La verdadera duda
Alejandra María Sosa Elízaga*
-¿Y ésto?, ¿te late que sí pasó?
-Naaa
-Y ¿esto otro?
-Naaa, eso tampoco.
Se ha vuelto moda decir así, poner en duda lo que narran los Evangelios.
Hace unos meses el superior de una orden religiosa se atrevió a asegurar que como en tiempos de Jesús ‘no había micrófono’, no se sabe con certeza qué fue lo que en verdad ocurrió. Ignora que el pueblo judío tenía una impresionante tradición de transmisión oral, y que los Evangelios fueron escritos por contemporáneos de Jesús, cuando estaban vivos muchos de los testigos de lo que ahí se cuenta, que hubieran podido desmentirlo si hubiera sido un invento. Y sobre todo, pasa por alto la acción del Espíritu Santo, Autor intelectual que inspiró a todos los que escribieron la Sagrada Escritura.
Hay quienes acostumbran decir, refiriéndose a algún evangelista, que ‘puso en boca de Jesús’, tal o cual afirmación, con lo cual crean la enorme duda de si Jesús no dijo lo que se supone que dijo, si no fueron palabras oídas y transmitidas fielmente por testigos, sino invenciones de quienes ‘las pusieron en Su boca’.
Todas estas hipótesis lo único que logran es que se ponga en tela de juicio todo lo que dicen los Evangelios, juzgando con criterios puramente humanos lo que ahí se narra. ¿Tiene lógica? Entonces sí sucedió. ¿Es algo inexplicable? Ah, entonces de seguro es una ‘creación literaria’ de quien lo escribió.
En ese plan, acaban concluyendo que de seguro Jesús no calmó la tempestad, ni caminó sobre el agua, ni multiplicó panes y mucho menos resucitó. ¡No creen en nada más que en lo que a ellos, con su estrecho criterio pegado al suelo, les suena razonable!
Este domingo se proclama en Misa el Evangelio que narra la Transfiguración (ver Mt 17, 1-9), uno de esos hechos que a los escépticos crónicos de seguro les parece inverosímil, simbólico, creado por los evangelistas, que supuestamente imaginaron la escena, y más supuestamente inventaron frases y las ‘pusieron en boca’ de Jesús y hasta ¡de Dios Padre!
Pero anticipando las objeciones de esos dudosos, la Iglesia sabiamente nos presenta, como Segunda Lectura una carta de san Pedro (ver 2Pe 1, 16-19), quien en el relato de la Transfiguración es mencionado como uno de los tres discípulos de Jesús que estuvieron allí con Él mientras se transfiguraba frente a ellos en el Monte Tabor.
Como leemos en el relato evangélico, Jesús les pidió a los tres discípulos que lo vieron transfigurado que no se lo contaran a nadie sino hasta después de que Él resucitara.
Así lo hicieron, y cuando por fin lo dieron a conocer, hubo quienes no lo creyeron, como hoy algunos tampoco lo creen. Entonces san Pedro afirmó, con toda claridad acerca de lo que revelaron: “no lo hicimos fundados en fábulas hechas con astucia, sino por haberlo visto con nuestros propios ojos en toda su grandeza.”
Y por si hubiera alguna duda, aclaró que se refería al momento en que Jesús se transfiguró: “Dios lo llenó de gloria y honor, cuando la sublime voz del Padre resonó sobre Él, diciendo: ‘Éste es mi Hijo amado, en quien Yo me complazco’...”
Y remató clara y rotundamente: “Nosotros escuchamos esta voz venida del cielo, mientras estábamos con el Señor en el monte santo”.
¡Zas!, ¿qué duda cabe?, ¿qué posibilidad de interpretar la Transfiguración como simbólica? Realmente ninguna.
Y lo mismo sucede con muchos otros sucesos que narran los Evangelios, como la concepción virginal de Jesús, los milagros y exorcismos que realizó, la Eucaristía, Su Muerte y Resurrección, y Sus apariciones, ya Resucitado.
Ojalá esos ‘expertos bíblicos’ que se creen muy listos porque dudan de todo, se abran a la verdadera duda, la de preguntarse si no será que se han equivocado, pues muchos de los textos que ellos a priori han descalificado, deberían haber sido literalmente interpretados.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Sed de Dios”, Col. ‘Reflexión dominical’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 122, disponible en Amazon).