De cántaro a manantial
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Te ha sucedido alguna vez encontrarte con alguien que te ha cambiado la vida tan radicalmente que cuando lo recuerdas te das cuenta de que podría hablarse de un 'antes de' y un 'después de' de ese encuentro?
De algo así nos habla el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Jn 4, 5-42).
Empieza contándonos san Juan que Jesús estaba cansado por el camino. Qué cercano sentimos a Jesús cuando padece lo mismo que nosotros: fatiga, calor, sed. Su cansancio es muestra de que quiso venir a compartir nuestra condición humana, pero no sólo en un sentido solidario, como para sentir lo mismo que sentimos, sino sobre todo para hacerse cercano, y salirnos al encuentro.
Hace notar el evangelista que Jesús “se sentó sin más”, como para dar a entender que así de pronto le dio al Señor por sentarse en el pozo. No parece que fuera porque ya no podía dar paso, pues si Sus discípulos todavía tenían 'cuerda' para ir al pueblo a buscar comida, cuanto más Él que era joven y fuerte. No, más bien aquí cabe pensar que Su prisa por sentarse se debió a que quería estar ahí en ese preciso momento, disponible para una persona que se aproximaba al pozo y a la que quizá ya había divisado a lo lejos. Dice el Señor en el profeta Isaías: "Me he hecho el encontradizo de quienes no preguntaban por Mí" (Is 65, 1). Donde tú no lo esperas Él sí te espera a ti...
Dice San Juan que era mediodía, hora que representa dos cosas muy distintas.
Para la mujer era el único momento en que podía ir por agua, pues temprano en la mañana iban las demás mujeres, que seguramente no la veían con buenos ojos y quizá la hacían sentir mal con sus miradas y cuchicheos, por lo cual de plano prefería aguantar calorón que humillación.
Con respecto a Jesús, el mediodía es lo más opuesto a la noche, que en el Evangelio de San Juan representa el mal y el pecado. El mediodía es la máxima luz, la mayor claridad, la hora en que Jesús revela Quién es. Dijo Zacarías, el padre de Juan el Bautista, que nos visitaría "el sol que nace de lo alto para iluminar a los que habitan en tiniebla y en sombra de muerte" (Lc 1, 78-79).
Pues bien, he aquí a esta mujer envuelta en sombras visitada por Aquel que es la Luz del mundo. Qué significativo resulta este encuentro entre la mujer pecadora, aquella cuya vida es oscura, y Aquel que viene a iluminar y desterrar toda tiniebla.
Afortunadamente esta mujer tiene necesidad y gracias a esa necesidad se encuentra con Jesús. Si se hubiera sentido satisfecha se hubiera perdido el encuentro decisivo.
El Señor te sale al encuentro en tu necesidad. La mujer no sólo sentía sed, sino quizá pena por su vida y por la manera como era criticada; juzgada, condenada. Necesitaba no sólo agua, sino consuelo, esperanza, perdón. Y lo encontró. El Señor te espera ahí por donde tienes que pasar. Si tienes que pasar por un dolor, te acompaña; si tienes que pasar soledad, se mantiene junto a ti; si tienes que pasar por una crisis, no se aparta de tu lado. Y hace todo lo posible para que te des cuenta de Su presencia.
En este caso vemos que Jesús tomó la iniciativa del diálogo. A pesar de que sabía lo que ella pensaba de los judíos, y que le respondería con un sarcasmo o un cortón, ello no lo detuvo. Nunca lo detiene. Dice San Juan en una de sus cartas que "Dios nos amó primero" (1Jn 4,19). Él siempre da el primer paso, es un Enamorado que nunca te contempla indiferente, que no quiere dejar pasar la oportunidad de acercarse a ti. Eso sí, hay que decir que cuando Jesús entra en tu vida, espera una respuesta tuya, pero no te preocupes porque no pide imposibles. No le dijo a la mujer que le preparara un banquete, le pidió simplemente un poco de agua de la que ella se disponía a sacar.
El Señor sólo pide de ti lo que sabe que le puedes dar. Y cuando se lo das te lo devuelve multiplicado. ¡Nadie le gana en generosidad! A cambio de agua de pozo le ofreció agua viva, en pago de su esperanza en el Mesías le reveló que ¡era Él!
Conmueve imaginar la emoción que debe haber tenido Jesús al hacerlo. Y conmueve también que no eligió como destinatario de tan asombrosa revelación ni al más docto escriba ni al sumo sacerdote ni a uno de los ancianos más respetables del pueblo, sino a una mujer y para colmo pecadora; alguien que por ambas situaciones no valía nada a los ojos de Sus contemporáneos, alguien a quien no hubieran ellos escogido como testigo ni de broma. ¡Ah!, es que el Señor no comparte nuestros duros juicios sobre quién tiene más méritos y quien menos. El siempre ve lo mejor de nosotros mismos, y no lo poco que hemos dado sino lo mucho que todavía podemos dar...
Dice San Juan que cuando la mujer se fue al pueblo dejó el cántaro. De este detalle se pueden deducir muchas cosas: en primer lugar, que ya no le hacía falta porque su sed principal había quedado saciada. Qué curioso, ella se regresó sin cántaro y Jesús se quedó sin sed. Cuando se tiene un encuentro como éste, lo que antes parecía importante ¡pasa a un segundo plano! También se puede inferir que la mujer tenía prisa por llegar al pueblo a contar lo que le había pasado. Cuando se tiene un encuentro con el Señor no cabe dejar para después el compartirlo, hay una urgencia inaplazable por dar testimonio. Y por último también cabe pensar que ese cántaro que quedó ahí sobre el pozo junto a Jesús, es un símbolo de que ella había ya puesto su necesidad, su sed, en manos de Aquel que era el Único que podía ofrecerle "un manantial capaz de dar la vida eterna" (Jn 4,14).
Al final sucedió algo extraordinario: la mujer se volvió testigo creíble. Ya no importó su pasado, su mala fama, nada. Había algo en ella nuevo, luminoso, que se percibía y movía a otros a creerle y a buscar lo que ella anunciaba. Su testimonio era eficaz porque animaba a otros a ir hacia Jesús. Y es que no basta que a uno le hablen de Él, no basta conocerlo 'de oídas'. Sólo cuando se tiene un encuentro personal con el Señor se puede ser testigo veraz, dar un testimonio que sea en verdad fecundo, y mueva a otros a afirmar: "Ya no creemos por lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es, de veras, el Salvador del mundo" (Jn 4,42).
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Caminar sobre las aguas”, Col. ‘La Palabra ilumia tu vida’, ciclo A, Ediciones 72, México, p.52, disponible en Amazon).