Prodigios
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Has hecho una novena?, ¿una manda?, ¿has mandado decir una Misa?, ¿prendido una veladora? ¿Con qué intención?, ¿dónde se traza la línea que separa lo que se hace por devoción para significar que se encomienda especialmente alguna causa a Dios y lo que se hace con intención de forzarlo a hacer lo que le pedimos: 'ya hice yo esto, ahora me cumples’?
Cuidado, es muy fácil confundir las cosas y creer que cierta práctica puede garantizar cierta respuesta de Dios.
El otro día afuera de una parroquia estaba una señora vendiendo cajitas de doce veladoras (que suelen comprar quienes tienen la costumbre de encender una al inicio de cada mes para encomendarse a la Divina Providencia) y las anunciaba diciendo: '¡para que le vaya bien!' Animaba a la gente no a confiar sino a comprar la Providencia Divina.
Lamentablemente son muchos los que buscan a Dios no por amor, no por gratitud, no porque quieran conocerlo más para cumplir mejor Su voluntad, sino por un afán milagrero, porque esperan que haga por ellos cuanto le pidan, al fin que para Él no hay imposibles, y buscan asegurarse Su favor por medio de toda clase de prácticas y rituales. ¿Lo consiguen? Desde luego que no. ¿Por qué? Porque el Señor conoce las intenciones del corazón y desconfía de quienes sólo lo buscan por interés.
El Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Jn 2, 13-25) termina diciendo: "Mientras estuvo en Jerusalén para las fiestas de Pascua, muchos creyeron en Él al ver los prodigios que hacía. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que nadie le descubriera lo que es el hombre, porque sabía lo que hay en el hombre" (Jn 2, 23-25).
Qué tremendo descubrir que había tantos de los que Jesús no se fiaba. Y ya sabemos que hizo bien en no fiarse de ellos pues entre ésos que creyeron en Él seguramente hubo muchos que luego estuvieron entre quienes gritaban '¡crucifícale, crucifícale!' ¿Cómo se explica tan drástico cambio? Cabe suponer que porque como creyeron en Él sólo por los prodigios que hacía, sin duda esperaban que hiciera por ellos los prodigios que le pidieran y quedaron decepcionados cuando no les cumplió lo que deseaban.
Y es que Dios no siempre hace lo que le pedimos, pero no porque no pueda (claro que puede y muchas veces concede milagros), no porque no le importen nuestras súplicas (claro que le importan), sino porque a veces pedimos lo que no conviene.
Dice San Agustín que Dios misericordiosamente nos atiende y misericordiosamente nos desatiende, es decir que Su respuesta hacia nosotros es siempre fruto de Su infinita misericordia, siempre con el propósito de hacernos el mayor beneficio.
Y en este sentido hay que resaltar que es una pena que por estar esperando los prodigios que a nosotros se nos ocurren, no nos demos cuenta de tres cosas: primero, que nos ha colmado ya de prodigios (como la vida, la salud, el cariño de nuestros seres queridos, la belleza de la Creación, etc.); segundo, que nos invita a que realicemos nosotros verdaderos prodigios imitándolo en el perdón, en el amor, en dar sin esperar recompensa, en edificar la justicia, en abrir los corazones a Su paz, y tercero, y lo más importante: que Él ha realizado ya el mayor prodigio de todos: haber venido a compartir nuestra condición humana, haber muerto para rescatarnos de nuestros pecados y, lo mejor, lo que leemos en este Evangelio dominical que prometió cuando anunció que reconstruiría el templo en tres días, refiriéndose a Sí mismo, y lo cumplió: Su Resurrección, mediante la cual derrotó la muerte y nos llamó a la vida eterna, ¿qué mayor prodigio que ése puede haber?
Es frágil y engañosa la fe que sólo busca a Dios para ver qué le saca; queda fácilmente defraudada.
Y es que Dios no está para cumplir nuestra voluntad, somos nosotros los que debemos amoldarnos a la Suya, y no por una cuestión de poder, no porque Él lo puede todo y nosotros no podemos nada, sino por una cuestión de amor, porque sabemos que nos creó porque nos ama y prodigiosamente nos concede y propone sólo aquello que es para nuestro verdadero bien, de lo cual se desprende que podemos confiadamente vivir no para recibir de Él lo que queremos, sino para querer lo que de Él recibimos.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga ‘Como Él nos ama’, Colección ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 53, disponible en Amazon)