Recompensa cierta
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Alguna vez has tenido que luchar y esforzarte muchísimo para lograr un sueño, una meta?
Sin duda fue una experiencia que implicó sacrificar muchas cosas, pero también sin duda consideraste que aquello a lo que aspirabas bien valía los sacrificios, y si alguna vez te las viste 'negras' y empezaste a flaquear en tus propósitos, recordar tu objetivo seguramente te ayudó a recobrar las fuerzas y seguir adelante con renovado brío, y cuando por fin alcanzaste aquello que te habías propuesto, ¡qué alegría y qué satisfacción!
Si en esos momentos alguien se hubiera acercado a recordarte pesaroso todo lo que tuviste que dejar para llegar hasta allí, lo más probable es que le hubieras respondido que no importaba, que no era nada comparado con lo que habías conseguido.
Consideremos esto: ¿Qué atleta que acaba de ganar una medalla de oro en una olimpiada, y escucha emocionado el himno de su país, desde el podio de ganadores, se pondría a lamentar el tiempo que por entrenar no fue a divertirse con sus amigos? ¿Qué madre que toma en brazos a su recién nacido lamentaría en esos instantes lo fatigoso que resultó pasarse embarazada nueve meses? ¿Qué padre de familia que mira con orgullo a su hijo recibir por fin su título profesional se pondría en ese momento a pensar que fue una lástima haber tenido que trabajar y ahorrar tanto para pagar la carrera de su muchacho?
Se puede asegurar que no hay nadie que a la hora feliz de disfrutar el fruto de su legítimo afán mire hacia atrás arrepentido por lo que tuvo que afanarse.
Claro, ante el éxito obtenido es fácil justificar los esfuerzos realizados. Lo trabajoso es justificarlos -y mantenerlos-cuando todavía se está en medio de la lucha y las cosas se ponen difíciles y se teme que, como a veces lamentablemente sucede, por más que uno se empeñe todo sea en vano pues no se obtenga el resultado anhelado. Es muy 'humano' caer en la tentación de pensar que no vale la pena batallar por algo que quizá nunca se hará realidad.
En este sentido, en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 13, 44-52 ) lo que dice Jesús al inicio resulta sumamente alentador: Hace ver que en las cosas de Dios no sucede como en las cosas del mundo, que al final todo queda en mera ilusión; sino que trabajar por el Reino es como hallar un tesoro enterrado en un campo o una perla finísima, se puede vender todo para comprar aquello con la absoluta seguridad de que se realiza el mejor negocio.
Resulta conmovedor que el Señor tenga que hablarnos de tesoros y de perlas para ver si entendemos nosotros, los que tenemos los ojos demasiado puestos en las deslumbrantes pero chatas realidades de este mundo, que el Reino es lo único que realmente merece la pena.
Es evidente que se da cuenta de que necesitamos que nos anime, porque como edificar el Reino requiere que renunciemos a cuanto le sea contrario, entre lo que se cuenta mucho de lo que el mundo actual promociona y ofrece; es indispensable aprender a decir no y a no ceder a la conveniencia, al placer, a la comodidad del momento, lo cual nos puede poner en situaciones difíciles, sobre todo cuando nos vemos criticados, cuestionados, presionados por personas que no comprenden ni aprueban que no participemos de lo que consideran 'se usa', 'está de moda' ‘es normal porque todos lo hacen'.
En estos tiempos en que mucha gente quiere recibirlo todo sin mover ni un dedo o en que mucha gente se agota por obtener logros que son efímeros y que no dejan nada en el alma, el mensaje de Jesús nos anuncia que lo único por lo que vale la pena darlo todo es el Reino. Por dos razones: La primera, porque aquí no hay ninguna duda de si tu esfuerzo obtendrá o no recompensa: puedes tener la absoluta seguridad de que sí la obtendrá (ya vimos el domingo pasado que en el Reino aun lo más insignificante y que aparentemente pasa desapercibido es tomado en cuenta por Dios), y, la segunda, porque esa recompensa no se compara con nada que pudieras obtener en este mundo, pues te otorga la ciudadanía de un Reino que comienza aquí pero aquí no se va a acabar, pues continuarás viviéndolo y disfrutándolo toda la eternidad.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Caminar sobre las aguas”, Col ‘La Palabra ilumina tu vida’, Ediciones 72, México, p. 125, disponible en Amazon).