y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Murmuraciones

Alejandra María Sosa Elízaga*

Murmuraciones

Qué fácil es hablar mal de otros. Especialmente cuando han hecho algo malo o, peor aún, muy malo. Quien lo hace siente una especie de perverso placer al examinar el caso desde su propia altura moral, mirando al caído como por encima del hombro, señalando sus faltas con dedo flamígero y gesto reprobatorio: '¡Cómo es posible que cayera tan bajo!, ¡cómo es posible que hiciera semejante cosa!', expresiones que suelen concluir con una rotunda afirmación: '¡Yo nunca haría algo así!'

Entonces viene San Pablo y, en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa nos dice una frase sumamente inquietante: “el que crea estar firme, tenga cuidado de no caer” (1Cor 10, 12).

¡Zas! Ahí está, para que nadie se sienta a salvo de pecar, para que nadie crea que ya es 'a prueba de balas', que le aprieta tanto la aureola que puede vivir tranquilo de aquí a que el Señor lo llame con fanfarrias a entrar en el cielo.

San Pablo nos hace ver que nadie puede sentirse ya salvado, que siempre existe la peligrosa posibilidad de resbalar. Y pone un ejemplo muy concreto: Comienza el apóstol recordando cómo quienes salieron de Egipto con Moisés, tuvieron, como miembros del pueblo escogido por Dios, el privilegio de recibir muchos dones y gracias, y sin embargo al final hicieron algo enteramente opuesto a la voluntad divina, “desagradaron a Dios y murieron en el desierto” (1Cor 10, 5). Añade que ello debe servirnos de advertencia y luego, como aconsejándonos que no hagamos aquello que ellos hicieron, nos pide: “No murmuren ustedes como algunos de ellos murmuraron y perecieron” (1Cor 10, 6).

Como se ve, San Pablo considera que eso que ellos hicieron y que desagradó muchísimo a Dios fue murmurar, y ojo, esto no se refiere a 'hablar quedito, en un murmullo' sino a decir, quedito o fuerte, no importa, cosas malas de otros.

Resulta claro pues, que quien critica a otros, aunque quizá tenga razón en señalar una falta que en realidad sea grave, no debe sentirse tan libre de culpa, pues cae a su vez en una falta, distinta pero grave también: la de la murmuración.

La murmuración desagrada a Dios porque implica dos actitudes contrarias a la vocación a amar a la que Él nos llama: La soberbia (pues el que critica se siente superior a quien es criticado) y la ausencia de misericordia (pues el que critica no pone su corazón en la miseria del otro; prefiere condenarlo a compadecerlo). Profundicemos en esto:

1. La soberbia. Es posible que quien critica tenga razón al pensar que nunca haría algo como lo que está criticando, pero ello no significa que no pueda caer o que no haya caído en otros pecados. La tentación toca en cualquier puerta y la naturaleza humana es frágil y pecadora. Por ello, ante las fallas de los demás, por escandalosas que nos parezcan, no cabe la soberbia sino la compasión que brota de sabernos todos igualmente falibles y susceptibles de pecar. Eso nos lleva a la segunda falta que comete quien murmura:

2. La falta de misericordia. Jesús dijo que debemos ser misericordiosos si queremos obtener misericordia. ¡Es muy alto el precio de negarle a otros la misericordia: Dios nos la puede negar a nosotros!  (Ver Mt 5, 7; 6, 14-15).

Tener misericordia no implica disculpar en el sentido de dar la razón a quien ha hecho algo que nos parece erróneo o incluso terrible; implica, entre otras cosas, no permitir que anide el odio en el propio corazón, no desearle mal y pedir en la oración que se arrepienta y cambie.

En el Evangelio que se proclama este domingo en Misa, cuando algunos que se acercan a Jesús se ponen a elucubrar acerca de si unas personas a las que les sucedió una desgracia eran más pecadoras que ellos, Él los invita firmemente a dejarse de preocupar por juzgar a otros y mejor empeñarse en su propia conversión (ver Lc 13, 1-5). Su llamado nos atañe a todos.

Quien cae en la murmuración no tiene otro camino que comprender que ha hecho mal, pedir perdón a Dios y solicitar de Él la gracia de saber callar prudentemente y resistir las ganas de comentar aquello con todo el mundo; no ser como esa señora que cuando su confesor le exigió dejar de difamar a cierta persona, le contestó: 'ay padre, déme chance, ¡nomás me falta platicárselo a tres vecinas y ya!'.

Estamos prácticamente a mediados de Cuaresma; qué bueno sería que como un modo de seguirnos preparando para celebrar la Pascua con el corazón renovado, aprovechemos este tiempo para superar el hábito de murmurar, que tanto desagrada a Dios. Procuremos vivir, en adelante, según esta sabia regla: 'Si no tienes nada bueno que decir acerca de alguien, no digas nada'.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elizaga “Gracia oportuna”, Col. ‘Fe y Vida’, vol. 4, Ediciones 72, México, p. 50, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 20 de marzo de 2022 en la pag web y de facebook de Ediciones 72