Claridad
Alejandra María Sosa Elízaga*
Era ciego, pero veía claramente.
Sí, con los ojos del alma supo ver lo que podía significar el paso de Jesús en su vida, y gracias a esta claridad suya, reaccionó como nos lo cuenta el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mc 10, 46-52), de un modo tan certero y oportuno, que bien puede convertirse en ejemplo del cual imitemos siete actitudes:
1. Este ciego, llamado Bartimeo, se hallaba sentado pidiendo limosna cuando pasó por ahí Jesús con Sus discípulos y mucha gente; entonces “comenzó a gritar: ‘¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!’...” (Mc 10,47).
Solicita misericordia a Aquel que es Misericordioso. Sabe que si Jesús pone Su mirada en él, verá su miseria, su necesidad, y se compadecerá, que no es sentir lástima, sino hacer propios los sufrimientos ajenos. Tiene toda su fe y su esperanza puesta en Él y no quedará defraudado.
2. "Muchos lo reprendían para que se callara, pero él seguía gritando todavía más fuerte" (Mc 10,48).
Quizá algunos despreciaban a este hombre (recordemos que se pensaba que la enfermedad era causada por el pecado, así que quien padecía una discapacidad era tachado de pecador) y no lo creían digno de dirigirse al Maestro, o quizá les molestaban sus gritos. El caso es que pretenden callarlo pero él no se deja. Hoy en día también hay unos que desprecian y quieren callar al que demuestra públicamente su fe (¡guárdate tus creencias en privado, si se sabe serás criticado, ridiculizado, te llamarán mocho, retrógrada, ¡no te la vas a acabar!), y hay otros a los que incomoda y molesta lo que enseña la Iglesia y también quieren acallarla. Hay que aprender del ciego a no dejarse silenciar.
3. Jesús se detuvo y pidió que llamaran al ciego. Obedecieron diciéndole: "¡Ánimo! Levántate, porque Él te llama."(Mc 10,49).
Tan animadoras palabras contrastan con los '¡¡ya cállate!!' que le acababan de endilgar. Tal vez las dijeron otros o los mismos se arrepintieron de haber querido silenciarlo, al ver que el propio Jesús lo consideraba digno de Su atención. En todo caso le hacen una invitación que sigue vigente para nosotros que a veces nos dejamos caer en el pesimismo, en la desesperanza ante situaciones que nos agobian y parecen imposibles de resolverse.¡Ánimo, levántate, Él te llama!, te llama a recuperar la paz, te llama a aprovechar Su gracia para sobreponerte a tus miserias, ¡ánimo, levántate!
4. El ciego "de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús" (Mc 10,50).
Su respuesta no sólo es inmediata sino entusiasta. Se levanta de un brinco, con toda la fuerza que le da percibir que está a punto de tener el encuentro más significativo de toda su vida. No duda, no pone pretextos, no se toma su tiempo, no quiere perder ni un minuto. Qué bello responder así al llamado a Misa, a orar ante el Santísimo, a toda oportunidad de tener un encuentro personal con el Señor.
5. Cuando el ciego se le acerca, Jesús le pregunta: "¿Qué quieres que haga por ti?"(Mc 10,51).
Era obvio lo que este hombre necesitaba, ¿por qué la pregunta de Jesús? Porque Él nunca impone nada, ni siquiera una curación; se nota Su gran respeto por la libertad humana. Y también cabe pensar que desea que el ciego se cuestione y diga qué es lo que realmente quiere, porque ¿qué tal si Jesús lo cura y el ex-ciego le sale con un reclamo?: '¡ay, Señor!, ¿por qué me curaste?, yo estaba muy a gusto, sentado todo el día pidiendo limosna, no tenía que trabajar, todos me socorrían; ¡ya me amolaste!, ahora voy a tener que buscar chamba y además ver la cara de mi suegra todos los días!!'
La pregunta del Señor invita al ciego y a cada uno de nosotros a plantearse: ¿que quiero que haga por mi?, ¿realmente quiero salir de esta situación?, ¿realmente quiero que me sane ese rencor o estoy muy a gusto con mi odio, echándole la culpa de mis males a esa persona?, ¿de veras quiero superar ese defecto, ese hábito, ese pecado o quiero conservarlo porque creo que me sirve, me conviene o ya me acostumbré a él? Jesús lo puede todo, pero ¿quiero permitírselo?
6. El ciego responde: "Maestro, que pueda ver" (Mc 10,51).
Y estas palabras, pronunciadas por quien no tenía buena la vista de los ojos pero sí la del alma, nos animan, a quienes quizá estamos en el caso opuesto, a pedir lo mismo pero en sentido espiritual. Que pueda ver, Maestro, Tu presencia amorosa en mi vida. Que pueda ver en los demás no a enemigos sino a hermanos. Que pueda ver, Maestro, por dónde quieres que camine.
7. Dice San Marcos que Jesús le dijo al ciego: "Vete, tu fe te ha salvado", y el ciego recuperó la vista pero no se fue, sino se puso a seguir a Jesús por el camino. Es que la claridad que ya tenía en el corazón se le subió a los ojos, y logró ver lo que intuía y no quedó decepcionado. ¿Te imaginas? Después de tanto tiempo a oscuras, lo primero que pudo contemplar fue la luz del rostro amoroso del Señor, y ya no quiso perderlo de vista nunca más.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elizaga “Como Él nos ama”, Colección : ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 150)