De juicios y planes
Alejandra María Sosa Elízaga*
Un joven tranquilo, al que le gusta vivir metódicamente y sin mayores complicaciones, tiene una novia que trabaja en un importante instituto internacional que está desarrollando un proyecto de gran trascendencia mundial para beneficio de toda la humanidad.
Ella le platica que hay una tarea delicadísima, parte fundamental del proyecto, que tiene que ser realizada por una mujer, por lo que los dirigentes de dicho instituto van a elegir de entre todas las ejecutivas, la más capaz para encomendarle dicha tarea.
Entonces por una ‘filtración’ de un archivo súper secreto de ese instituto él descubre que la elegida será su novia y la noticia lo estremece. Se pone a pensar que esto es algo que no sólo va a alterar completamente los planes que ambos tenían, sino que, si se casa con ella, va a tener que participar en algo que siente que lo rebasa, algo de lo que honradamente no se cree capaz. Así que con todo el dolor de su corazón decide terminar la relación con ella, porque le da temor ser un lastre que le impida a ella desarrollar plenamente el extraordinario proyecto que le encomendarán.
¿A qué viene esto a colación? A que como es un ejemplo situado en nuestro tiempo podemos entenderlo y quizá nos ayude a tratar de entender lo que, toda proporción guardada, probablemente sintió José, cuando María, con quien se iba a casar, concibió por obra y gracia del Espíritu Santo y él se dio cuenta, y comprendió que había sido elegida para llevar a cabo el proyecto divino de la salvación, el que anunciaron los profetas por los siglos, el que todo su pueblo aguardaba con ansia, y decidió dejarla porque no se creyó digno de participar en aquello.
Dice el Evangelio que se proclama en Misa este Cuarto Domingo de Adviento y también en las Primeras Vísperas de Navidad (ver Mt 1, 18-24), que cuando José se dio cuenta de que María estaba embarazada: “no queriendo ponerla en evidencia pensó dejarla en secreto”(Mt 1, 19).
Hay quien interpreta esto como que no quiso ‘echarla de cabeza’ porque pensó que ella había tenido relaciones con otro hombre, suposición que no le hace justicia ni a María ni a José.
Consideremos esto: Ella fue concebida sin pecado y permaneció así toda su vida, por lo que sin duda irradiaba pureza, tenía la mirada limpia, una actitud en todo que no daba pie a que nadie pensara mal de Ella. En Nazaret, el taller de él estaba cerca de la casa de Ella, la conocía de toda la vida, ¡imposible que sospechara algo malo!
Lo de que no quiso ‘ponerla en evidencia’ no se refiere a que no quiso dar a conocer algo supuestamente vergonzoso, sino a que no quiso revelar que Ella había sido la virgen anunciada por Isaías (ver Is 7,14), la elegida para traer a este mundo al Emmanuel, puesto que Dios mismo lo estaba conservando en secreto.
Y cuando había decidido dejarla para no interferir en el plan divino, ¡Dios mismo lo invitó a participar en él, y de qué modo! Le envió un Ángel a que disipara su temor de casarse con la que había concebido por obra del Espíritu Santo.
Hay quien al leer lo que el Ángel le dijo a José, lo interpreta como explicación, como si le dijera: ‘no temas tomar a María por esposa, deja te explico, el embarazo de Ella es obra del Espíritu Santo’, pero no habría que entenderlo así, sino como exhortación a participar en el plan de Dios, a no sentirse indigno, como si le dijera: ‘no temas ser esposo de Ella por haber sido elegida, no te sientas indigno porque el hijo que espera fue concebido por el Espíritu Santo, tú eres descendiente de David, y Dios quiere que participes en este plan.’
El Ángel le hizo saber a José que Dios lo eligió para ser nada menos que padre adoptivo del Dios-con-nosotros. Y por eso le dijo: “tú le pondrás el nombre de Jesús” (Mt 1,21). Poner el nombre al hijo era derecho y deber de su padre, que con ello expresaba su potestad sobre su hijo. Como quien dice, Dios le estaba confiando a Su Hijo amadísimo, aceptando que Jesús fuera conocido como ‘el hijo del carpintero’.
Ay, los juicios y los planes humanos suelen ir por un lado muy distinto al de los juicios y planes divinos, y con demasiada frecuencia sucede que no coinciden los dos.
Es significativo y da mucho para reflexionar, que cuando más indigno se creía José, más digno lo hallaba Dios...
(del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La fiesta de Dios”, Col. ‘Lámpara para tus pasos’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 17, disponible en Amazon).