Y tú, ¿qué dices?
Alejandra María Sosa Elízaga*
Hay preguntas a las que se puede, más aún, casi se debe dar, una respuesta ‘de cajón’: La muchacha vestida de novia, le pregunta a su novio: ‘¿cómo me veo?’ ¿Qué le va a decir? ‘Pues, mira, la verdad, te ves un poquito gorda’? ¡Se suspende la boda! No hay más respuesta que: -‘¡Estás preciosa, mi vida!’
Hay otras que permiten que uno se salga por la tangente: ‘¿Entonces cuándo nos vemos?’ -‘Esteee...nos hablamos y nos ponemos de acuerdo’.
También hay algunas a las que se puede responder con gran detalle y libertad porque uno no se siente involucrado, como cuando Jesús cuestiona a Sus discípulos acerca de lo que la gente dice de Él y ellos no tienen empacho en platicarle los disparates que han oído, al fin que ellos no tienen nada que ver con lo que los demás opinan.
Pero hay preguntas que no permiten nada de esto, que te obligan a definirte, que te desnudan y te hacen mirar hacia adentro y buscar en tu interior la respuesta.
En el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 9, 18-24), vemos que Jesús lanza una de éstas: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?”. Como quien dice: ya comentaron y criticaron lo que otros dijeron, ahora quiero saber qué dicen ustedes.
Se trata de una cuestión importantísima que deja mudos a los discípulos y los pone a pensar. Pero no está destinada sólo a ellos: ese “ustedes” nos incluye a nosotros, te incluye a ti. Jesús hoy te pregunta: “Y tú, ¿quién dices que soy Yo?” No porque no lo sepa, sino porque quiere que tú hagas un alto en el camino y reflexiones seriamente sobre ello.
Mucha gente le saca la vuelta. Muchos dicen: ‘ya habrá tiempo para meditar en esto’ y la verdad es que siguen posponiendo el momento hasta que quizá es demasiado tarde.
Otros en cambio un día se lo preguntan, como le sucedió al famoso escritor inglés C.S.Lewis, que contaba que al leer que Jesús afirmaba: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6), pensó que era demasiado atrevido que alguien dijera eso de sí mismo, así que o Jesús era un mentiroso o un loco o Dios. La cuestión le rondaba en la cabeza hasta que un día se hizo la pregunta que se plantea en el Evangelio dominical, y sintió que había llegado el momento de resolver qué decía él acerca de Jesús.
Tras largo análisis concluyó que no podía decir que Jesús era un mentiroso pues la gente miente para evitar que le hagan algo malo (¡yo no fui!) y en cambio Jesús enfrentó la muerte más terrible por mantenerse firme en lo que afirmaba, y también Sus seguidores, y miles de mártires, a lo largo de siglos, han entregado gozosos su vida por Él, ¿quién haría algo así por un mentiroso?
También concluyó que no podía decir que Jesús era un loco pues hay una perfecta lucidez, armonía y coherencia no sólo en todo lo que hizo y dijo, sino también en relación a la manera como Su Palabra y Su vida están en perfecta concordancia con la Sagrada Escritura y corresponden perfectamente al plan de salvación de Dios anunciado desde antiguo.
Tras mucho meditar y leer los Evangelios reconoció que sí podía afirmar que Jesús es Dios. Esta idea lo estremeció: lo hizo darse cuenta de que lo que decía exigía de él un ajuste en su vida: abandonar su indiferencia religiosa y esforzarse por conocer a Jesús, pues a Él debía no sólo su existencia en este mundo sino el regalo de la vida eterna. ¡No poca cosa! Responder esta pregunta cambió su perspectiva, iluminó su horizonte, le abrió un camino.
También a ti Jesús te sale al paso hoy y te fuerza a detenerte y a responderle quién dices tú que es Él. Y ¡ojo! no quiere que le repitas lo que aprendiste en el catecismo de la infancia, ni que recites lo que imaginas que quiere escuchar. Espera que seas capaz de decirle directa y francamente lo que sientes. ¿Quién dices que es?, ¿un total desconocido?, ¿alguien que quisieras conocer pero no sabes cómo?, ¿un antiguo amigo al que hace mucho dejaste en el olvido?, ¿alguien que te provoca miedo porque crees que te va a pedir lo que no quieres dar?, ¿alguien con quien te enojaste hace mucho y no te has podido contentar...? o ¿tu Señor?, ¿tu todo?, ¿tu Amor?
Aquí no hay ‘tache’ o ‘palomita’, no se trata de dar una respuesta ‘teológicamente correcta’ sacada de un libro, ni es esto un concurso para ver si atinas a decir lo que ‘debes’. Aquí la única respuesta incorrecta es la que se dice de ‘dientes para afuera’, la que no se cree. No le digas que es tu Dios si prefieres adorar a otros dioses; no lo llames tu Amigo si nunca lo frecuentas; no afirmes que es tu Luz si no le has permitido que rompa tus tinieblas.
Responde desde el fondo de tu alma, la verdad. Es todo lo que Él pide, es todo lo que necesita para poder edificar -quizá reconstruir- Su relación contigo.
Eso sí no esperes que a la primera se conforme: te seguirá preguntando, al oído, como un enamorado, qué dices de Él, hasta lograr provocarte una inquietud, despertarte esa curiosidad que te impulse a abrirle las puertas de tu corazón, permitirle pasar, dejar que te seduzca y al fin corresponderle...
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Vida desde la Fe”, Col. ‘Fe y Vida’, vol. 1, Ediciones 72, México, p. 153, disponible en Amazon).