Lo dijo en serio
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘Que piensen lo que quieran, qué me importa’
‘Me vale gorro lo que digan’
‘Allá ellos.”
Son frases que suele decir la gente cuando descubre que alguien piensa mal de ella, o dice cosas que no son ciertas, o la ha malinterpretado y no le da la gana aclararle las cosas.
Son frases que expresan no sólo la molestia de quien las dice, sino que dejan ver que ha decidido desentenderse de esas personas a las que se refiere y dejarlas en el error.
Son frases que nunca pronunció Jesús.
Es impresionante y también conmovedor, comprobar, al leer los Evangelios, que Jesús tenía una paciencia infinita, que siempre respondía a lo que le preguntaban Sus apóstoles, les aclaraba sus dudas, y no sólo a ellos, muchas veces se le acercaron gentes con la mala intención de ponerlo a prueba, gentes que planteaban preguntas de las que realmente no les interesaba la respuesta porque lo único que querían era hacerlo quedar en ridículo, tener de qué acusarlo, y Él, sin embargo, siempre las atendió, les respondió, en no pocos casos intentando sacarlas del error, intentando ayudarles a darse cuenta de que estaban equivocadas.
Siempre.
Es algo que hay que recordar y tomar en cuenta al leer el Evangelio que se proclama en la Misa dominical (ver Jn 6, 55.60-69).
Llevamos ya cuatro semanas leyendo el capítulo 6 del Evangelio según san Juan, en el que Jesús anuncia que nos dará a comer Su Carne y a beber Su Sangre.
En el de este domingo, se nos narra al inicio que Jesús declaró: “Mi Carne es verdadera comida y Mi Sangre es verdadera bebida”. Y dice que “al oír Sus palabras, muchos discípulos de Jesús dijeron: ‘Éste modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?’...”
Es evidente que quienes escucharon a Jesús, tomaron Sus palabras al pie de la letra, las interpretaron literalmente y se horrorizaron con la idea de comer Su Carne y beber Su Sangre, han de haber pensado: ‘¡ni que fuéramos antropófagos!’, así que decidieron apartarse de Él, y Jesús se dio cuenta.
Era la ocasión perfecta para decirles: ‘¡No, esperen! ¡No se vayan! ¡Me entendieron mal!, ¡No quise decir que realmente van comer Mi Carne y realmente van a beber Mi Sangre, era una manera simbólica de hablar!’. Pero no lo hace. No les dice nada. Él, que siempre aclaró las cosas a todos, incluso a los que se acercaban en mal plan, esta vez deja ir, no a enemigos, sino a seguidores Suyos, ¡sin aclararles nada!
¿Por qué lo hace?
¡Porque no hay nada que aclarar!
Porque al tomar Sus palabras al pie de la letra, al interpretarlas literalmente ¡no se equivocaron!
Jesús no estaba hablando de manera figurada, no estaba refiriéndose a algo ‘simbólico’.
Realmente estaba refiriéndose a que hay que comer Su Carne y beber Su Sangre. De hecho, según expertos bíblicos, el verbo que empleó, que ha sido traducido como ‘comer’, puede traducirse más bien como ‘devorar’, es decir, comer con verdadera fruición.
Hay quienes creen que Jesús estaba hablando metafóricamente y citan que más adelante Él dijo que “la carne para nada sirve”. Pasan por alto un detalle muy importante. Cuando Jesús se refiere a Su Carne, siempre dice: “Mi Carne”, usa el pronombre ‘Mi’ Cuando habla de la carne como lo mundano, lo opuesto al espíritu, usa el artículo ‘la’, “la carne”. Lo de que la carne para nada sirve no lo dijo refiriéndose a Su propia Carne.
Recordemos los milagros eucarísticos (de los que el beato Carlo Acutis registró docenas en video). Siempre que una Hostia ha sangrado y ha sido enviada a analizar a laboratorios de especialistas que no sabían de dónde provenía, han descubierto que es tejido del corazón y sangre tipo AB. Realmente carne y realmente sangre. Científicamente comprobado. No hay nada ‘metafórico’ en ello.
Jesús estaba anunciándoles lo que hoy nosotros conocemos como la Eucaristía, pan y vino que al ser consagrados, conservan su apariencia de pan y vino, pero han quedado misteriosa y completamente transformada su substancia, por la acción del Espíritu Santo, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
¡No hay palabras para expresar lo que esto significa!
¡Que Jesús, nuestro Dios, nuestro Creador, el Todopoderoso, se haga presente en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía! ¡Que podamos contemplarlo, adorarlo, estar ante Él!, y más aún, ¡que podamos recibirlo como alimento y bebida, que podamos entrar en comunión con Él!
¡Es un regalo inmerecido e inigualable!
Es la razón para ir a Misa cada domingo, y francamente, no sólo cada domingo (¿cómo conformarse con recibirlo al mínimo, sólo una vez a la semana?).
Es la razón para ser católicos y permanecer fieles a la Iglesia, pues es la que Él fundó y el único lugar en todo el mundo, donde Cristo se hace realmente presente en el altar.
Es la razón para salir a animar a otros a descubrir este milagro que sucede todos los días en nuestras iglesias, para que esas millones de gentes que pasan frente a ellas, apuradas, preocupadas, agobiadas, sepan, conozcan, adviertan, que dentro está el Señor que las espera, que quiere entregarse a ellas, que pueden contemplarlo, adorarlo y recibirlo, tener con Él la unión más íntima que un ser humano puede tener.
¡Qué locura de amor del Señor, que ha cumplido de este modo Su promesa de quedarse con nosotros, arriesgándose a todos los sacrilegios y profanaciones con que es ofendido, con tal de que podamos recibirlo!
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La fuerza de Dios”, Colección ‘Reflexión dominical’, ciclo B, Ediciones 72, México, p.120, disponible en Amazon).