¡Ojo con la tele!
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Qué lugar ocupa la televisión en tu vida?, no el lugar físico, sino el que ocupa en tu vida cotidiana, es decir, ¿qué atención le prestas?, ¿qué tiempo le dedicas?, ¿qué significa para ti?
Cabe aclarar que uso el término ‘tele’ para referirme no solo a lo que se transmite por televisión, sino a lo que se ve en pantalla, sea de un video o de internet.
Hace años, la noche de la Vigilia Pascual un padre mandó poner televisiones en varios puntos estratégicos de su parroquia para que todos pudieran ver la ceremonia videograbada y transmitida 'en vivo' por circuito cerrado.
Cuando terminó la Misa, quienes iban al claustro a participar del convivio, pasaban frente a la capilla del Santísimo y hacían una genuflexión pues la Eucaristía estaba reservada en el Sagrario empotrado en la pared del fondo, pero como al frente todavía estaba sobre un mueble negro una pantalla de televisión, daba la impresión de que se arrodillaban ante ésta, que parecía un ídolo. Desde luego no era ésa la intención de la gente, pero contemplar a docenas de personas doblando la rodilla ante la televisión daba escalofrío, hacía recordar las palabras que se proclaman este domingo en la Primera Lectura en Misa (ver Ex 20, 1-17): "Yo soy el Señor, tu Dios...No tendrás otros dioses fuera de Mí" (Ex 20, 2-3), y cuestionar si no sucede en realidad que para muchos la televisión es un dios al que rinden culto y al que dedican el tiempo que le 'pichicatean' al Dios verdadero.
Y antes de que digas, naaa, qué exagerada, ¿quién hace eso? Considera esto:
Hay quien no tiene ni una imagen religiosa en su casa, pero una pantalla gigante de televisión en la sala.
Hay quien pasa horas y horas postrado ante la televisión, gran parte del día e incluso de la noche, pero asegura que no tiene tiempo para postrarse en oración ante el Señor.
Hay quien no tiene reparos en llegar muy tarde a Misa, pero es puntualísimo cuando se trata de prender la tele, porque le gusta ver su programa favorito 'desde el principio', y lo mismo aplica si está viendo un video, jamás comienza a verlo a la mitad, pero no le importa perderse media Misa.
Hay quien pone muchísima atención a lo que se dice en la tele, pero se distrae fácilmente cuando se trata de escuchar la Palabra de Dios en Misa.
Hay quien obedece sin chistar lo que en la tele se le propone: cómo portarse, a qué aspirar, cómo hablar, en qué gastar el dinero, etc, pero pone mil pretextos para obedecer lo que el Señor le pide en esos mismos aspectos.
Hay quien norma su criterio según la tele, no según Dios, a la hora de discernir que está bien y qué no, qué es pecado y qué no, qué está permitido y qué no.
Hay quien puede pasarse semanas o meses sin ir a Misa, sin orar ni leer la Palabra, porque 'tiene demasiadas ocupaciones', pero no deja que esas 'ocupaciones' le impidan ver la tele, y si no puede ver algo que le interesa, lo graba: ¡no tolera perdérselo!
Si te identificas con estas actitudes, ¡cuidado!, quizá sin darte cuenta la 'tele' se te está volviendo un dios. Es hora de que hagas algo para reducirla a su justa dimensión. He aquí 5 sugerencias:
1. No prendas la tele antes que nada, sino después de todo
No la enciendas apenas te levantes o apenas llegues a casa. Haz primero lo importante: convivir con la familia, orar, leer... Ver tele no 'en lugar de', sino 'además de'.
2. No la prendas 'por inercia', 'nomás a ver qué hay'
Préndela sólo cuando haya algo específico que desees ver.
No veas cualquier cosa. Así como cuidas no meter en tu cuerpo comida descompuesta que te hará daño, cuida no meter en tu mente imágenes violentas, vulgares, pornográficas, porque dañan tu subconsciente y te hacen más propenso a caer en el pecado y a apartarte de Dios.
3. Apágala cuando termine lo que te interesaba ver
En los sistemas de video por pago que transmiten series en internet tienen el truco de que en cuanto acaba el capítulo que has visto sale un letrero que dice: ‘el siguiente capítulo comenzará en tantos segundos’. Apuestan a que la gente, picada con la trama se seguirá viendo el siguiente capítulo, y el que sigue y el que sigue. Sé capaz de decir: ‘hasta aquí’. Y dejar el siguiente capítulo para otro día.
4. No antepongas la televisión a las personas
Hay quien cuando está viendo un programa y llega un familiar o un amigo, apenas desvía un segundo los ojos de la pantalla para saludarlo, y ¡ay de esa persona si se atreve a decir algo antes del comercial porque recibe un tremendo: SHHHHHHH!
El otro día un chamaquito que habla demasiado rápido se justificaba diciendo que así se ha acostumbrado, porque como en su familia sólo le hacen algo de caso durante los anuncios, tiene que aprovechar ese instante para platicar veloz cómo le fue en el día, porque si no lo callan. No dejes que un ser humano televisado tenga prioridad sobre uno de carne y hueso.
5. Aprende a analizar críticamente lo que ves en la tele
No te lo tragues sin masticar. Con demasiada frecuencia sucede que al principio de una serie todo parece inocuo, y conforme avanza la trama los 'héroes' comienzan a comportarse sin ética, sin moral, pero para entonces los televidentes los justifican e incluso los imitan, porque ya se han identificado con ellos y son incapaces de juzgarlos o criticarlos. Acostúmbrate a evaluar, desde el punto de vista católico, todo lo que ves (o ven tus hijos) en la tele, y desecha sin miramientos lo que no vaya de acuerdo a tu fe.
Aprovecha esta Cuaresma para establecer 'un día sin tele' (o mejor ¡muchos!) y lleva a cabo actividades alternativas que promuevan la unión de la familia, como por ejemplo organizar algún juego de mesa que resulte divertido para todos, salir a pasear, visitar a alguien, realizar juntos alguna labor entretenida, o caritativa.
Y si no tienes a alguien alrededor, no quieras llenar tu soledad con televisión, descubre el placer de sentarte a leer un buen libro, escuchar buena música, y sobre todo, déjate acompañar por Dios; acalla el sonsonete de la tele y aprende a reconocer cómo te habla Él.
Si se le permite, la tele tiene la mala costumbre de irse apoderando de ambientes y personas, así que asegúrate de mantenerla bien a raya para que se limite a ser sólo lo que es: un medio a tu servicio, nunca al revés.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “El regalo de la Palabra”, Col. ‘Fe y vida’, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 59, disponible en Amazon).