Shhh...¿escuchas?
Alejandra María Sosa Elízaga*
En una pequeña encuesta se le preguntó a la gente qué preferiría si sólo pudiera elegir una de dos: hablar o escuchar. Todos eligieron hablar.
Explicaron que les parecía indispensable comunicarse con los demás, expresar su opinión, pedir algo, hacer oír su voz.
Lo de escuchar no tuvo adeptos. Uno dijo que era algo demasiado pasivo; otro que era para los que no tenían nada que decir.
Qué curioso. En la Biblia se nos presenta una versión muy diferente acerca de lo que significa 'escuchar'.
La primera palabra del primer mandamiento que recibió el pueblo judío es 'Shemá' (Dt 6,4), que significa 'Escucha' (Shemá, Israel. Escucha, Israel). El gran pecado del pueblo consistió en cerrarse a la escucha. Una y otra vez Dios se quejó, por medio de los profetas, de que Su pueblo había prestado oídos sordos a Su voz.
También Jesús enfatizó la importancia de la escucha. En repetidas ocasiones pronunció estas palabras: 'El que tenga oídos para oír, que oiga' (ver Mt 11, 15; 13,9)
Podemos pues concluir que para el Señor es de suma importancia que sepamos mantener los oídos abiertos, y no sólo los del cuerpo, sino sobre todo los del alma (no hay pretexto aquí para quien tenga alguna discapacidad auditiva).
Un amigo sacerdote decía que deberíamos confesarnos del 'pecado de cerilla espiritual', es decir, de permitir que se nos acumule aquello que nos hace incapaces de escuchar la voz de Dios, y desde luego, tener propósito de enmienda.
La Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (Eclo 3, 19-21.30-31) afirma que el gran anhelo del hombre prudente es saber escuchar. Cabría preguntarnos: ¿sabemos escuchar?
Te invito a que abras hoy un espacio de quietud y te sometas a una 'prueba de audición' para averiguar cómo anda tu capacidad auditiva en estas cuatro áreas:
1. Escuchar a Dios
Muchos creyentes han tomado a Dios como si fuera uno de esos servicios telefónicos donde llamas para grabar una queja.
Se persignan (el equivalente a marcar el número) y ni siquiera se esperan a que les digan: 'al escuchar el bip diga su reporte' porque tarde se les hace para lanzarle a Dios todas las quejas y peticiones de las que se pueden acordar (como si se les fuera a acabar el minuto de grabadora).
Ya luego se persignan otra vez (como quien cuelga el auricular), se paran y se van muy satisfechos porque ya se desahogaron y le aventaron todo el paquete a Dios.
Pero, ¿y Él?, ¿cómo se quedó? Literalmente con la palabra en la boca porque no le dieron ni ¡derecho a réplica!
Pregúntate si sueles actuar así en tu oración y en ese caso hazte el propósito de dedicar un tiempito cada día a escuchar a Dios. Tal vez digas: '¡pero Él no habla!' y la respuesta es: sí, habla, no con una voz atronadora que baje del cielo (y qué bueno porque nos daría un ¡infarto!), sino en la Biblia, y también por medio de algo que nos pasa, o que leemos, o de alguien que nos ama y nos aconseja para bien.
Toma en cuenta algo muy importante: en el mundo que nos rodea todo el día oímos palabras mentirosas, que nos quieren hacer creer que es bueno lo malo y viceversa, palabras violentas, palabras groseras, amenazadoras y malas noticias que nos roban la paz. Pero en medio de este caos y confusión podemos escuchar la Palabra de Dios, que nos ilumina y nos guía con seguridad y nos da serenidad porque es siempre veraz. Por ello nunca debemos privarnos de prestarle atención.
La voz de Dios resuena muy dentro del corazón de quien de veras se esfuerza por escucharla, pero es tan discreta, tan delicada que debes hacer silencio interior para lograr captarla...
2. Escuchar a los demás
El mundo está lleno de gente a la que nadie escucha: ese viejito cuya familia ya está harta de oír sus historias; esa niña que habla y habla pero a la que sus padres oyen distraídos sin prestarle atención; ese joven difícil al que nadie hace caso...
¡Ojalá desde pequeños nos enseñaran a escuchar!, no sólo a parar la oreja, sino a captar con el corazón lo que el otro necesita decir.
¿Hace cuánto no te sientas a escuchar a alguien, pero ¡ojo! sin intercalar comentarios sobre lo que te pasa a ti, ni acaparar la charla? ¿Puedes decir en este momento que sabes exactamente qué ha alegrado, entristecido o preocupado a tus seres más cercanos el día de hoy? Si no es así, ¿qué tal si empiezas ahora mismo a averiguarlo?...
3. Escucharte a ti
Tu cuerpo te habla de muchas maneras, ¿sabes percibirlas? y sobre todo, ¿sabes responder a ellas? Cuando te pide agua, comida sana, descanso, ejercicio, alegría, perdón, paz, ¿lo atiendes o le dices: 'luego'?
Recuerda que sólo tienes un cuerpo y estará contigo hasta que te mueras, ¿le estás dando el mantenimiento adecuado para que no se te descomponga? Dicen que Dios perdona siempre, los hombres a veces sí y a veces no, pero el cuerpo ¡nunca! Escúchalo y atiéndelo hoy, para que mañana no tenga que reclamarte nada...
4. Escuchar algo hermoso
Estamos rodeados de ruidos fuertes y desagradables, música atronadora, palabras altisonantes y programas violentos. ¡Atención! Así como cuidamos lo que nos metemos en la boca, así debemos cuidar lo que penetra nuestros oídos. Fueron creados para la belleza, ¿les permitimos disfrutarla?
¿Cuál es tu sonido favorito?, ¿el crujir de las hojas secas al pisarlas?, ¿la lluvia que cae?, ¿la risa de los niños?, ¿el canto de un ave?, ¿los grillos en la noche?, ¿un concierto de Mozart? ¿Hace cuánto que no te das tiempo para escuchar algo que reconforte tu alma? Regálate hoy un apapacho sonoro, o date tiempo para disfrutar, de veras disfrutar, el silencio.
Escuchar es un arte precioso que nos hace crecer en sabiduría y paz porque nos conecta con Dios, con los demás, con nosotros mismos y con el maravilloso mundo que nos rodea. Pídele al Señor, que mañana tras mañana, Él despierte tu oído, como el profeta, y nunca permitas que tu corazón caiga en la sordera.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elizaga “Vida desde la Fe”, Col. ‘Fe y vida’, vol. 1, Ediciones72, México, p.186)