y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Pero regresó

Alejandra María Sosa Elízaga*

Pero regresó

Un hombre que había cumplido muchos mandamientos, y probablemente estaba dispuesto a cumplir muchos más, quería saber qué debía hacer para obtener la vida eterna, y se lo preguntó a Jesús, según narra el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mc 10, 17-30).

Jesús le propuso que cumpliera lo básico, lo que mandaba la Ley de Moisés.

El hombre dijo que eso ya lo hacía, desde muy joven.

Entonces Jesús lo miró con amor, y le hizo 3 propuestas: “Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después ven y sígueme.”

Repasemos cada una. Le pidió

‘Ve y vende’, es decir, desapégate de las cosas, no les des tu corazón.

‘Da’, es decir, ama con obras,  ten caridad, solidaridad.

‘Ven y sígueme’, es decir, hazte Mi discípulo, camina tras Mis huellas, aprende a imitar Mis gestos de amor, de compasión, de donación.

Si este hombre pensó que Jesús mencionaría algo que le faltaba cumplir, otro precepto que añadir a todos los que desde joven observaba, se equivocó. Jesús no le pidió sumar sino restar.

Dice el Evangelio que el hombre se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.

Jesús pidió a este hombre lo que más le costaba dar.

Queda al descubierto que se pueden cumplir los mandamientos, y sin embargo no tener un corazón realmente abierto a la gracia de Dios. Por eso el Señor nos pide vaciarnos de todo lo que nos impide llenarnos de Él.

Se suele dar por hecho que este hombre se marchó y nunca regresó. Pero no estoy de acuerdo. Hay tres consideraciones que permiten pensar que volvió:

1. Era alguien en búsqueda, no era un conformista. A pesar de que tenía muchos bienes, no se sentía satisfecho, no se quedó apoltronado gozándose en sus riquezas, sino que corrió, literalmente, a encontrarse con Jesús. Eso significa que tenía un hondo anhelo de alcanzar la vida eterna y eso lo haría no detenerse hasta lograrlo.

2. Dice el Evangelio: “Jesús lo miró y lo amó”. No podemos siquiera imaginar el amor con que iba cargada esa mirada que le dirigió justo antes de pedirle algo muy difícil. Fue una mirada destinada a no ser olvidada, una mirada que quería penetrar hasta lo más hondo del corazón de este hombre, para moverlo, para conmoverlo. Si se me permite la comparación, fue una especie de medicina de ‘liberación prolongada’, recetada con anticipación, en busca de que siguiera haciendo efecto un largo tiempo, sobre todo cuando este hombre más lo necesitara, cuando estuviera en riesgo de olvidarla y dejar de anhelar la vida eterna...

De seguro nunca pudo olvidar la mirada de amor que Jesús le dirigió, ¿cómo resistirse a ella? Si Jesús lo hubiera regañado, se hubiera ido justificado, ¿quién querría dejarlo todo para seguir a un rabino enojón? Pero Jesús lo desarmó mirándolo con amor. Una mirada que nunca podría olvidar, que tarde o temprano lo haría decir, como el profeta Jeremías: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir” (Jer 19, 7).

3. El hecho de que se fuera entristecido porque tenía muchos bienes, no necesariamente significa que decidió conservarlos. Tal vez se fue entristecido porque le daba pena deshacerse de ellos.

¿No te ha sucedido que un día en que se realiza un acopio para ayudar a damnificados, buscas entre tu ropa, artículos, enseres del hogar, etc. algo que donar, y cuando lo tienes en la mano, piensas: ‘no, mejor no doy esto, todavía me gusta’, o ‘¿qué tal si lo necesito?, o ‘me lo dio X q quien quiero mucho’. Y tienes que hacer un esfuerzo para dejar de lamentarlo, y donarlo de una buena vez.

Nos apegamos a las cosas, nos cuesta desprendernos de ellas. Quizá eso le pasó a ese hombre rico.

Quizá se fue triste porque iba repasando una por una todas las cosas que iba a tener que dejar: su imponente mansión, su hermosa finca de descanso al pie del mar, sus huertos y viñedos, sus caballos pura sangre, su finísimo guardarropa, sus lujos, sus comodidades. A todo lo que tenía y había disfrutado tanto toda su vida tenía que decirle adiós. Es natural que le diera dolor.

Esto nos lleva a considerar que se vale sentirnos tristes al desprendernos de aquello a lo que nos hemos apegado, es un sentimiento que no podemos evitar. Lo importante es que no lo dejemos volverse obstáculo. Aquí sucede como cuando los rescatistas y bomberos enfrentan una situación riesgosa, sienten miedo, pero no dejan que el miedo los paralice. También en el caso de sentir tristeza por tener que dar lo que usamos, lo que nos gusta, incluso lo que necesitamos, no dejemos que ese sentimiento nos avasalle y desanime nuestros buenos propósitos ni nos impida ejercer la caridad.

Rogaba san Agustín a Dios: ‘dame lo que me pides, y pídeme lo que quieras’. Jesús le pidió desprenderse de todo, y para lograrlo le dio Su gracia y le dejó Su inolvidable mirada de amor iluminándole el corazón. Con semejante ayuda ¿cómo no iba a lograrlo?

Lo vimos alejarse triste de Jesús, pero regresó, que no nos quepa duda. Cabe suponer que como venía tan cambiado, tan humilde, sin sus elegantes ropajes, nadie lo reconoció y por eso nadie nos lo contó.

Pero de seguro volvió, a emprender su nueva vida, ligero como el viento y lleno de gozo, a disfrutar otra vez y sin estorbos, la mirada de amor de su Señor.

 

(Texto basado en la clase 49 del Curso de Biblia gratuito sobre el Evangelio según san Marcos, disponible en Ediciones 72)

Publicado el domingo 10 de octubre de 2021 en la pag web y de facebook de Ediciones 72