Cortar por lo sano
Alejandra María Sosa Elízaga*
Seguramente no quería que estas tres recomendaciones fueran tomadas al pie de la letra, pero ello no significa que no estuviera hablando muy en serio.
En el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mc 9, 38-43.45.47-48) Jesús dice: “Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; pues más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar del castigo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; pues más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; pues más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga” (Mc 9,43-48).
Es evidente que Jesús no pretendía que Sus seguidores fueran -fuéramos- por la vida dejando un reguero de manos, pies y ojos pues los únicos beneficiados serían los perros callejeros y los fabricantes de prótesis.
Jesús enfatizó muchas veces y en distintas ocasiones que lo más importante no es lo externo sino la intención (ver Mt 5,27;Mc 7,15), por lo que de nada serviría mutilarse si se conservara en el corazón el deseo de continuar pecando.
Entonces ¿por qué el Señor nos dice algo que suena tan drástico? Para que prestemos atención al mensaje fundamental que quiere transmitirnos mediante esos tres exagerados ejemplos: que debemos rechazar inmediata y tajantemente todo pecado, aun si ello implica tener que hacer algo que nos duela mucho o nos cueste mucho trabajo.
¿Por qué nos pide esto Jesús? Porque sabe que si rechazamos a tiempo el pecado, éste pierde todo poder sobre nosotros, pero si lo acogemos cobra fuerza, debilita nuestra voluntad y puede llegar a dominarnos.
Para ilustrar esto sirven dos ejemplos que daba san Francisco de Sales. Él comparaba la voluntad y el pecado con lo que sucede con una señorita a la que ronda un pretendiente. Mientras ella no le dé el 'sí' mantiene el poder, impone sus gustos; decide a donde comer, pasear, etc. pero una vez que acepta casarse con él, queda sujeta a su autoridad. Igualmente, antes de las elecciones, los candidatos dependen completamente de los electores, éstos tienen el poder de decisión, pero una vez que eligen a alguno, quedan bajo su gobierno, ahora manda él pues le han entregado el poder.
Decía san Francisco que así sucede con el pecado. Cuando nos ronda, cuando es apenas una posibilidad a la que no hemos accedido, no tiene ningún poder o dominio sobre nosotros; si, como se dice popularmente, 'cortamos por lo sano', podemos vencerlo, pero si lo acogemos, si aceptamos su propuesta, si le damos entrada, nos ponemos voluntariamente bajo su dominio. Y ello puede encaminarnos al desastre. Lo hace notar insistentemente Jesús.
Como se ve vale la pena poner un alto a tiempo, pero cabe preguntarse: ¿y si no?, ¿y si alguien ya cometió el error de dejar que su mano, que su pie, que su ojo fueran ocasión de pecado?, ¿qué se puede hacer si la propia voluntad ya ha sido dominada por el pecado?
Cabe responder citando de nuevo san Francisco de Sales: el amor logra mandar sobre la voluntad. Un ejemplo: El esposo de una amiga comentaba admirado que ella, que se acuesta cansadísima tras una agotadora jornada, consigue levantarse al instante si oye llorar a su bebé. ¿Qué la hace capaz de arrancarse así del sueño? su amor por su hijo.
Otro ejemplo: a un señor que pedía limosna a pleno sol sentado en la banqueta con su chiquita en brazos, alguien le regaló un refresco y lo primero que él hizo fue darle de beber a ella. ¿Qué lo hizo capaz de renunciar a saciar su propia sed? su amor por su niña.
Pues si el amor humano hace a alguien capaz de dominar así su voluntad, ¡cuánto más la dominará con el amor de Dios! La gracia divina que recibimos en el Bautismo y en la Confirmación, y cada vez que acudimos al Sacramento de la Reconciliación y a la Eucaristía, fortalece nuestra voluntad, la hace capaz de superar y rechazar el pecado.
Quien abre su corazón al amor de Dios, comienza a vivir ya desde ahora, la felicidad eterna; quien lo rechaza se encamina a lo que Jesús llama: 'lugar de castigo', pues no hay peor castigo para quien ha sido creado por y para el amor, que verse privado de éste para siempre.
Este domingo el Evangelio echa por tierra los pretextos de quienes dicen: 'sólo soy humano' para justificar su debilidad para caer en el pecado. Con ayuda de la gracia podemos dominar nuestra humanidad pecadora y entrar completos, en el amplio sentido de la palabra, en el Reino de Dios.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Como Él nos ama”, Colección: ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo B, Ediciones 72, México, p.137)