Gloria a Dios
Alejandra María Sosa Elízaga*
Es una de esas palabras que hemos escuchado millones de veces, pero a la hora de explicar qué significa tal vez descubrimos que bien a bien no lo sabemos.
Me refiero a la palabra ‘Gloria’, claro referida a Dios, no a un nombre de persona (alguien me platicó que cuando era chico le preguntó al padre que les enseñaba el catecismo que quién era Gloria, porque en el Credo decía que Jesús “vendrá con Gloria a juzgar a vivos y muertos”, ja ja ja).
El diccionario católico define “Gloria” como la manifestación de la grandeza y el poder de Dios, y hasta allí vamos bien, es el significado más conocido, pero si luego leemos en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Cor 10, 31-11,1), que san Pablo nos pide: “Todo lo que hagan ustedes, sea comer, o beber, o cualquiera otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios” (1Cor 10, 31), quizá más de uno se pregunte: ¿y qué quiere decir eso de comer o beber para gloria de Dios?, ¿cómo puedo comer o beber para manifestar la grandeza y el poder de Dios? Y tal vez se imagine que consiste en ir diciendo a cada bocado o a cada trago: ‘¡Gloria a Dios!, o ‘¡mmmm!, ¡esto sabe a gloria!’ Pero no se trata de eso.
El dar gloria a Dios no solamente implica alabarlo, aunque desde luego es una parte importante (y no porque Él quiera ser alabado, sino porque alabarlo nos hace conscientes a nosotros de todas las maravillas y bendiciones que recibimos de Él), implica también y sobre todo, darle el lugar que le corresponde, como Dios y Señor de nuestra vida, y vivir buscando en todo darle gusto, sin hacer jamás algo que pueda ser contrario a lo que Él pide y espera de nosotros.
Así, por ejemplo, comer para gloria de Dios puede entenderse como comer sin caer en la gula, y compartir los alimentos con los necesitados; beber para gloria de Dios es beber con moderación, sin emborracharse; y así en todo; hacer las cosas para gloria de Dios es hacerlas pensando en Él, con la conciencia de que cuanto somos y tenemos lo recibimos de Sus manos, y no sólo se lo agradezcamos, sino lo usemos conforme a Su voluntad, para bien nuestro y de nuestros hermanos.
(Del libro “En casa con Dios”, Col. ‘Lámpara para tus pasos’, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 39, disponible en Amazon).