El regalo de la Palabra
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Cuál es el mejor regalo de Navidad que has recibido en toda tu vida?
Hace años, en una tardes decembrina, mientras disfrutábamos un ponche calientito (sin 'piquete'), un pequeñito grupo de 'cuates' nos planteamos esta pregunta y en respuesta compartimos sabrosas anécdotas.
Una en especial nos encantó a todos. La platicó el esposo de una amiga.
Dijo: "Yo solía pensar que el mejor regalo era el más caro, el más apantallador, el que te dejaba boquiabierto considerando cuánta 'lana' se habría gastado el que te lo dio. Entonces en una Navidad cambió totalmente mi manera de pensar. Recibí el mejor regalo que me han dado y ni era caro, ni era apantallador, vamos, ¡ni siquiera era nuevo!
Me lo dieron mis hermanas. Cuando lo abrí creí que se trataba de una broma.
Aparentemente era un libro que venía dentro de una especie de estuche azul marino de piel tan gastada que ya estaba decolorada en algunas partes, y tenía un zipper que había perdido esa cosita de metal con la que uno lo corre y en su lugar tenía un hilachito. Lo abrí y descubrí de qué se trataba: era la Biblia de mi mamá.
Sentí una emoción que no puedo explicar. Mi mamá había fallecido hacía unos meses, y yo tenía el gran anhelo de conservar algo personal de ella, algo que hubiera usado mucho, que fuera muy querido para ella, pero todo lo que venía a mi mente eran cosas de mujer que ni modo de pedir para mí: sus agujas de tejer, sus trastos de cocina, su ropa; así que no pedí nada y me quedé muy triste pero no dije ni una palabra.
Y de pronto en esa Navidad, ¡me dieron su Biblia! Era una Biblia muy especial porque tenía anotaciones, dibujitos, comentarios, textos subrayados, algunas páginas estaban más gastadas de las esquinas, se ve que las leía y releía mucho; otras estaban marcadas por estampitas, fotocopias de oraciones, incluso hojitas sueltas con frases copiadas de alguna parte.
Recuerdo que ella decía que la Biblia no era para tenerla intacta en un estante o en un elegante atril sino para usarla y aprovecharla al máximo, y citaba una frase que le había oído a su maestra: 'una Biblia que de tanto usarse se está desbaratando, pertenece a una persona que nunca se estará desbaratando...'
Yo la verdad no era muy religioso, pero por cariño a mamá empecé a leer su Biblia, me hacía sentir cerca de ella conocer cuáles eran sus versículos favoritos, qué era lo que tenía subrayado, lo que repasaba más. Y sucedió que gracias a esta lectura, y sin darme cuenta ni cómo me fui acercando a Dios, fui sintiendo la necesidad de conocer más de Él, de volver a ir a Misa, confesarme, comulgar, en fin, qué les puedo decir, que ese regalo de Navidad fue en verdad el mejor que he recibido en toda mi vida. Ahora, yo también le he ido haciendo anotaciones, también he ido marcando mis pasajes favoritos y espero que algún día alguien la reciba y la aproveche tanto como lo hice yo."
Los que escuchamos esta historia coincidimos en que es maravilloso tener la oportunidad de adentrarse en el mundo de la Palabra de la mano de un ser muy querido: poder hojear su Biblia, descubrir sus trozos favoritos, los que inspiraron sus pensamientos, sus propósitos, sus oraciones...
Recordé lo anterior cuando leí el texto del profeta Isaías que se proclama como Primera Lectura este Tercer Domingo de Adviento en Misa (ver Is 61, 1-2.10-11). ¿Por qué? Porque si Jesús y María hubieran tenido una Biblia y ésta hubiera llegado a nuestras manos, sin duda hubiéramos descubierto que ambos habían subrayado con especial atención y cariño este pasaje de Isaías pues refleja perfectamente lo que traían en el corazón, al grado de que cada uno lo eligió para expresarse en momentos muy significativos de su vida.
A María le inspiró ese bellísimo canto de alabanza que conocemos como Magnificat (parte del cual aparece en el Evangelio que se proclamó en la Solemnidad de Santa María de Guadalupe). En sus palabras: "Mi alma alaba al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador" (Lc 1, 46-47) resuenan las de Isaías: "Me alegro en el Señor con toda el alma y me lleno de júbilo en mi Dios" (Is 61, 10).
Años más tarde, la primera parte de este texto fue proclamada por Jesús en la sinagoga de Nazaret, cuando inició Su ministerio público y quiso anunciar, emocionado, que había venido a traer "la buena nueva a los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros, y a proclamar el año de gracia del Señor" (Is 61, 1-2; ver: Lc 4, 16-21).
Qué bello que la Madre y el Hijo estaban tan unidos que incluso coincidían en sus preferencias por una misma Palabra: la que anuncia cosas buenas, la que busca inundar los corazones de luz.
Y qué rico que podamos recibir hoy esa Palabra como un valioso regalo que nos da la privilegiada oportunidad no sólo de saborear y reflexionar un antiguo texto bíblico lleno de esperanza y alegría, sino de releerlo como Buena Nueva, y conocer y disfrutar el subrayado especial que le puso Jesús; los signos de admiración que le añadió María...
(del libro de Alejandra María Sosa Elizaga “El regalo de la Palabra”, Colección ‘Fe y vida’, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 14, disponible en Amazon).