¡Ábrete!
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Alguna vez has suspirado? ¿Qué te ha hecho suspirar?
Se hizo esta pregunta a un grupo de personas y por sus respuestas se vio que eso de suspirar se usa en toda clase de situaciones; la gente suspira de felicidad pero también de tristeza; de amor, pero también de decepción; nostálgica por algo que ya pasó, pero también ilusionada por algo que espera; las razones para suspirar son tan diversas que sería imposible enumerarlas, pero todas tienen un elemento en común: la emoción.
Un suspiro suele brotar como expresión de una honda emoción.
Es por ello que resulta muy conmovedor leer en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mc 7, 31-37) que Jesús "suspiró".
¿A qué se debió este suspiro? Para descubrirlo situémonos en la escena. Dice San Marcos que unas personas llevaron ante Jesús a un hombre sordo y tartamudo. Hoy en día una persona así puede salir adelante, pero en tiempos de Jesús un sordo no tenía manera de comunicarse. No todo el mundo sabía escribir, no se había inventado el lenguaje de señas y fuera de algún intercambio elemental, no había manera de que este hombre entablara una comunicación profunda con nadie. El suyo era un caso dramático de soledad acompañada; vivía en medio de muchos pero realmente se sentía solo.
Pero llegó el día feliz en que fue llevado ante Jesús. Dice el Evangelio que Jesús lo apartó de la gente. Empezó a rescatar así a este ser que se sentía perdido entre una multitud de caras gesticulantes que no podía oír ni entender, y lo puso ante Sí, ante Su mirada bondadosa, ante Su amorosa atención.
Y comenzó a sanarlo; dice el Evangelio que luego de meter Sus dedos en los oídos del sordo y tocar su lengua, Jesús “mirando al cielo, suspiró y le dijo: '¡Effetá!' (que quiere decir: '¡Ábrete!')”.
Qué significativo que primero Jesús mirara al cielo, como dirigiendo una mirada cómplice a Su Padre, ahora que se disponía a realizar uno de los signos que los profetas habían anunciado como señal de la venida del Mesías (como leemos en la Primera Lectura este domingo: "los oídos de los sordos se abrirán", Is 35, 5); y más significativo aún que suspirara.
El suspiro de Jesús revela que no era indiferente ante la situación de aquel hombre, que le dolía verlo encerrado en el silencio y lo regocijaba poderlo rescatar. Entonces le mandó, y casi podemos palpar Su gran emoción al hacerlo: “¡Ábrete!” Y "al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad" (Mc 7, 35).
Esa palabra que sanó a uno que era físicamente sordo y tartamudo, resuena hoy con la misma emoción con que entonces la pronunció Jesús y con la misma capacidad de rescatarnos, esta vez, de nuestra sordera espiritual. Y es que para un Dios que lo primero que pidió a Su pueblo fue “¡Escucha, Israel!” (Dt 5,1), para un Dios que se revela a través de Su Palabra, cuyos profetas pedían: "habla, Señor, que Tu siervo escucha" (1Sam 3,10), esa sordera del alma es algo muy doloroso, que le entristece porque afecta sobre todo a quien la padece.
Dice el Evangelio que ese hombre era tartamudo; otras traducciones dicen que 'hablaba con dificultad' y en otras lo dan de plano por 'mudo'. Su dolencia era física, pero representa a todos aquellos que, como han cerrado los oídos a la escucha de Dios, tartamudean, no saben más que repetir las mismas palabras de ira, de crítica, de soberbia, de maldición, no logran hablar el lenguaje fluido de la fe, la fraternidad, el consuelo, la justicia, la paz.
Este domingo se nos presenta a un hombre que representa a quienes están cerrados a la comunicación con Dios. Y es muy significativo ver cómo reacciona Jesús con él, pues así reacciona contigo. Visualízalo venir a ti para alejarte de esa multitud en la que te pierdes: la multitud de tus problemas, fracasos, pendientes y agobios; déjalo que sane tus oídos para que aprendas a reconocer Su voz, a escuchar y disfrutar Su Palabra; déjalo que toque tu lengua, para que sanes de lo que te ha imposibilitado hablar con Él y de Él. Escúchalo suspirar por ti, date cuenta de cuánto le importas y sobre todo, deja que resuene y sacuda tu interior Su mandato: “¡Ábrete!”
Si hasta ahora no has creído en Él, ¡ábrete a la posibilidad de Su existencia, haz la prueba y verás que no sólo existe sino te ama y se interesa por ti! Si crees en Él pero te has alejado de Él o de Su Iglesia, ¡ábrete a la posibilidad de volver a este Hogar en el que siempre encontrarás la puerta abierta! Si hasta ahora has oído Su invitación a perdonar, a decir la verdad, a ayudar a otros, y por un oído te han entrado y por otro te han salido, ¡ábrete a la posibilidad de responder por fin que sí!
Lo que pedimos cuando hablamos con alguien que no quiere oír ni aceptar otro punto de vista: ¡ábrete!, ¡no te cierres!, nos lo pide hoy el Señor. ¡Ábrete! Abre tus oídos para escucharlo; abre tus manos para dejar que te conduzca donde quiera; abre tu corazón para que viva en ti.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Como Él nos ama”, Colección ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 127, disponible en Amazon).