Nostalgia del pecado
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Has extrañado cometer un pecado que supuestamente has superado?, ¿te acuerdas de cuando lo cometías y sientes cierta nostalgia?
Ante semejante pregunta cabría esperar un: ‘¡de ninguna manera!, eso quedó atrás, ya me confesé, me propuse no volverlo a hacer y ¡no pienso más en ello!’, pero la verdad es que ésta no es siempre la respuesta dada.
Mucha gente que ha logrado levantarse después de haber caído en cierto pecado, desearía volver a caer en él. ¿Por qué sucede semejante cosa? Porque el pecado aparenta ser lo más placentero, o sencillo, o que traerá mayor bienestar, y ese aspecto falso deslumbra lo suficiente como para que no siempre se alcance a percibir su lado sórdido y oscuro.
Y así, por ejemplo, el que dejó las juergas con los amigotes, puede extrañar las risotadas, el evadirse en el alcohol o en la droga, y olvidar la mirada de miedo de sus niños, los moretones en el cuerpo de su esposa, la falta de dinero en la cartera, la cruda física y moral; el que dejó de robar, tal vez extraña los gustitos que se daba con el dinero extra y olvida la tensión en que vivía por temor a ser descubierto y la pena de tener mala reputación; quien dijo adiós a su ‘casa chica’, recuerda y extraña las atenciones que le brindaba su amante, pero olvida el dolor que causaba a su cónyuge e hijos y el mal ejemplo que les daba; la que se la pasaba chismeando, extraña el ‘cotorreo’ con sus amigas y la atención que le prestaban, pero olvida cómo arruinó la buena fama de sus amistades y parientes; quien tenía una adicción, por ejemplo a fumar, a apostar, a la pornografía, extraña el momentáneo placer que sentía y olvida el terrible daño físico y espiritual que esto le causaba a sí mismo y a los demás.
El pecado ejerce sobre nosotros fuerte poder de atracción, conviene saberlo; que nadie se confíe ni baje la guardia creyendo que lo ha superado para siempre, más bien que piense que siempre tiene la posibilidad de recaer.
Ahí está lo que leemos en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Ex 16, 2-4. 12-15).
Cuando los judíos vivían como esclavos en Egipto, y eran víctimas de injusticias, obligados a trabajar sin descanso ni recompensa, Dios hizo verdaderos milagros para liberarlos y conducirlos por el desierto hacia la tierra prometida. Cualquiera pensaría que habrían estado súper felices de ser libres y por nada del mundo querrían regresar a su antigua vida, pero no fue así; sintieron hambre y en lugar de confiar en que Dios les proveería de alimentos, se pusieron a lamentar haber salido de Egipto, donde comían ollas de carne y pan hasta hartarse. Recordaban sólo la abundante comida, olvidando lo terrible de comerla en la esclavitud.
¿Por qué sucede esto? Porque el que nos induce a caer en el pecado y a volver a caer en él cuando ya nos hemos levantado, es el Maligno, que no en balde es llamado ‘príncipe de la mentira’. Es obra suya que nos veamos engañados y consideremos apetecible lo que en realidad nos hace daño.
Y tal vez alguien piense que esta situación no tiene remedio y que como caemos y caemos, no tiene caso volvernos a levantar, pero no es así. No podemos quedarnos caídos. ¿Por qué? Por una parte, porque ya sabemos que lo que el pecado ofrece es falso, no conduce hacia la luz sino hacia la oscuridad; ya lo dice san Pablo, “el salario del pecado es la muerte” (Rom 6,23). Y por otra parte, porque en esta lucha no estamos solos: Dios está con nosotros. Y así como cuando Su pueblo estaba a punto de sucumbir a la tentación de regresarse a Egipto para hartarse de carne y pan, les envió codornices y e hizo bajar maná del cielo para saciar su hambre e impedir que siguieran anhelando aquella comida de esclavos, también ahora nos envía a nosotros las gracias celestiales que necesitamos para mantenernos libres y no caer en la tentación de volver a hacernos esclavos del pecado. A lo judíos les cubrió su campamento con codornices, a nosotros nos cubre con Su abrazo y Su gracia sanadora y fortalecedora, en el Sacramento de la Reconciliación. Para los judíos hizo que bajara maná del cielo, para nosotros bajó Él en persona a darnos Su Cuerpo y Su Sangre en la Eucaristía.
Contamos con la mayor ayuda posible para levantarnos de toda caída y recaída: la mano firme, el brazo poderoso del Señor que ayer rescató a Su pueblo no sólo de la esclavitud, sino de la tentación de volver a la esclavitud, y hoy nos rescata a nosotros, no sólo de nuestro pecado, sino de nuestra nostalgia del pecado.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “En Casa con Dios”, Colección: ‘Lámpara para tus pasos’, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 131, disponible en Amazon).