Multiplicación
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Te ha sucedido haber querido hacer algo que te parecía importante o necesario pero como luego te pusiste a considerar que no tenías suficientes recursos o capacidad o posibilidades de realizar aquello, te desanimaste y ya no hiciste nada?
Ello quizá se justifique en algunos casos, pero nunca en lo que se refiere a la vida espiritual, como puede deducirse del Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Jn 6, 1-15).
En él se nos narra que en cierta ocasión, viendo Jesús que lo seguía mucha gente, le preguntó a Felipe, uno de Sus discípulos: "¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?" (Jn 6, 5), y se nos dice también que Jesús hizo la pregunta para ponerlo a prueba.
Por lo visto Aquel que más tarde afirmaría: "Sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5c) quería ver si Felipe le salía con alguna estrategia para tratar de resolver por sus propios medios esa necesidad o si sabía reconocer la realidad: que por sí mismos los discípulos no podían solucionar aquello.
Contestó Felipe: "Ni doscientos denarios de pan bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo" (Jn 6, 7). Buena respuesta. Sin duda la que Jesús esperaba. A partir de ahí, desde el punto de vista del mundo no había otra cosa que hacer que despedir a la gente para que cada quien se las arreglara como pudiera, ah, pero desde el punto de vista de Dios nunca debe perderse la esperanza.
Nos cuenta San Juan que en eso se presentó otro de los discípulos, Andrés, y le dijo a Jesús: "Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es eso para tanta gente?" (Jn 6, 9).
Visualiza la escena: hay allí un gentío tremendo y hambriento y Andrés, que seguramente escuchó cuando Jesús preguntó lo de los panes, se dio cuenta de que había la preocupación de darles de comer a todos pero no los recursos, y quizá se puso a buscar algún remedio cuando de pronto se topó con ese joven que llevaba esos pocos panes y peces, destinados tal vez a servirle de almuerzo a él y su familia. Según los criterios mundanos aquello era tan desproporcionadamente pequeño que resultaba absurdo, ridículo incluso mencionarlo, pero a Jesús que alguna vez comentó de una viuda que había dado dos moneditas como limosna en el templo, que ella había dado más que todos porque no había dado lo que le sobraba sino todo lo que tenía (ver Lc 21,1-4), le pareció sin duda más que suficiente.
A diferencia de los otros tres Evangelios que no mencionan de dónde surgieron estos panes y peces, aquí se aclara que los ofreció un joven, quizá para recalcar que era alguien que no estaba maleado por la vida, alguien libre de escepticismo, alguien que conservaba todavía intacta su capacidad de creer en los imposibles y que por ello no dudó en darlos cuando se los pidieron.
Y se ve que su actitud influyó en Andrés quien, aunque no resistió la tentación de hacer notar que se daba cuenta de que esa aportación era nada para lo que hacía falta, la puso a disposición del Maestro, confiando sin duda en que Aquel que es capaz de producir el arbusto más frondoso a partir de una minúscula semilla de mostaza, podría hacer mucho con esa pequeñez que ahora ponía en Sus manos.
Dice el Evangelio que Jesús pidió que la gente se sentara, tomó los panes, y antes de repartirlos, junto con los pescados, dio gracias a Dios.
Alguien podría extrañarse de que Jesús haya dado gracias, quizá pensaría que más bien debía haber reclamado lo poco que había recibido, pero no fue así, y cabe pensar que, entre otras cosas agradeció que Su discípulo y ese joven no se hubieran rendido ante la lógica o la vergüenza de creer que no valdría la pena ofrecerle lo que éste tenía, pues con su gesto le habían permitido intervenir como Dios y hacer lo que sólo Él podía hacer: convertir la insignificancia en abundancia, transformar un fiasco en una festín, cambiar el don de uno solo en milagro para todos.
Dice San Juan que los panes y los peces repartidos por Jesús no sólo alcanzaron para que todos comieran hasta saciarse sino que hubo tantos sobrantes que Jesús tuvo que pedirles que los recogieran para que no se desperdiciara nada (ver Jn 6, 12), ¿te imaginas?, quién lo hubiera pensado, ¡hubo sobrantes!
Recordemos esta escena cada vez que consideremos que para enfrentar cierta situación difícil no tenemos lo que necesitamos, por ejemplo de paciencia, alegría, esperanza, fortaleza, capacidad para perdonar, ganas de orar, deseos de hacer un bien, etc. y no nos dejemos vencer por las evidencias, sino atrevámonos a encomendarle a Dios lo poco o nada que nos quede y dejémoslo intervenir, con plena confianza en que Él tomara nuestras raquíticas provisiones, las bendecirá, las multiplicará y sin que sepamos cómo, milagrosamente, las hará no sólo rendir sino abundar...
(Del libro de Alejandra Ma Sosa E “Como Él nos ama”, Colección: ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 110, disponible en Amazon).