Quisiéramos ver
Alejandra María Sosa Elízaga*
Siempre me pregunté por qué Jesús respondió con una frase que no parece respuesta, sino más bien algo que venía pensando o incluso puede dar la impresión de que cambió el tema. Me refiero a la escena que aparece al inicio del Evangelio que se proclama este Quinto Domingo de Cuaresma en Misa (ver Jn 12, 20-33).
Narra san Juan que “habían llegado a Jerusalén para adorar a Dios en la fiesta de Pascua algunos griegos, los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea y le pidieron: ‘Señor, quisiéramos ver a Jesús’...” (Jn 12, 20-21).
Es algo muy significativo, que estos hombres que ya creen en Dios, se hayan abierto a la gracia de saber o al menos intuir que Jesús es Alguien al que quieren ver, al que se quieren acercar.
Y es interesante que se lo plantean a Felipe, al que en otra escena del Evangelio vimos animando a Natanael a conocer a Jesús, diciéndole que Jesús es Aquél del que hablaban Moisés y los profetas, y cuando Natanael puso ciertas objeciones le respondió: “ven y lo verás” (Jn 1,46). Pues he aquí unos que ya tienen el corazón dispuesto para ir y ver.
Felipe le comenta a Andrés, otro de los discípulos, la petición de los griegos, y ambos van a planteársela a Jesús, que les responde: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto” (Jn 12, 23-24).
Cuando uno hubiera esperado que Jesús contestara algo así como: ‘sí, claro, diles que vengan’, pronuncia en cambio esa enigmática frase. Me preguntaba qué querría decir aquello, hasta que por fin lo averigüé, y ¿sabes quién me lo aclaró? El Papa Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección” Como siempre, da una interpretación que lo hace a uno decir: ‘¡ahh, ya entendí!’.
Nuestro queridísimo y recordado Papa Bene tenía un extraordinario don para comentar la Palabra de Dios aportando siempre algo especial, un enfoque profundo, una luz que permite hallar nuevas riquezas en textos difíciles o tan conocidos que parecería que no se podría sacar de ellos algo nuevo.
Cito lo que dice el Papa: “Jesús responde de una manera misteriosa...contesta con una profecía de la Pasión, en la cual interpreta Su muerte inminente como ‘glorificación’, una glorificación que se demostrará en la gran fecundidad obtenida. ¿Qué significa esto? Lo que cuenta no es un encuentro inmediato y externo entre Jesús y los griegos. Habrá otro encuentro que irá mucho más al fondo. Sí, los griegos lo ‘verán’; irá a ellos a través de la cruz. Irá como grano de trigo muerto y dará fruto para ellos. Ellos verán Su ‘gloria’, encontrarán en el Jesús crucificado al verdadero Dios que estaban buscando en sus mitos y en su filosofía” (p.31).
Como siempre, Jesús no responde simplemente a la necesidad inmediata de estos hombres (verlo en ese momento), sino a la verdadera necesidad que tienen: la de ser salvados por Él, la de verlo y pasar con Él la eternidad.
Se entiende así que más adelante Jesús diga que no le va a pedir al Padre que lo libre de de ‘esta hora’ (se refiere a dar Su vida en la cruz para la redención de todos), pues para eso ha venido. Y que cuando pide: “Padre, dale gloria a Tu nombre” (Jn 12,28), se oiga una voz que diga: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo” (Jn 12,28).
La gloria de Dios, es decir, que todos lo conozcan y acepten la salvación que les ofrece, se dará a través de la cruz.
Por eso al final del Evangelio dominical leemos que Jesús dice: “Cuando suba a lo alto, atraeré a todos hacia Mí” (Jn 12, 33).
Dice el Papa Bene en su libro que se trata del cumplimiento de una profecía de Isaías, que anuncia: “En cuanto a los extranjeros adheridos al Señor...yo les traeré a mi monte santo y les alegraré en mi Casa de oración...” (Is 56, 6-7).
A una semana de comenzar la Semana Santa, oremos para que se cumpla lo que anuncia este Evangelio, lo que quisiéramos ver: que creyentes y no creyentes levanten todos la vista a lo alto, y al ver a Cristo glorificado, se sientan movidos a acercarse a Él, conocerlo, y abrir su corazón al don de la salvación.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “En casa con Dios”, Col. Lámpara para tus pasos, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 56, disponible en Amazon).