Ausencia y Presencia
Alejandra María Sosa Elízaga*
Si les hubiera preguntado seguramente hubieran respondido que no, que así como estaban, querían seguir. Pero no se los preguntó, sólo lo hizo. Y aunque al principio el cambio debe haberles costado mucho trabajo, fue para bien.
Me refiero al hecho de que a los cuarenta días de haber resucitado, y de haber estado dejándose ver por Sus discípulos, Jesús les anunció que volvería al Padre.
El Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 24, 46-53) narra el momento en que, luego de dirigirles unas palabras, Jesús los bendijo y ascendió al Cielo. Y a partir de ese momento ya no lo vieron más como se habían acostumbrado a verlo, como se dice popularmente 'de carne y hueso'.
Por eso digo que si hubieran podido opinar probablemente le hubieran pedido que siguiera con ellos como al principio, como había estado siempre. Claro, para ellos era no sólo lo que más llenaba su corazón, pues lo amaban y lo querían a su lado, sino también lo que más les facilitaba las cosas. Después de todo durante varios años no tuvieron que preocuparse de nada más que de estar con Jesús. Si Él se embarcaba, se embarcaban; si caminaba a otro pueblo, caminaban con Él; si se sentaba a predicar, se sentaban a escucharlo; si tenían alguna duda bastaba con preguntársela. No tenían que decidir qué harían o a dónde irían; en todo ese período su vida consistió en estar todo el tiempo con Jesús sin preocuparse de nada más.
Estaban muy a gusto, sin duda, pero no podían continuar así porque tenerlo todo resuelto no hace crecer. Sucede como con un niño muy pequeño, que se la pasa todo el día con su mamá. No tiene que tomar ninguna decisión, ella decide por él; a qué horas y qué come; con quiénes juega; cuándo descansa. Y si él quiere hacer algo basta que la voltee a ver para que ella, con una mirada o un leve movimiento de cabeza le indique si lo permite o no. Está muy a gusto, pero de seguir así jamás maduraría. Por eso llega el momento de dejar a su mamá y entrar al jardín de niños. Y ya no puede verla para saber si está bien o no arrebatarle la crayola a otro niño, empujarlo para subir a la resbaladilla, o comerse el almuerzo antes del recreo. Se ve en la necesidad de resolver esos asuntos y quizá al principio le cueste trabajo, se sienta muy solo y extrañe a su mamá, pero llega un momento en que se da cuenta de que en cierta forma no está solo porque en su mente tiene presentes las enseñanzas y recomendaciones de ella, y eso le ayuda a ir saliendo adelante en lo que va enfrentando cada día.
Algo similar sucede con los discípulos de Jesús. Con la ventaja de que en este caso no sólo recordaban Sus palabras y enseñanzas sino que continuaban teniéndolo a su lado, aunque con una presencia distinta, que exigía de ellos, y desde entonces, también de todos nosotros, disponibilidad del corazón para captarla.
Que Jesús volviera al Cielo no implicaba, para nada, que se ausentara, que abandonara a Sus discípulos. En ninguna parte leemos que les haya dicho: 'ahí se ven, si saben contar, no cuenten conmigo'. Al contrario, sabemos que les dijo: "Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).
Así, después de la Ascensión, los discípulos tuvieron que aprender a vivir su seguimiento de Jesús de otra manera. Y como ellos, los discípulos de todo el mundo, lo cual nos incluye a nosotros.
No podemos abrazarlo, pero lo sabemos Realmente Presente en la Eucaristía. No lo escuchamos hablar, pero descubrimos lo que quiere decirnos en la Sagrada Escritura. No vemos claramente Sus huellas marcadas en el suelo para que podamos limitarnos a levantarnos cada mañana y simplemente ir tras ellas. Ahora tenemos que preguntarle a dónde quiere que vayamos, a quién quiere que le compartamos la Buena Nueva, de qué manera quiere que vivamos día a día, y estar muy atentos para descubrir cómo nos va respondiendo, de manera discreta pero clara: quizá en un ratito de oración y reflexión; o en un texto que leímos y meditamos; o en una visita al Santísimo, o en una charla con algún hermano.
Hoy la Iglesia celebra la Ascensión del Señor; nos alegramos de que el Señor nos dé la oportunidad de madurar y no ser seguidores pasivos, sino buscadores activos con el corazón bien atento, dispuesto para saber captar cómo nos sale al encuentro.