y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Si necesitas consuelo

Alejandra María Sosa Elízaga*

Si necesitas consuelo

El chamaquito no tenía ni dos años y estaba haciendo un berrinche impresionante.

Berreaba, qué digo berreaba, más bien aullaba; pataleaba; gritaba que ya no quería estar ahí, y como no recibía lo que exigía le pegaba a su mamá que se había sentado a descansar un momentito tras lo que, a juzgar por su cara de cansancio, había sido un día largo y difícil que obviamente había también fatigado y fastidiado a este chiquito que, como decimos en México, ya había 'acabado de estar'; se sentía harto y sin duda tenía hambre o sed o cansancio o sueño o todo a la vez, y lo hacía saber con toda la fuerza de sus pulmones.

Los que presenciamos la escena esperamos a ver qué hacía la mamá, temiendo encogidos que llegara el manazo, la nalgada, el regaño furioso.

Nada de eso sucedió. La señora levantó a su niño, lo sentó sobre sus piernas, lo abrazó y comenzó a hablarle quedito y a acariciar su cabeza hasta que el niño se fue calmando, se fue callando, y por fin se quedó tranquilo, apapachado por su mamá, y después se durmió, con las gotitas de lágrimas todavía brillándole en las pestañas pero la carita serena del que se siente querido y a salvo.

Al contemplar esto vinieron a mi mente las palabras de la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Is 66, 10-14):

"Dice el Señor...Como niños serán llevados en el regazo y acariciados sobre sus rodillas; como un hijo a quien su madre consuela, así los consolaré Yo..." (Is 66, 12c-13a).

Nuestro Dios es un Dios que ofrece consuelo.

Cuando pasamos por momentos difíciles, cuando ya no queremos estar viviendo algo muy doloroso o triste que nos fatiga el alma y nos deja llorosos o 'emberrinchinados'; cuando nos enojamos muchísimo y le gritamos y le reclamamos, Dios reacciona hacia nosotros como esta mamá con su criatura, es decir: ni con ira, ni con indiferencia: sólo con misericordia y consuelo.

Cuando le hacemos preguntas exasperadas (¿por qué no me sacas de esto?, ¿por que dejas que me pase esto a mí?) o levantamos nuestros puños hacia Él, Dios no se ofende.

Comprende que reaccionamos así debido a la frustración de ver que se rompen nuestros sueños o que perdemos a un ser querido o que las cosas no son como esperábamos.

Y eso no lo enoja, lo conmueve.

Hay mucha gente que dice: 'a Dios no le importa lo que me pasa; si le importara no hubiera permitido que sucediera esto'.  Pero esta afirmación demuestra que no se ha comprendido que aunque Dios es Todopoderoso y puede hacer cualquier cosa, a veces elige permitir que vivamos una determinada situación que quizá nos parece intolerable porque sabe que de ella saldremos fortalecidos, aprenderemos mucho y además se obtendrá un gran bien aunque por el momento no sepamos apreciarlo.

Como Padre amoroso que vela por nuestro verdadero bien, no nos concede todo lo que le pedimos porque nos malcriaría. Si cediera a nuestras peticiones de tener mucha salud, mucho dinero, una larga vida rodeados de seres que nunca se enfermen ni se mueran probablemente ya no querríamos dejar este mundo, se nos olvidaría que estamos destinados a otro que no se compara con éste, y que estamos aquí sólo de paso.

Dios permite muchas cosas que nos obligan a soltar, uno por uno, los dedos con los que nos aferramos a este mundo, pero no contempla indiferente desde el Cielo cómo esas cosas nos afectan. Le duele. Se interesa. Se preocupa. Y hace algo al respecto: Nos levanta, nos carga, nos acaricia y derrama sobre nosotros toda Su ternura y Su consuelo.

¿Cómo nos consuela Dios? En primer lugar porque nos da vida eterna. Se vive de modo muy distinto el dolor sabiendo que es pasajero, la muerte de un ser querido sabiendo que un día lo volveremos a ver.

También nos consuela Dios hablándonos al oído y al corazón a través de Su Palabra. También con los Sacramentos, por ejemplo en Su abrazo de perdón tras una buena Confesión, y cuando se nos da a Sí mismo en la Eucaristía, como alimento que nos alienta a seguir. También en un delicioso rato de oración que nos llena de paz, y desde luego en cosas tan simples y cotidianas que pueden pasar desapercibidas o parecer 'casualidad': una sonrisa que nos anima; una ayuda que llega cuando más falta hacía; la presencia solidaria de un amigo; un glorioso atardecer; un colibrí que asoma por la ventana; una noche de sueño reparador; una serenidad inexplicable, una fortaleza que no creíamos tener...

El consuelo de Dios nos llega suavemente, discretamente, casi sin hacerse notar, pero es un bálsamo que sana las heridas; que da tregua al sufrimiento; que nos permite tomar aire y seguir el camino con renovado brío.

Si estás pasando por uno de esos momentos agobiantes mantén el corazón abierto, dispuesto, atento a percibir las mil y un formas como el Señor te manifiesta Su consuelo y descansa en la certeza de que tu Dios no te está mirando desde lejos; te invita ¿no te das cuenta? a acurrucarte en Su regazo, a dejarte envolver en Su amoroso abrazo.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Vida desde la Fe”, Col. ‘Fe y Vida’, vol. 1, Ediciones 72, México, p. 16o, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 3 de julio de 2022 en la pag web y de facebook de Ediciones 72