y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

¿No pasa nada?

Alejandra María Sosa Elízaga*

¿No pasa nada?

Te saliste con la tuya.

Le' volaste' algo a alguien; te echaste una 'canita al aire' y le fuiste infiel a tu cónyuge; le pegaste a un coche y pudiste huir sin que te pescaran; te gastaste toda la quincena en una juerga; te auto-concediste un 'préstamo' con dinero que sacaste de una bolsa ajena...y no pasó nada; nadie se dio cuenta; nadie sospechó de ti; no pagaste las consecuencias.

Te crees libre de hacer lo que sea. Sientes que tienes absoluta libertad. Pero habría que preguntarse ¿qué es, realmente, la libertad?

Mucha gente considera que ser libre es hacer lo que se le pegue la gana, pero está en un error: la libertad no consiste en poder realizar cualquier cosa, buena o mala, pues fuimos creados para el bien. Hacer el mal nos daña; no nos hace libres; nos hace esclavos.

Pongamos un ejemplo: el que tiene una adicción, cree que es libre para ‘disfrutar’ aquello a lo que es adicto, pero en realidad es prisionero de su vicio.

Quien roba, engaña, abusa, mata, cree que es libre pero en realidad se ha esclavizado a sus pasiones, odios y rencores. Y también ha quedado atado a las nefastas consecuencias de sus actos.

La verdadera libertad consiste en ser fiel a la vocación a amar que Dios sembró en nuestros corazones; todo lo demás es ir a contrapelo y perder la libertad.

En la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (Gal 5,1.13-18) dice san Pablo: "Cristo nos ha liberado para que seamos libres"(Gal 5, 1).

Ello significa que con Su Muerte y Resurrección Cristo nos dio la posibilidad de liberarnos de todas nuestras esclavitudes: desde la esclavitud del mal y del pecado hasta la esclavitud de la muerte, pues Él nos ofrece la vida eterna.

Pero ojo: nos da esto como regalo, no como imposición. Más adelante en su carta, Pablo pide:' Conserven pues la libertad y no se sometan al yugo de la esclavitud." (Gal 5, 1).

Cabría preguntarse: ¿por qué nos pide esto?, ¿quién querría someterse al yugo de la esclavitud?, ¡suena absurdo!, ¿quién querría renunciar voluntariamente a la libertad y hacerse esclavo?

La respuesta es triste pero cierta: nosotros, los seres humanos.

Es que vivir en libertad exige decir continuamente 'no' a las propuestas que te hace un mundo que busca convertirte en esclavo del consumismo, del placer, del dinero, del prestigio, del poder, de la fuerza, de la violencia, del odio, de la intolerancia. Y estas propuestas del mundo vienen en presentaciones muy atractivas y nos hacen creer que seremos más felices si las aceptamos.

Se nos quiere hacer creer que es más divertido, más simple, más rápido aceptar el camino fácil que el mundo invita a recorrer y nos vamos 'con la finta'. Y como instintivamente le huimos a todo lo que nos parece trabajoso, caemos redonditos.

Por citar un ejemplo: es increíble la enorme cantidad de artículos para adelgazar que prometen que quien los use no tiene que hacer nada más que acostarse a contemplar cómo adelgaza. La ley del menor esfuerzo tiene muchos seguidores, y así ha sido desde siempre.

Leemos en la Biblia que cuando el pueblo judío salió de la esclavitud de Egipto añoraba volver sólo porque ahí tenía ollas llenas de carne, de cebollas y ajos y en cambio la libertad le exigía caminar a través del desierto, asumir riesgos, enfrentar dificultades.

Y es que los caminos de Dios no siempre son los más fáciles de seguir. Nos exigen abandonar el egoísmo, la autocomplacencia, la pereza; nos hacen salir de nosotros mismos; aprender a dar no sólo lo que nos sobra o lo que tenemos sino lo que somos; salir más allá de los cómodos límites en los que nos encerramos.

Ahí tenemos a los habitantes de Samaria de los que nos habla el Evangelio dominical (ver Lc 9, 51-62). Cuando Jesús envió a unos discípulos a pedir alojamiento no quisieron recibirle porque supieron que iba a Jerusalén.

Lo mismo nos pasa a nosotros: no queremos recibir al Jesús que va a Jerusalén, no sea que si lo invitamos a casa nos arruine la digestión platicándonos de sobremesa lo que piensa hacer en Jerusalén: entregar Su vida por amor; perdonar desde la cruz; morir por nosotros para desatarnos de nuestras esclavitudes; qué tal si se le ocurre invitarnos a ir con Él. Mejor no lo recibimos. Decimos 'no' como los samaritanos.

Si ser cristiano consistiera en salvarse por el camino ancho y hacer todo lo que se nos ocurriera probablemente habría carretadas de gente dispuesta a convertirse, pero como exige vivir el amor, el perdón, la donación de uno mismo, ya no nos gusta.

Pero, cuidado, nos puede pasar lo mismo que a los samaritanos.

Ellos creyeron que su rechazo no tuvo consecuencias porque no bajó fuego del cielo a consumirlos. No captaron que les pasó algo peor: Jesús se fue a otra parte. ¡Se perdieron el encuentro con Él!

¡Ay! tanto mejor hubiera sido que un poquito de fuego celestial les hubiera achicharrado el trasero para hacerlos correr tras de Jesús. Pero lo dejaron ir y creyeron que no pasó nada.

Como creemos que no pasa nada cuando hacemos algo malo y aparentemente no hubo consecuencias. Sí las hubo. Nos negamos a recibir a Jesús y Él se fue a otra parte.

Cada vez que nos aferramos a nuestras esclavitudes, rechazamos el encuentro con el Único que puede liberarnos. Y creemos que no pasa nada.  ¡Si supiéramos!...

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Vida desde la fe”, Col. ‘Fe y vida’, vol. 1, Ediciones 72, p. 156, México, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 26 de junio de 2022 en la pag web y de facebook de Ediciones 72