Los gustos de Dios
Alejandra María Sosa Elízaga*
En el Evangelio que se proclama este domingo, comienza San Lucas a decirnos quiénes eran los 'meros meros' de ese tiempo: quién era emperador, quiénes gobernaban, quiénes dirigían los destinos de las gentes y entonces dice una frase que despierta muchísimo interés: “y la Palabra de Dios fue dirigida a..."
Si esto fuera una película, la cámara iría recorriendo el interior de imponentes palacios y nos mostraría a estos personajes, vestidos a todo lujo, trasnochándose en un banquete, rodeados de sirvientes y cortesanos dispuestos a halagarlos y obedecerlos en todo.
Uno por uno los mostraría la cámara y los espectadores nos preguntaríamos: '¿a quién de éstos importantísimos señorones le fue dirigida la Palabra de Dios?' '¿Al emperador César Tiberio?, ¿al procurador Pilato?, ¿a alguno de los tetrarcas (es decir, gobernadores de tres regiones) Herodes, Filipo o Lisanias?, ¿tal vez a alguno de los sumos sacerdotes?'
Uno podría sentir la tensión que se acumula, como en un filme de misterio...
¿A quién?, ¿a quién le fue dirigida la Palabra de Dios?, ¡Ya dígannos por favooor!
Una musiquita le pondría suspenso al asunto, y cuando creyéramos estar a punto de quitarnos de dudas, la cámara no se detendría en ninguno de ellos, sino que continuaría su recorrido hasta salir y mostrarnos el exterior, tomar los jardines, y más allá, las casas que rodeaban el palacio, y más allá, los campos alrededor de la ciudad, y todavía más allá, hasta llegar a una inmensa extensión de colinas de roca y arena, en la cual distinguiríamos la silueta lejana, solitaria, de un hombre.
La cámara continuaría avanzando, acercándose a dicho hombre y descubriríamos que estaba vestido apenas con una tosca piel de camello (en tremendo contraste con las ricas vestiduras que acabamos de contemplar), y sentado en silencio, contemplando el cielo.
Es Juan el Bautista, y por fin se nos revela que fue a él a quien “fue dirigida la Palabra de Dios, en el desierto.”
¿Que quéééé?, ¿oímos bien? ¿Dios no eligió a ninguno de los ricos, famosos e influyentes para hablarle?, ¿quiso dirigir Su Palabra al que a los ojos del mundo era el más insignificante de todos los posibles candidatos?
¿Por qué hizo Dios semejante cosa? Porque los gustos de Dios suelen ser al revés de los del mundo.
Para el mundo lo que cuenta es tener un gran título, mucho dinero, poder y prestigio, pero los que tienen todo esto están tan apegados a ello, y tienen tanta confianza en sus propios medios, que no tienen tiempo para Dios, no se acuerdan nunca de Él.
En cambio los pobres de espíritu, es decir, los que no se han dejado atar por las cosas; los humildes que no creen en su propia importancia sino que se reconocen dependientes de Dios y están siempre abiertos a recibir lo que Él quiera darles; los que no viven atrincherados dentro de sus propias seguridades, sino que viven a 'descampado', con la mirada siempre vuelta hacia Él, ésos son capaces de escuchar la voz de Dios.
Quién hubiera pensado que Dios tuviera esos gustos, que pudiendo escoger entre los más ricos y famosos, eligiera y siga eligiendo siempre a los más sencillos, a los que no se creen superiores a nadie, a los que no viven en eterna competencia por ser mejores que otros, sino que se contentan con amar y servir, con poner lo que son y lo que tienen a disposición de Dios y de los hermanos...Como María, (cuya Inmaculada Concepción conmemoramos esta semana) que se llamaba a sí misma 'esclava del Señor' (Lc 1, 38); como Juan Diego (a quien festejamos al día siguiente) que le dijo a Santa María de Guadalupe (cuya aparición al 'más pequeño de sus hijos' celebraremos el próximo domingo) que él sólo era 'hombre del campo, mecapal, parihuela, cola, ala'.
Como ves, esta segunda semana de Adviento te invita a reflexionar en que a Dios se le conquista desde la pequeñez y la humildad. Y no es que promueva que nos acomplejemos y nos creamos poca cosa (lo que ahora llaman 'baja autoestima'), ¡todo lo contrario! es justamente porque somos valiosísimos a Sus ojos que no quiere que nos rebajemos a creer que valemos por las posesiones que acumulamos: quiere que nos demos cuenta de que somos ¡invaluables! porque Él nos creó y nos ama con amor incondicional e infinito.
Si has sentido que vales menos que otros que parecen más importantes que tú, el Evangelio hoy te recuerda que la Palabra de Dios no fue dirigida a quien se creía grande y autosuficiente, sino a uno humilde, que se reconoció pequeño y necesitado del Señor y por eso supo recibir, aprovechar, comunicar el don inapreciable de Su Palabra y de Su amor.
(Del libro de Alejandra Ma. Sosa E. “Vida desde la Fe”, Colección ‘Fe y vida’, Ediciones 72, p. 59, México, disponible en amazon).