Contratados y contratistas
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Por qué crees que a esas horas todavía nadie los había contratado?
Me refiero a esos trabajadores a los que el dueño de una viña encontró en una plaza ya al caer la tarde y a los que invitó a laborar para él, según cuenta el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 20, 1-16).
Son mencionados en una parábola que narró Jesús, acerca de un propietario que a lo largo de toda una jornada estuvo contratando trabajadores para su viña. Salió al amanecer, a media mañana, a medio día, a media tarde y por último al caer la tarde, y en cada ocasión encontró a muchos dispuestos a trabajar. Y a los últimos les hizo esta pregunta: “¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?” A lo que respondieron: “Porque nadie nos ha contratado”. Y él les dijo: “Vayan también ustedes a mi viña.”
Como se sabe que ese propietario representa a Dios y los trabajadores a nosotros, cuando se reflexiona sobre esta parábola, generalmente el tema se centra en que para Dios nadie llega demasiado tarde, acoge lo mismo al que nació en familia creyente y fue bautizado desde chiquito, que al que se convierte al final de su vida.
Es algo muy esperanzador. Pero ahora quisiera retomar la pregunta planteada al inicio para reflexionar en otro asunto: ¿Por qué sería que nadie había contratado a esas personas? Se me ocurren dos posibles razones.
La primera, que quizá no estaban buscando chamba. No imaginemos que estaban en la plaza con un letrero que decía: ‘se labran viñas’. Quizá ni les había pasado por la cabeza que podían laborar en una.
Lo mismo sucede a mucha gente que va por la vida sin imaginar que podría poner sus talentos al servicio de Dios. Y sólo necesita que alguien la invite, le sugiera: ‘oye, ¿me acompañas a visitar a estos enfermos?’, ‘¿me echas una mano en el albergue?’, ‘¿podrías ayudar en el asilo?’, y con ello podría descubrir una vocación que no sabía que tenía.
Y la segunda posible razón por la que nadie los había contratado es que quizá tenían mala fama. Y aquí cabe dividir lo de la mala fama en dos aspectos.
Por una parte, mala fama en el sentido de que ya se sabía que eran rete chambones (que no significa que eran ‘chambeadores’, sino poco hábiles para chambear) y por eso nadie les ofrecía empleo. Excepto el dueño de la viña.
Esto significa que Dios a nadie considera inepto para trabajar para Él, no importa cuántas veces hayas fallado o qué piensen los demás, para Dios eres alguien al que vale la pena invitar a trabajar para Él.
Y por otra parte, lo de mala fama también puede tomarse en sentido de que tal vez habían hecho algo malo y eso los había marcado, y ahora todos les tenían desconfianza o miedo, les sacaban la vuelta, no creían que algo bueno pudiera venir de ellos y desde luego ni de broma pensaban contratarlos.
En ambos casos la invitación del dueño de la viña lo cambió todo, pues no sólo aceptaron, sino que por lo visto hicieron muy bien su trabajo, pues la parábola no cuenta que al final el viñador los hubiera regañado (y hay parábolas en las que más de uno sale reprendido por no hacer lo que se le encomendó).
Ello prueba que no hay que tener prejuicios a la hora de invitar a alguien a trabajar para la viña del Señor, ni hay que dar a nadie por perdido.
Y por último cabe destacar dos cosas: La primera es que en todo momento Jesús los llama ‘trabajadores’, aun cuando estaban ociosos. Eso significa que para Él todos somos trabajadores, llamados a laborar en Su viña. Nadie debe sentirse excluido.
Y la segunda es que el dueño de la viña les pregunta por qué no fueron contratados, lo cual significa que no sólo él salió a contratar, sino que hubo otros, que tal vez se dejaron llevar por prejuicios y no invitaron a trabajar a cuantos debieron invitar. Se les olvidó algo que afirma la Primera Lectura dominical (ver Is 55, 6-9), que Dios no piensa como los hombres, que Sus caminos son muy distintos a nuestros caminos.
Este domingo la Palabra de Dios nos recuerda no sólo que Él nos invita a laborar en Su viña, seamos como seamos, estemos donde estemos, sino que quiere que invitemos a otros.
Y es que el Señor no quiere que nadie se quede sin recibir la paga generosa que tiene preparada para cuantos aceptan Su invitación: en esta vida, torrentes de Su gracia, y, en la otra, la salvación.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La Fiesta de Dios”, Col. ‘Lámpara para tus pasos’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 128, disponible en Amazon).