlo, amarlo y cumplir Su voluntad que es siempre sabia, creadora, buena para ti.
Josué hizo una declaración ante el pueblo, tan bella y rotunda que es común encontrarla grabada en alguna placa a la entrada de una casa: “en lo que a mi respecta, mi familia y yo serviremos al Señor”. Qué buen propósito, para hacerlo y no posponerlo, sino cumplirlo hoy.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “El regalo de la Palabra”, Col. ‘Fe y vida’, 3, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 121, disponible en Amazon).