Que lo sepa el mundo
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Te da miedo decir que perteneces a la Iglesia Católica?
Algunos quizá consideren que esta pregunta está fuera de lugar, pues ya pasó la cristiada; a otros tal vez les parezca rarísimo que se les haga semejante pregunta pues jamás en su vida han sentido que su fe los ponga en situación de asustarse, pues no tienen el menor problema por ser católicos ya que no se les nota en nada, no se diferencian de los demás, son igual de egoístas, tramposos, rencorosos, viciosos que cualquiera, su supuesta fe no los hace distintos y aparentemente no los mete en problemas.
Pero sin duda hay un grupo de creyentes a los que puede ser que sí les dé miedo decir que son católicos pues viven o trabajan en un ambiente en el que ostentarse como tales puede convertirlos en objeto de burlas e injusticias pequeñas y grandes.
Por ejemplo: numerosos miembros del personal de salud, por negarse a realizar abortos han sido hostilizados en sus trabajos y en no pocos casos han sido reasignados a puestos con inferior sueldo o de plano despedidos.
Y es que ser católico no significa solamente ir un ratito a estar (de cuerpo presente y mente ausente) en Misa el domingo, colgar un Rosario al espejo del coche o tener una imagen de la Virgen de Guadalupe en la casa o la cartera, no. Ser católico implica ir a contracorriente de un mundo que vive y promueve valores contrarios al Evangelio, implica atreverte a decir la verdad cuando se te pide o facilita mentir; ser capaz de perdonar y devolver bien por mal cuando se te empuja al odio y la venganza; saber mantenerte humilde y proceder con honestidad y justicia cuando se te anima a escalar posiciones aplastando a otros con transas y abusos. Implica, en suma, aventurarse a vivir en continua contradicción con quienes se rigen por valores opuestos a los propios.
Ello necesariamente provoca consecuencias que a muchos les da miedo enfrentar, razón por la cual prefieren renunciar a defender sus principios y su fe y conformarse con vivir sin 'hacer olas'.
Como oportuna respuesta, en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 10, 26-33) Jesús insiste tres veces en que no hay que ceder a ese miedo.
Da, como primera razón, que todo lo que ahora es oculto o secreto llegará a saberse. ¿Qué significa esto? Quizá pueda interpretarse como que el creyente no debe temer ser objeto de críticas, chismes, calumnias por parte de los enemigos de la fe, pues a su tiempo todo se sabrá, la verdad saldrá a flote, se descubrirán los abusos cometidos, será reivindicado quien haya sufrido por ser discípulo de Cristo. Así pues ante la oposición el creyente no sólo no debe replegarse ni callar, sino alzar más la voz.
Dice Jesús: “Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día, y lo que les digo al oído, pregónenlo desde las azoteas.” (Mt 10, 27). No hay que temer que se sepa lo que uno cree, no hay que tener miedo a que se conozca, por ejemplo, que uno defiende la vida desde su concepción hasta su fin natural; que se opone a la pornografía y la violencia; que lucha por promover valores morales en su familia y comunidad. No hay que flaquear aun cuando por ello se pierdan amistades, empleos, libertades y hasta la vida.
Jesús insiste en que no hay que tener miedo de quienes puedan matar el cuerpo, porque no pueden matar el alma (ver Mt 10, 28). Como quien dice, hace muy mal negocio quien por conservar el cuerpo y su aparente bienestar, pone en peligro lo que verdaderamente importa, que es su alma.
Por tercera vez en un texto tan breve (lo cual lo hace todavía más significativo) insiste Jesús en que no hay que tener miedo, y pone varios ejemplos para hacernos comprender que el Padre vela por nosotros, de lo que se deduce que no permitirá que nos pase nada que no sea para nuestro bien y salvación eterna.
Termina Jesús haciendo una seria advertencia: “A quien Me reconozca delante de los hombres, Yo también lo reconoceré ante Mi Padre, que está en los Cielos; pero al que Me niegue delante de los hombres, Yo también lo negaré ante Mi Padre, que está en los Cielos” (Mt 10, 32-33).
¡Es alto el precio de ceder a la tentación de ocultarle al mundo nuestra fe!, y ¡es grande también la recompensa de mantenernos firmes!
Pidamos a Dios que nos conceda una fe fuerte y valerosa como la del profeta Jeremías, de quien vemos, en la Primera Lectura, que cuando estaba rodeado de enemigos que cuchicheaban y conspiraban contra él, lejos de atemorizarse y claudicar, afirmaba, mostrando que tenía en Dios una confianza admirable: “El Señor, guerrero poderoso, está a mi lado; por eso mis perseguidores caerán por tierra y no podrán conmigo; quedarán avergonzados de su fracaso y su ignominia será eterna e inolvidable” (Jer 20, 11).
(Del libro de Alejandra María Sosa Elizaga “Caminar sobre las aguas”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 110, disponible en Amazon).