Si no reciben, es porque piden mal...
Alejandra María Sosa Elízaga*
En la carta del Apóstol Santiago que se lee este domingo en Misa (ver Stg 3,13-4,3), dice que si no alcanzamos lo que ambicionamos es porque pedimos mal. ¿Qué significa esto?
Algunos podrían pensar que el Apóstol quiere darnos a entender que existe alguna 'fórmula secreta' que garantiza que se nos conceda lo que pedimos.
Para aprovecharse de quienes piensan así, comerciantes astutos y poco escrupulosos anuncian en los medios de comunicación, toda clase de 'talismanes' cuyas supuestas propiedades mágicas aseguran que quien los posee reciba riquezas, bienestar, poder y cuanto se le ocurra solicitar (excepto, claro, la devolución de su dinero cuando compruebe que todo es un vil fraude).
Otros que se dicen 'creyentes' y se precian de no confiar en 'cuarzos', 'pirámides' y demás parafernalia supersticiosa, quizá interpretan la frase del Apóstol como que para obtener lo que ansían tienen que seguir al pie de la letra una cierta oración que viene en una estampita que alguna 'comadre' o algún 'cuate' les recomendó como 'milagrosísima'. Y se pasan los días repitiendo frases pomposas que quizá ni entienden, con las manos en alto y las rodillas lastimadas, buscando hacerle 'manita de puerquito' a algún santo de su devoción para que les haga caso.
Quizá lo que Santiago quiere decir al afirmar que “pedimos mal” es que solemos pedir cosas que en realidad no nos convienen. Alguien podría decir: '¿Cómo no me va a convenir? Si estoy rogando ganarme la lotería y esa lanita me caería ¡¡muy bien!!'.
Para entender esto, conviene recordar que Jesús dijo que no debemos angustiarnos pues el Padre sabe lo que nos hace falta (ver Lc 12, 22-31).
Partimos entonces de que Dios es nuestro Padre, es decir no es una dvinidad todopoderosa pero lejana a la que no le importamos mayor cosa, sino que es un Padre que nos ama y está pendiente de nosotros, tanto, que sabe lo que necesitamos. Ojo: hay que hacer aquí una diferencia entre lo que nosotros creemos que necesitamos y lo que el Padre, en Su infinita sabiduría y amor paternal, sabe que requerimos:
Nuestra idea de lo que nos resulta 'indispensable' suele estar motivada por nuestro deseo de mantener un cierto bienestar material e inmediato (que no nos duela nada; que no se nos enferme o muera ningún ser querido; que no nos vaya mal económicamente, etc). En cambio, lo que motiva a Dios para concedernos o no algo es que Él verdaderamente conoce lo que es mejor para nosotros, pues además de que ve por encima del tiempo y el espacio (cosa que no podemos hacer nosotros, por lo cual a veces deseamos hoy algo que mañana ya ni íbamos a aprovechar), Él nos ama y busca nuestro bienestar espiritual: ve si otorgarnos algo contribuirá o no a hacernos crecer espiritualmente, si nos ayudará a salir de nuestro egoísmo; si nos permitirá amar más; si fortalecerá nuestra fe; si nos acercará más a Él...
Ahora bien, el hecho de que Dios nos conceda algo no trae automáticamente aparejado que eso nos haga bien: depende de nosotros no 'derrocharlo' -como hace notar el apóstol Santiago- sino aprovecharlo según la voluntad de Dios.
Así pues, resulta absurdo buscar modos de 'obligar' a Dios a concedernos lo que le exigimos o creer que porque se siguen ciertos 'ritos' se asegura que no le quede más remedio que ceder.
Nuestra petición madura como creyentes que nos sabemos hijos muy amados de un Padre que vela por lo que nos conviene, consiste en pedirle confiadamente lo que deseamos y tener la absoluta tranquilidad de saber que si nos lo concede -y lo empleamos según Su voluntad- será para nuestro bien, y si no nos lo concede, también.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Vida desde la Fe”, Colección ‘Fe y vida’, vol. 1, Ediciones 72, México, p. 24, disponible en Amazon).