Esperado inesperado
Alejandra María Sosa Elízaga*
Si viviera en nuestro tiempo y alguien le preguntara: ¿a qué te dedicas?', podría responder con toda veracidad: 'soy movedor de tapetes', y no porque lo suyo fuera el flete de alfombras, sino porque sus encendidos discursos dejarían a sus oyentes pensando: ‘híjole, ahora sí que me movió el tapete'.
Me refiero a Juan el Bautista, a quien el Evangelio que se proclama este domingo en Misa nos lo presenta rodeado de una multitud que acude a escucharlo y a ser bautizada por él.
Cuando Juan nació, su papá anunció que su niño sería “profeta del Altísimo” que iría “delante del Señor para preparar sus caminos anunciando a su pueblo la salvación y el perdón de sus pecados” (ver Lc 1, 76-77).
En el Evangelio dominical (ver Mt 3, 1-12). lo vemos ya adulto, invitando a la gente a convertirse, es decir, a arrepentirse de sus pecados, cambiar el rumbo de su vida para reorientarlo hacia Dios, y sumergirse en el Jordán para expresar su deseo de purificarse y empezar una vida nueva.
Como buen profeta Juan hablaba con claridad y valentía, y adaptaba su discurso a sus oyentes. A los de buena voluntad, sólo los exhortaba a convertirse, pero a los hipócritas y a los que practicaban una religiosidad vacía, confiados en que por pertenecer al pueblo elegido tenían asegurada la salvación, les ponía los pelos de punta llamándolos raza de víboras, y amenazándolos con que si no daban frutos de conversión les pasaría como al árbol seco que es cortado y arrojado al fuego.
Y no pensemos: ‘¡que gacho les dijo, qué bueno que no estábamos ahí!’, pues lo que dijo nos atañe a nosotros también; por algo la Iglesia nos lo presenta en este Domingo de Adviento, a 3 semanas de celebrar la venida del Señor.
Estamos llamados a revisar cómo estamos viviendo nuestra fe. Si nos hemos hecho la ilusión de que ya nos salvamos porque pertenecemos a la Iglesia fundada por Cristo, comprendamos que no basta, que hemos de dar frutos, de amor, de paz, de perdón, de justicia, y si hay áreas en las que no los estemos dando, hemos de revisar por qué y cambiar lo que haga falta para reorientar nuestros pasos hacia Dios.
Dice san Mateo que Juan es esa voz de la que hablaba el profeta Isaías, que nos invita a preparar el camino (como quien dice reorganizar nuestra geografía interior) para que el Señor pueda venir a nuestro encuentro.
Juan esperaba a uno que viniera con un hacha a cortar de raíz todo árbol seco y arrojarlo al fuego, pero sucedió lo inesperado: sí hubo un hacha, y sí fue puesta a la raíz de un árbol, pero no para destruirlo, sino para convertirlo en la cruz desde donde con infinita misericordia, habría de asumir nuestras culpas y redimirnos Jesús.
En esta segunda semana de Adviento se nos plantea la urgente necesidad de conversión, pero ojo: no motivada por el miedo que despierta el discurso amenazador de Juan el Bautista, sino por el gozo de saber que el Señor viene, no como era de temer y de esperar, a condenarnos, sino a rescatarnos, a dar Su vida por nuestra redención; prueba de ello es que eligió ponerse en nuestras manos, de la manera más vulnerable e indefensa del mundo, como un recién nacido, para venir a ofrecernos no el castigo merecido, sino la inmerecida salvación.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Caminar sobre las aguas”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 11, disponible en Amazon).