¿Venganza?
Alejandra María Sosa Elizaga*
'¡¡Así te quería yo agarrar, infeliz!!'
Ésta es una frase que puede pronunciar alguien para sus adentros cuando descubre que cierta persona que le cae mal o, peor aún, a la que odia, y de la cual desea desquitarse, se encuentra a su merced, vulnerable, susceptible de recibir algún tipo de castigo o venganza.
En estos casos se suele experimentar la tentación de hacer justicia por la propia mano. Incluso se puede llegar a pensar que no es casualidad que se hayan dado las circunstancias precisas que le permiten a uno hacer que la otra pague por lo que hizo. Hay quien piensa: 'no, si ya estaba de Dios que me llegara esta oportunidad de vengarme: se ve que Él me la puso en bandeja de plata, así que ¡la voy a aprovechar!'
Es lo más fácil reaccionar como lo hace todo el mundo, dejarse llevar por el instinto, permitir que aflore lo peor de uno mismo y encima justificarlo argumentando que por algo Dios lo permite. Pero como creyentes estamos llamados a actuar de modo muy distinto.
Ahí tenemos el ejemplo de David, el que fuera el famoso rey de Israel. Cuando era apenas un joven valiente y bien parecido, el que entonces era rey, Saúl, comenzó a sentir envidia e ira contra él. Llegó a tal grado su hostilidad que Saúl empezó a buscar la manera de acabar con David y se dedicó a perseguirlo y a hacerle la vida imposible. ¿Cómo reaccionó éste? De manera ejemplar: sin devolver jamás mal por mal; todo lo contrario.
En la escena que narra la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Sam 26, 2.7-9.12-13.22-23), vemos que una noche David y un compañero suyo se dan cuenta de que el rey Saúl y toda su comitiva están durmiendo tranquilamente en una cueva. Entran en ésta y llegan hasta donde está acostado el rey, sin que éste ni quienes lo rodean se despierten. Su compañero le dice a David: "Dios te está poniendo al enemigo al alcance de tu mano. Deja que lo clave ahora en tierra con un solo golpe de su misma lanza" (1Sam 26, 8)
Ahí esta la tentación de decir la frase mencionada al principio, la tentación de aprovechar el momento, inclusive la tentación de creer que Dios avala esta venganza. Pero David no cae en eso y se niega a atentar contra la vida de aquel a quien sabe que Dios ungió como rey.
A pesar de todo lo que el rey le ha hecho, a pesar de que alguien lo está animando a creer que el mismo Dios lo invita a deshacerse de Saúl de una vez por todas, David no cede ni a la presión externa ni a la de su propio corazón, a pesar de que está indignado y dolido por todo el mal que, sin merecerlo, ha recibido de parte de Saúl.
David elige reaccionar de manera distinta a lo que cualquiera hubiera esperado; elige el camino difícil, elige perdonar y renunciar a su deseo de desquitarse. Se atreve a permitir que sea Dios el que se encargue del asunto y lo pone todo en Sus manos, afirmando: “El Señor dará a cada uno según su justicia y lealtad” (1Sam 26, 23).
Alguno podría pensar que David deja pasar una oportunidad única, que es tonto y débil. La verdad es que hubiera sido tonto y débil si hubiera respondido de otro modo. Se requiere verdadera inteligencia y fortaleza para comportarse según la voluntad divina, que es siempre de paz, perdón y misericordia.
Lo vemos en el Evangelio dominical (ver Lc 6, 27-38). Estamos llamados a amar a nuestros enemigos, a rogar por los que nos maldicen Cuesta trabajo, pero la buena noticia es que quien se atreve a hacerlo, obtiene resultados sorprendentes.
Si leemos en la Biblia la continuación de esta historia, vemos cómo, cuando Saúl descubre que David le perdonó la vida, cambia por completo. Le dice: “He pecado. Vuelve, hijo mío, David, no te haré ya ningún mal, ya que mi vida ha sido hoy preciosa a tus ojos. Me he portado como un necio y estaba totalmente equivocado” (1Sam 26, 21). Y a partir de ahí, cesa en su persecución contra David.
La próxima vez que sientas que Dios te pone en bandeja de plata la oportunidad de desquitarte, piénsalo dos veces: trae a tu mente esta historia y atrévete a reaccionar como David. Ten por seguro que obtendrás, como lo promete Jesús, una gran recompensa, y sobre todo la infinita satisfacción de ser un digno hijo de Dios, que es siempre Bueno, incluso con los malos y los ingratos (ver Lc 6, 35).
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Gracia oportuna”, Col. ‘Fe y vida’, vol, 4, Ediciones 72, México, p. 40, disponible en amazon).