Invocación y compromiso
Alejandra María Sosa Elízaga*
En el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Por lo general es lo primerito y lo último que decimos, a veces en voz alta, a veces en silencio, cada vez que rezamos. Pero ¿por qué?, ¿a quién se le ocurrió?, y, sobre todo, ¿qué significa?
¿Es simplemente una especie de marcación telefónica que permite conectar la llamada a Dios, algo así como una clave que hay que decir para iniciar la comunicación y para terminarla, un paréntesis dentro del cual hay que meter lo que queremos platicar con Él; una señal para que sepa que todo lo que queremos pedirle o informarle vendrá inmediatamente después de que digamos esa frase santiguándonos y terminará cuando la repitamos, santiguándonos de nuevo?
La respuesta nos la da el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 28, 16-29). En él nos narra San Mateo que cuando Jesús Resucitado envió a Sus apóstoles a enseñar a todas las naciones a cumplir lo que Él les mandó, les pidió que las bautizaran "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19), es decir, que los envió al mundo a cumplir una importante misión, pero no por su propia cuenta ni abandonados a sus solas débiles fuerzas, sino en nombre de Dios que es Uno en tres Personas distintas: el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo.
Para comprender esto considera qué implica que te envíen a realizar algo en nombre de otra persona, en especial si esa persona es de suma importancia. Por un lado, te confiere una gran dignidad, un considerable poder; anunciar que vas 'de parte de fulano de tal' te abre muchas puertas que sin esa recomendación se te cerrarían en las narices.
Trasladado esto a la vida espiritual, considera el poder que te da realizar algo invocando el nombre del Padre, Creador de todo cuanto existe, para Quien, como dijo Jesús, todo es posible; invocando el nombre del Hijo, a quien fue concedido todo poder en el Cielo y en la tierra, cuya sola Palabra sanó a los enfermos y calmó tempestades, cuya muerte nos libró del pecado, cuya Resurrección nos dio vida eterna; e invocando el nombre del Espíritu Santo, que nos da la vida, que nos hace renacer de lo alto, que nos ilumina e intercede eficazmente por nosotros.
Dicha invocación nos da una fuerza sobrenatural que desborda nuestros límites y nos permite elevarnos por encima de nuestras incapacidades y miserias y ser sostenidos, avalados, asistidos por el poder divino.
Pero, por otro lado, actuar en nombre de otra persona implica también un compromiso.
Si realizas algo en representación de una compañía, te sientes comprometido a demostrar que perteneces a ella, que compartes sus valores, que traes bien puesta 'la camiseta', imagínate a qué te compromete realizar algo en el nombre del Padre, que hace salir el sol sobre malos y buenos, , que nos revela que nos ama con amor eterno, que como en la parábola, nos acoge y abraza como al hijo pródigo; que no dudó en enviar a Su único Hijo a salvarnos sin que lo mereciéramos; en el nombre del Hijo, que supo acercarse a todos, sin discriminar; que bendijo y perdonó a Sus enemigos; que nos amó hasta el extremo de dar la vida por nosotros, pecadores; y en el nombre del Espíritu Santo que guía a todos hacia la Verdad, que está siempre dispuesto a consolar, a abogar, a interceder...
Este domingo en que celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad, el Evangelio nos invita a recordar el origen y la importancia de esta invocación trinitaria que anima e inspira la vida de la Iglesia.
Consideremos que la dice el sacerdote cuando bautiza, cuando unge a los enfermos y cuando perdona los pecados con el poder dado por Dios; se pronuncia en las ordenaciones de diáconos, presbíteros y obispos, en las Confirmaciones; la dicen los esposos cuando intercambian los anillos prometiéndose fidelidad; se proclama tres veces en Misa: al inicio, antes del Evangelio y al final; se usa para bendecir agua, personas, casas y objetos sagrados; en las exequias y, como se comentaba al inicio, antes y después de orar.
Como se ve, la tenemos muy presente, y podemos decirla y escucharla cotidianamente, el asunto es no hacerlo sin pensar ni a la ligera, porque otorga un poder formidable pero compromete a asumirlo y sobre todo a comunicarlo con un testimonio coherente, creíble, verdadero.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga ‘Como Él nos ama’, Colección ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo B, Ediciones 72, México, p.89, disponible en Amazon).