y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Para corregir, amar y orar

Alejandra María Sosa Elízaga*

Para corregir, amar y orar

Hay una característica humana que no deja de sorprenderme y entristecerme. La de racionalizar, negar o justificar el mal que se hace.

El ladrón dice 'lo tomé prestado'; la que aborta dice: 'me deshice de unas células’; el adicto alega: 'puedo dejarlo cuando quiera', y así sucesivamente.

Me pregunto si a fuerza de repetir esto y repetírselo a los demás la persona llega realmente a creer su propia mentira, o en el fondo del fondo del alma sabe que miente.

Como es una cuestión para la que no hay una respuesta fácil, podríamos vernos tentados a desentendernos del asunto, pero las Lecturas que se proclaman este domingo en Misa no nos dan esa oportunidad, todo lo contrario, nos lanzan de cabeza a la incómoda situación de tratar de corregir a quien hace mal, sea que lo reconozca o que no.

La Primera Lectura (ver Ez 33, 7-9) nos hace saber que si no amonestamos al que hace mal, éste pagará por su culpa, pero Dios también nos pedirá cuentas a nosotros.

Y en el Evangelio (ver Mt 18, 15-20), Jesús marca los pasos que hay que seguir para corregir a un hermano que ha pecado: primero hablar con él a solas; si no hace caso, llevar a una o dos personas más; si sigue igual, decirle a la comunidad, y si ni así cambia, apartarse de él.

¿Cómo entender esto? ¿Se trata de un programa que hay que seguir a pie de la letra? No necesariamente. No nos imaginemos a alguna esposa despechada aprovechando el espacio de avisos parroquiales para arrebatar el micrófono y cumplir, según ella 'evangélicamente', el paso tres anunciándole a la azorada comunidad que su marido la engaña.

Lo que el Señor nos propone no es satanizar al pecador, sino hacer todo lo que esté a nuestro alcance para ayudarle, de la manera más caritativa posible, a darse cuenta de su situación, para salir de ella.

Primero, hablar a solas con él para que no se sienta humillado frente a otros; luego llevarle a uno o dos familiares o amigos que puedan hacerle ver las cosas desde otro punto de vista; si los dos primeros pasos fallan, hablar con la comunidad antes de acabar por apartarse de él, con la esperanza de que viéndose aislado recapacite y regrese al redil, y también con el sentido práctico de evitar que arrastre consigo a otros que puedan seguir su mal ejemplo.

Cabe resaltar que cuando Jesús habla de que hay que decírselo a la comunidad, no se refiere a los vecinos chismosos o a los desconocidos que aprovecharán para burlarse o comentarlo de sobremesa; dice 'comunidad' para señalar a la asamblea de hermanos que comparten la fe y, especialmente, el amor a Dios y a los demás.

Si se tratara de contárselo a cualquiera, el tercer paso sería necesariamente uno al que nadie querría llegar, pero en el contexto de lo que se comentaba al inicio respecto a que quien hace mal no suele tener disposición para reconocerlo, el tercer paso se convierte a veces en el único que se puede dar. En la mayoría de las ocasiones resulta imposible ir a hablar a solas con alguien que no quiere escuchar lo que tendríamos que decirle, y menos insistir después llevándole a otras dos personas a las que también dará con la puerta en las narices. Queda entonces sólo un recurso: decírselo a la comunidad. Pero ¡cuidado! No como chisme, no para denigrar a la persona, no con la mala intención de difamarlo, sino por dos causas fundamentales: el amor y la oración.

Resulta muy significativo que antes del Evangelio se lea este domingo la Carta de San Pablo a los Romanos (ver Rom 13, 8-10) en la que insiste en la importancia de amar y afirma que quien ama no daña a nadie.

Situado en este contexto, lo de la corrección fraterna tácitamente implica que sea el amor (y no el juicio, la condena, el desprecio, etc.) el motor que debe mover a alguien a intentar ayudar a quien hizo un mal.

Y no menos significativo resulta que se haya incluido, al final del Evangelio, una invitación de Jesús para que oremos en comunidad, pues, asegura: "donde dos o tres se reúnen en Mi nombre, ahí estoy Yo en medio de ellos".

Así pues, el amor y la oración son como los dos extremos de unas pinzas que nos permiten tomar delicadamente la causa de un hermano que ha caído, para ponerla delante del Señor.

Hablar a la comunidad de él no es exhibirlo, pegar su foto en el boletín, nombrarlo 'el pecador de la semana'. Es pedir mucha oración por él (sin dar mayores datos que identifiquen su nombre o situación), y confiar enteramente en que el Señor atenderá esta oración y cuando y como sólo Él puede y sabe hacerlo, le hablará al corazón.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Caminar sobre las aguas”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 143, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 10 de septiembre de 2023 en la pag web y de facebook de Ediciones 72