¿Que nos vean o que no nos vean?
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Por fin en qué quedamos?, ¿es bueno o es malo que nos vean haciendo buenas obras?’, preguntaba un tanto exasperado un asistente al curso de Biblia.
Es que en el quinto capítulo del Evangelio según san Mateo, en el llamado ‘Sermón de la montaña’, en un discurso del que se proclama una parte este domingo en Misa (ver Mt 5, 13-16), Jesús pidió:
“Brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos” (Mt 5, 16).
Pero un capítulo más adelante advierte:
“Tengan cuidado de no hacer el bien delante de los hombres, para que los vean; de lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial (Mt 6, 1).
Y casi veinte capítulos después Jesús criticó duramente a los escribas y fariseos porque “todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres” (Mt 23, 5).
Al desconcertado alumno le parecía que en todo esto había una gran contradicción, pero no la hay.
Existe una clave que permite hallar la coherencia en los tres textos, y esa clave se llama intención.
En el primer texto Jesús no está pidiendo que hagamos obras para ser vistos, lo que nos pide es que brille nuestra luz.
¿Qué significa esto?
En nuestro tiempo, en un mundo que sobrevalora la fama y el prestigio personal, eso de brillar nos suena a reflectores, a darnos importancia, a lucirnos, a volvernos ‘estrellas’.
Pero obviamente no es eso a lo que se refiere Jesús.
Y para comprenderlo viene en nuestra ayuda la Primera Lectura (ver Is 58, 7-10), en la que Dios nos revela, por medio del profeta Isaías, que si compartimos nuestro pan con el hambriento, hospedamos al pobre sin techo, vestimos al desnudo, no damos la espalda a nuestro propio hermano; renunciamos a oprimir a los demás; desterramos el gesto amenazador y la palabra ofensiva; saciamos la necesidad del humillado, en otras palabras, si realizamos obras de misericordia, surgirá nuestra luz como la aurora; brillará nuestra luz en las tinieblas y nuestra oscuridad será como el mediodía.
Es decir, que lo que puede hacernos brillar a los ojos de Dios, no es una buena campaña de ‘marketing’ o de relaciones públicas, sino tener caridad, es decir, amar.
El amor debe ser nuestro motor, nuestra motivación; amor a Dios y a los demás.
Se entiende así que no hay contradicción con lo que dice Jesús después.
Porque no está pidiéndonos que no hagamos obras buenas, ojo, sino que no las hagamos para ser vistos y alabados.
Si lo que te impulsa a actuar es tu ego, quedarás a oscuras, si lo que te mueve es tu amor por Dios y por tus hermanos, tus obras serán luminosas.
Por eso hay que poner mucha atención a nuestra intención, preguntarnos: ¿por qué quiero hacer esto?, ¿qué busco?, ¿qué me motiva?
Y pedirle a Dios que no nos deje actuar por vanidad sino por verdadera caridad.
Ello nos dará gran libertad, y así, aunque sin duda mucho de lo bueno que hagamos, quedará en lo secreto, sólo entre Dios y nosotros, cuando el caso lo requiera podremos también hacer algo bueno que otros vean y sea para ellos testimonio de caridad que los edifique y glorifique a Dios.
Pidámosle al Señor que nos dé una gran pureza de intención, para que lo que nos impulse a realizar toda obra buena, sea siempre el amor, sólo el amor, nunca la presunción.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Murmullo de brisa”, Col. ‘La Palabra del Domingo’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 38, disponible en amazon).