y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Pan de vida

Alejandra María Sosa Elízaga*

Pan de vida

¿No te ha pasado que has oído ciertas palabras que aparentemente ya no te dicen nada, pero un día algo te hace detenerte a prestarles atención, a saborearlas, a reflexionar en ellas y les descubres nuevos aspectos que quizá no habías notado antes?

Suele suceder con lo que hablamos y escuchamos todos los días, y también con la Palabra de Dios.

Y tal vez por eso es que durante tres domingos (el que pasó, éste y el próximo) se nos está invitando a escuchar, del capítulo sexto del Evangelio según San Juan (ver Jn 6, 41-51) cierta frase de Jesús cuyo significado no puede pasar desapercibido porque es vital para nosotros: “Yo soy el pan que da la vida” (Jn 6, 48).

Tomemos un momento para examinarla.

Empezamos por lo de pan. ¿Qué es el pan? Un alimento básico para el ser humano. En prácticamente todas las culturas del mundo existe algún tipo de pan. Es lo mínimo requerido para subsistir (pan y agua), pero no por ello se le menosprecia, pues además de necesario se le considera sabroso (qué tentador resulta el aroma del pan calientito y crujiente, recién salido del horno).

Que Jesús se describa a Sí mismo como 'pan' resulta, pues, muy significativo: Te está diciendo: Yo soy tu sustento, tu alimento fundamental, aquello que te resulta indispensable, sin lo cual no puedes subsistir. Sin lo cual no puedes tener el corazón contento.

Y, ojo, no se trata de un pan cualquiera. El domingo pasado leíamos en el Evangelio que Jesús dejaba claro que no es un alimento que se acaba; y ahora y el próximo domingo lo escucharemos aclarar que tampoco es como el maná. ¿En qué está la diferencia? En que este pan: “da la vida” (Jn 6,48).

Claro, una vez consagrado, ese pan conserva la apariencia de pan, pero su sustancia se ha transformado. Ya no es pan, es Jesús, y Jesús es la Vida (ver Jn 1,4; 14,6) y nos da la vida.

Hagamos nuevamente un alto para examinar qué entendemos por 'vida'. El diccionario la define como lo opuesto a la muerte. Eso quiere decir que Jesús se nos está ofreciendo como Pan que nos permite derrotar a la muerte, y cabe pensar que no sólo al final de nuestra existencia mortal, sino ya en este mundo, pues este mundo nos invita continuamente a seguir opciones de muerte, y necesitamos un pan del que es anuncio el que comió el profeta Elías, un pan que nos fortalezca para no sucumbir a la tentación de echarnos a morir, sino despertar y reemprender sin cansancio el camino que nos conduce hacia Dios (ver 1Re 19, 4-8).

Jesús se nos ofrece a Sí mismo como Pan que da la vida, antídoto que nos libra de ser envenenados por un ambiente de muerte que exalta la violencia, el odio, la venganza, la injusticia, la mentira, el egoísmo, la interrupción de toda existencia que sea considerada inconveniente; el lamentable desperdicio de las propias capacidades o, peor aún, la tentación de ponerlas al servicio del mal. Comerlo nos permite enfrentar la oscuridad alrededor con una luz en nuestro interior que impide que nos engulla la tiniebla.

Pero eso no es todo. Este Pan no sólo nos nutre y sustenta espiritualmente en este mundo, sino que nos garantiza la vida eterna. Dice Jesús que quien lo coma no morirá, que quien lo coma vivirá para siempre (ver Jn 6, 50-51). Es una afirmación extraordinaria. Nadie nunca prometió tal cosa y la cumplió, sólo Aquel que por nosotros murió y resucitó.

Ojalá que el empeño de la Iglesia de presentarnos durante tres domingos estas palabras del Señor nos anime a prestarles atención, y despierte en nosotros el hambre de recibir a Jesús, Pan Vivo, bajado del cielo, con renovado amor y devoción.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Como Él nos ama”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 116, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 11 de agosto de 2024 en la pag web y de facebook de Ediciones 72