¿Sabes en quién confiar?
Alejandra María Sosa Elízaga*
En la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Jer 17, 5-8), afirma el profeta: 'Maldito el hombre que confía en el hombre' (Jer 17, 5).
¿Para qué nos dice esto?, ¿para confirmar nuestras peores sospechas de que estamos rodeados de una bola de 'aprovechados', digamos: '¡aja!, ¡ya sabía yo que no podía fiarme de nadie!' y empecemos a ver de reojo a todo el mundo y a pensar mal hasta de nuestra sombra? No, nada de eso. Busca advertirnos contra la autosuficiencia.
Se han puesto de moda libros, 'cursos', 'seminarios', 'diplomados' en los que se enseña a la gente a creer que todo lo puede si se lo propone. A las personas les gusta oír eso, les gusta sentirse poderosas y convencerse de que tienen el control total de su existencia.
Se venden como pan caliente unos libros -por llamarlos de algún modo- dizque de 'metafísica' en los que se dan recetas para obtener lo que uno quiera con sólo concentrarse en verse a sí mismo envuelto en un rayo morado o verde o rosa o del color que la imaginación del autor le dictó. Y ahí están los pobres ilusos esperando que baje el rayo de las 11 a cumplirles sus fantasías.
Se abarrotan las conferencias de 'gurús' o 'guías' extranjeros que ofrecen llamativas fórmulas para obtener éxito, amor, salud y dinero (son expertos en esto último, pero sólo para su propio beneficio). Sus seguidores salen convencidos de que pueden lograr lo que sea, el problema es que han puesto sus esperanzas en algo que no puede sostenerlas.
El hombre que sólo confía en sus propios medios, pronto se estrella contra sus propios límites, y una enfermedad, la muerte de un ser querido, una crisis, lo desconcierta y desespera.
La Primera Lectura dominical nos recuerda que somos criaturas no dioses, por más que haya quien desee hacernos creer lo contrario. No lo podemos todo y es ridícula nuestra pretensión de valernos por nosotros mismos: dependemos de Dios.
Recordemos que Jesús dijo: "Yo soy la Vid; vosotros los sarmientos...separados de Mí no podéis hacer nada." (Jn 15,5). Es el Señor quien nos da a cada instante vida, luz, entendimiento, posibilidades para desarrollarnos.
San Pablo pregunta: "¿Qué tienes que no hayas recibido (de Dios)?" (1Cor 4,7). Esto no significa que debamos sentarnos a esperar que todo se nos dé hecho, no, la fe no inmoviliza: creemos en un Señor que nos llama a desarrollar al máximo nuestras capacidades (ver Mt 25,14-30), a tener sueños y proyectos.
Lo que se nos pide es confiar, en primer lugar, en Dios, y tener claro que Él sostiene esas nuestras capacidades, sueños y proyectos.
Ello nos da la paz de saber que si algo no sale como habíamos imaginado, como todo está en manos de Dios, ya se le ocurrirá a Él algo mejor.
Dice el profeta Jeremías: "Bendito el hombre que confía en el Señor, pues no defraudará el Señor su confianza" (Jer 17, 7).
Cabe comentar que aparte de la autosuficiencia de quienes no toman en cuenta a Dios está la de quienes creen que saben mejor que Él lo que conviene, y cuando oran no piden, ¡exigen! Dicen: 'vamos a orar por fulano y va a sanar', sin ponerse a pensar que quizá Dios está permitiendo esa enfermedad para que ese enfermo crezca en paciencia y en humildad o para que su familia crezca en amor y en unidad.
Y cuando aquel no mejora le dicen: 'es que te faltó fe', como si el hecho de tener 'mucha fe' garantice que Dios cumpla lo que sea que uno le pida por encima de Su mejor juicio.
La verdadera fe consiste en confiar en que por Su infinita sabiduría y el amor que nos tiene, Dios hace siempre lo mejor para nosotros. Sólo si crees esto no quedas defraudado.
Como seres humanos limitados por el tiempo y el espacio, no sabemos las razones de Dios para permitir algo con lo que quizá no estemos de acuerdo, así que lo mejor que podemos hacer es fiarnos de Él y orar como Jesús en el Huerto: decirle lo que nos gustaría que sucediera, pero aceptar de antemano que lo que Él decida será lo mejor (ver Lc 22, 42).
El profeta Jeremías propone una comparación no sólo para que reflexiones, sino para que elijas... Dice que quien confía en sí mismo y "aparta del Señor su corazón" vive como “cardo en la estepa, que nunca disfrutará de la lluvia. Vivirá en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhabitable”, es decir que sus propios recursos le serán siempre insuficientes para salir adelante en la vida, sobre todo en la adversidad; y en cambio el que se fía de Dios es “como un árbol plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes”, por lo cual aunque haya calor o sequía se mantendrá siempre frondoso y dando frutos, es decir, aunque en su vida enfrente dificultades, tendrá siempre una fuente inagotable de dónde obtener el sustento para alimentarse, y la fortaleza para nunca marchitarse...
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga ‘Vida desde la Fe’, Colección ‘Fe y vida’, vol. 1, Ediciones 72, México, p. 92, disponible en amazon).