Siete regalos
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿No te ha pasado que te regalan algo que te gusta tanto que se te ocurre guardarlo para sacarlo en alguna ocasión muy especial y, una de dos, o lo guardaste tan bien que luego ya no te acuerdas en dónde lo pusiste y nunca más lo vuelves a ver, o, si era algo de comer, cuando por fin lo sacas de las profundidades del ropero, ya se puso verde (el regalo, no el ropero)?.
Qué coraje da darte cuenta de que por querer conservar un regalo, desperdiciaste miserablemente la oportunidad de disfrutarlo. Qué distinto cuando acabando de recibirlo lo abres y lo usas, aunque se gaste...
Este Domingo de Pentecostés celebramos que recibimos muchos regalos, entre los que destacan siete, pero si hiciéramos una encuesta es muy probable que mucha gente confiese que ni sabía que se los habían dado, ni se le había ocurrido estrenarlos.
¿A qué regalos me refiero? A los que anunció el profeta Isaías (en Is 11, 2) y que son llamados ‘siete sagrados dones’ en la “Secuencia de Pentecostés”, que se proclama este domingo en Misa antes del Evangelio, y que está dedicada al Espíritu Santo, “Dador de todos los dones”.
Recibimos dichos dones en el Bautismo; fueron reafirmados en la Confirmación, y son derramados continuamente sobre nosotros como una lluvia de gracia y bendiciones que nos capacita para vivir como hijos de Dios.
Qué pena si hasta ahora los hemos dejado en el olvido, pero la buena noticia es que ¡no es demasiado tarde!, estamos todavía muy a tiempo para echar un vistazo a ese arcón de tesoros espirituales que se nos ha obsequiado, y no perder ya más tiempo para empezar a beneficiarnos de ellos. Veamos cuáles son:
Don de sabiduría. Que no consiste en saber mucho, en el sentido de acumular conocimientos enciclopédicos, sino en saber elegir el camino mejor, el que nos acerca más a Dios, el que nos permite cumplir mejor Su voluntad, Su proyecto amoroso para nosotros.
Don de entendimiento. Que nos ayuda a abrirnos al don de la Palabra de Dios, para conocerla cada vez mejor, amarla cada vez más y dejar que sea, como dice el salmista, luz en nuestra senda, lámpara para nuestros pasos. Que en ella encontremos siempre enseñanzas que nos iluminen, exhorten, guíen, consuelen y llenen de amor, fe y esperanza.
Don de ciencia. Que nos ayuda a dar a cada cosa su valor, a no poner nada por encima de Dios, a no caer en la idolatría con los falsos dioses de este mundo: el dinero, el poder, el placer por el placer. Nos ayuda a emplear nuestros bienes (espirituales y materiales) para bien de los demás y mayor gloria de Dios.
Don de consejo. Que nos capacita para saber aconsejar a otros con criterios cristianos. Nos ilumina para tener la palabra oportuna para alentar, corregir, edificar, ayudar a otros a descubrir la voluntad de Dios en sus vidas.
Don de fortaleza. Que nos ayuda a perseverar en el bien sin flaquear cuando las cosas se ponen difíciles, sea para cumplir un buen propósito o para enfrentar con paz y fe en Dios, toda situación adversa.
Don de piedad. Que nos ayuda a gustar de las cosas de Dios, a acudir gozosos a la cita con Él en la oración, en la lectura de Su Palabra, en la Reconciliación, en la Eucaristía... Nos libra del tedio, la rutina, el desinterés, la frialdad; nos mantiene sedientos de Aquel que es la fuente de Agua Viva...
Don de temor de Dios. Que no se refiere a 'miedo', sino a ese temor que uno siente cuando ama profundamente a alguien y por nada del mundo quisiera fallarle, teme hacer algo que lo decepcione o lastime. Este don nos ayuda a aborrecer el pecado y todo aquello que pueda apartarnos del Amado o poner en riesgo nuestra amistad con Él.
Conviene memorizarlos, para tenerlos siempre presentes y saber cuál pedir al Espíritu Santo que nos ayude a aprovechar cuando más falta nos haga.
Reflexionaba en lo maravilloso que es contar con el Espíritu Santo, que está siempre dispuesto a darnos lo que necesitamos, y vino a mi mente un recuerdo personal que quisiera compartirte:
Mi papá solía tener en su closet uno o dos ejemplares de cuanto puede en un momento dado hacer falta en una casa: focos, pilas, clavos, pinzas, alambritos, etc. Nada más menciónalo, y seguro lo tenía.
Bromeábamos con él por ello, pero cuando se ofrecía algo, bien que nos gustaba que siempre lo tuviera a la mano.
Muchas veces llegué con él en domingo a solicitarle: '¿puede abrir hoy la 'miscelánea don Manuelito?' Levantaba los ojos de su periódico y con mirada pícara me decía: '¿estás haciendo mofa de tu progenitor?', cosa que yo por supuesto negaba con falsa seriedad; entonces él preguntaba: '¿qué necesitas?', y, recibida la respuesta, iba a su clóset y sacaba precisamente lo que se requería, por raro que fuera: la pilita para el reloj, el desarmador en cruz, la tuerquita de un anteojo...
Conocía perfectamente lo que tenía y sabía por lo tanto, aprovecharlo.
Esa miscelánea ya cerró porque desde hace 15 años su dueño despacha desde el Cielo, pero la 'miscelánea' del Espíritu Santo no cierra ¡nunca! Tiene infinitamente más dones de los que podemos imaginar, nos los ofrece aun antes de que sepamos que los necesitaremos, y, lo mejor de todo, nos los regala para que los conservemos siempre y los empleemos cuantas veces haga falta, sin que se gasten ni se acaben jamás.
¿Verdad que vale la pena no seguir dejando pasar ni un día ni una oportunidad para poderlos aprovechar?
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Gracia Oportuna”, Col. ‘Fe y Vida’, ciclo C, Ediciones 72, p.81, disponible en Amazon).